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Crítica:IX FESTIVAL DE JAZZ DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Art Blakey, imprescindible

Los teloneros, el grupo Ictus, comenzaron con una balada. Qué bien, pensábamos algunos: empiezan lento, como los buenos. Pero luego resultó que todo era así. Ingenuos de nosotros, habíamos reparado en que Ictus en latín significa golpe, pero no en que los golpes también pueden darse flojitos y sin ganas de hacer daño. Responsable principal de ese universo plácido y bajo de tensión parece el pianista Lluís Vidal, que muestra su personalidad, sobre todo, como compositor. Tocando el piano, a Vidal el ramalazo Bill Evans le coge todo el cuerpo, lo cual no quiere decir sino que Vidal pertenece al numerosísimo grupo de los Beirach, LaVerne y otros miles de pianistas de todas partes del mundo; seguro que en Groenlandia hay un esquimal que toca como Bill Evans. Del resto del grupo, Perico Sambeat toca con buen gusto los saxos y se hace perdonar a la flauta. Completan la formación los hermanos Mario y Jorge Rossy, que son como los Marsalis de aquí. Con la batería, Jorge crea el espacio sonoro de que hablaba Joachim E. Berendt, y también aporta elementos a ese espacio o paisaje.Disparados por el silbido de un impaciente, salieron para la segunda parte Art Blakey y los Jazz Messengers. Se discute estos días la conveniencia de que haya o no festivales, pero lo que no admite discusión es que, mientras los haya, Art Blakey y sus niños tienen que estar en todos. Cuando parecía que Blakey, después del grupo de los Marsalis y el de Blanchard y Harrison, no podía descubrir más talentos, va el viejo y se presenta con los párvulos que lleva ahora.

Ictus

Art Blakey y los Jazz MessengersTeatro Alcalá Palace, 9 de noviembre.

Saberse la lección

¿De dónde los sacará? El trombonista Robin Eubanks, un técnico excelente, no desmereció soplando por los mismos micrófonos por los que días antes lo había hecho el patriarca J. J. Johnson. El trompeta Philip Harper se sabe entera la lección de Lee Morgan, pues no sólo domina el aspecto truquero y pirotécnico, sino que además tiene un registro grave precioso. Javon Jackson, un saxo perfectamente adecuado a la estética de los Messengers, recuerda por sensibilidad a Hank Mobley, y por autoridad y gallardía, al gigante Dexter Gordon. Leon Dorsey toca el contrabajo con la agilidad, fuerza y precisión de un gimnasta soviético. La unanimidad de la crítica solamente falla con el pianista Bennie Green; como es el único blanco del grupo, digo yo que será racismo al revés, porque, por lo visto en el Alcalá Palace, Green acompaña con elegancia, hace solos inteligentes y tiene a su exclusivo cargo buena parte del espectáculo de los Messengers actuales.Lo mejor de todo es lo bien que se lo pasa Art Blakey. Parece mentira que pueda divertirse escuchando noche tras noche la versión enésima de Moanin', pero el caso es que se divierte. Sonríe con un montón de dientes, se abanica, manda burlas a sus músicos, tira besos a fotógrafos y espectadores, y al final se enrolla diciendo lo importante que es la música y que compremos sus discos. Entre la juerga que se trae y lo natural que le sale el ritmo, da la impresión de que no toca. Pero toca. ¿Qué digo toca? Acaricia, golpea, machaca y tritura, a mayor gloria del bop duro y de toda la música de jazz.

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