El dinero apuesta por Bush y el continuismo
Los mercados bursátiles y financieros mundiales han apostado desde el principio de la campaña electoral por la victoria del candidato republicano, George Bush. Pero ésta parecía tan obvia desde hace semanas que su efecto positivo está prácticamente descontado en Wall Street. Ahora, los inversores temen que a corto plazo la Reserva Federal, que tiene en su mano la llave del dinero, apriete los tornillos de la política monetaria y abrace, en los meses que quedan hasta el 20 de enero, una estrategia más ortodoxa. Lo mismo de suceder con la política fiscal, pero a más largo plazo.
Con su táctica de ir un paso delante de la realidad política, ni a los inversores ni a los operadores de los mercados les preocupa en exceso lo que haya sucedido en el día de las elecciones. La ansiada confirmación electoral del "candidato preferido por el dinero", George Bush, estaba tan cantada desde hace tiempo que lo de acudir a las urnas fue un simple trámite para los mercados.Ahora, lo que se espera del futuro presidente es que, sin renunciar al legado de Ronald Reagan en aquellos aspectos más favorables para la economía (sus famosos reaganomics), tampoco trate de retrasar excesivamente la adopción de las "medidas urgentes y necesarias" que reclama desde hace meses la economía norteamericana. A saber, la búsqueda de soluciones no traumáticas pero continuistas al denominado twin deficit (doble déficit fiscal y exterior). Entre ambos pueden superar a final de año los 300.000 millones de dólares.
Hasta que el futuro presidente se instale en la Casa Blanca, el próximo 20 de enero, cabe esperar, en el terreno económico, una política acomodaticia, en el terreno monetario, a los datos y estadísticas que periódicamente se publican en Washington. En otras palabras, el mercado da por supuesto que el FED haga uso de la política monetaria para estimular o frenar las actuales tendencias de la economía. Y, como es harto sabido, éstas están claras. Estados Unidos entra el próximo mes en su sexto año de expansión económica con la duda de si las tensiones inflacionistas que periódicamente reaparecen corren el riesgo de ser estructurales o, por el contrario, son meros salpicones pasajeros.
Inquietudes
En este sentido, la bolsa neoyorquina puede volver a vivir nuevos tiempos inquietos según escupa sus datos mensuales el Departamento de Comercio. A un rebrote de la inflación se producirá una contención monetaria y una lógica baja en el mercado de renta variable. A un susto en los datos sobre el déficit exterior, una reacción paralela en el valor del dólar, y viceversa.
A más largo plazo, la cosa está menos clara. La futura nueva Administración tendrá que afrontar el problema del déficit fiscal de una vez por todas, independientemente de lo que el candidato vencedor haya dicho durante la campaña electoral. El momento oportuno para deshacer entuertos va a ser, precisamente, cuando la comisión de sabios nombrada a raíz del crash bursátil del 19 de octubre de 1987 publique sus recomendaciones, que no pueden ser otras que el reconocimiento de la gravedad del problema.
Muchos analistas, que pronostican que la temida recesión tardará algún tiempo en llegar -si es que alguna vez llega con la crudeza anticipada por los agoreros más pesimistas-, estan convencidos que el nuevo presidente utilizará el informe de la comisión para dar un sabio giro a sus promesas electorales. En otras palabras, habrá subida de impuestos, que nadie lo dude.
Más preocupante, fuera de Estados Unidos, es lo que suceda con el dólar. La evolución de la divisa norteamericana durante los próximos meses tiene una trascendencia decisiva para los mercados mundiales de.cambio y para las empresas (y países deudores, por supuesto) que tienen a esta moneda como su fuente principal de financiación y pago.
Y aquí parece existir también consenso. A menos que se produzca un fenómeno impensable de incremento de la productividad de las empresas exportadoras norteamericanas, el dólar tiene que tender a la baja a medio y largo plazo. La cuestión es saber si la tendencia es paulatina, como se supone y desea, o demasiado brusca. Todo dependerá, en cualquier caso, de si las nuevas cifras sobre los desequilibrios exteriores son más o menos buenas y, sobre todo, si su evolución se acompasa con las fiscales.
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