_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El regreso de las castas

Enrique Gil Calvo

Mucho se habla de un nuevo milagro económico español. Tanto que, para muchos, nos hallaríamos en un momento dulce, donde todo pareciera posible: la especulación se dispara, los yuppies van como motos y hasta los sindicalistas se desatan en lucha por más ración de tarta. Y, sin embargo, esta posmodernidad se parece demasiado al premoderno antiguo régimen, con su barroco casticismo estamental.Como se sabe, la modernización implica pasar de una sociedad estamental -donde los destinos vitales se deciden en función de la cuna, el linaje y la casta- a una sociedad meritocrática -donde la suerte personal se gana tras reñida competencia con los demás- El actual renacimiento del capitalismo español debiera haber acentuado esta meritocracia. Y, sin embargo, no ha sido así. Por el contrario, nos amenaza el retorno casticista de la sociedad estamental: vuelve a ser determinante el nacimiento, la herencia, el linaje y la casta.

El boom económico no está beneficiando más que a una minoría de españoles -muy vistosos, bullangueros y exigentes: eso sí, cómo no- Para la gran mayoría -jóvenes, parados, jubilados, mujeres-, las cosas resultan cada vez más difíciles, dado el bloqueo y colapso de sus oportunidades vitales. Así, ha aparecido una nueva discontinuidad social: la que separa a unos segmentos de otros -la minoría de integrados frente a la heterogénea diversidad de sectores marginados y fragmentados- y la que separa a unas generaciones de otras -la generación prodigiosa de los adultos triunfadores frente a las generaciones perdidas de los jóvenes desempleados y los jubilados anticipados- Y esta nueva división social, tan injusta, aparece vinculada a factores relacionados con el nacimiento -no con el mérito personal-: la fecha de nacimiento, el sexo de nacimiento, la familia de nacimiento. Según sea tu cuna -tu linaje, tu sexo y tu edad- así será tu destino: bien el de integrado, bien el de marginado en cualquiera de los múltiples guetos que se cierran como trampas -atrapándote sin remedio cualesquiera que fuesen tus méritos personales-.

Este neoestamentalismo origina la división de los españoles en dos grandes clases: la de quienes abrigamos grandes expectativas de futuro -por lo que somos ambiciosos, rentables, inversores y productivos: meritocráticos- y la de quienes ven frustradas todas sus expectativas de futuro -por lo que deben vivir al día con lo puesto, derrochando improductivamente su presente y consumiendo su vida con cualquier estupefaciente: como héroes malditos y reyes de callejón sin salida. Al ser dueños de nuestro programado futuro, los integrados podemos ser tenaces, sólidos y constructivos -como proyectiles apuntados a un blanco-. Pero sujetos a su presente, y sin posibilidades de futuro, los marginados están obligados a ser débiles, disolutos y destructivos -como restos de naufragio arrastrados por las olas-.

Por eso, qué chocante suena pensar que el respeto a la libertad individual implica legalizar cualquier droga. Hay individuos libres -varones adultos con empleo seguro- que por disponer de una vida asegurada pueden elegir entre su placer presente y su sobrevivencia futura -por lo que pueden drogarse con racional autodominio- Mientras que hay otros individuos menos libres -como los jóvenes desempleados o las amas de casa desanimadas- que, por carecer de una vida asegurada, están racionalmente obligados a preferir siempre la consumación de su presente, horrorizados por la inminencia de un futuro del que carecen. Por eso, jóvenes y mujeres necesitan drogarse para autodestruirse: por miedo a envejecer -al revés que para los varones integrados, para ellos su presente vale mucho más que cualquiera de sus futuros imposibles-. Y ¿cómo dar libertad de suicidio al que no tiene más remedio que elegir autodestruirse, para detener su futuro y congelar su presente?

Por tanto, antes de legalizar las drogas hay que legalizar el pleno empleo para todos: pues dar libertad de suicidio a quien no tiene libertad de empleo parece casi un genocidio. Que es lo que está sucediendo en España ahora mismo -por su récord europeo absoluto en desempleo, violencia, drogadicción y marginamiento-, con una generación de jóvenes sometida al más grave proceso de sistemática autodestrucción.

¿Y no recuerda esto demasiado a la España del Barroco, casticista y estamental, absentista y amortizada, con ruina económica pero exhibición suntuaria, con regresión demográfica pero espectacular representación sacramental? También entonces la cuna y la casta sentenciaban las vidas que se autoconsumían. Y entonces, como hoy, tampoco había posibilidades de integrarse para los jóvenes, que se recluían monásticamente de por vida en celdas donde mortificar sus cuerpos para amortizar sus almas -como se amortiza la juventud actual al mortificar su salud recluida en celdas de cerveza, claustros de ginebra y santuarios de heroína.

La tradición estamental parece renacer de nuevo, regresiva: la misma falta de cultura productiva, el mismo fracaso industrial, el mismo rentismo especulativo -en fincas rústicas, urbanas o financieras-, la misma escasez de capital, la misma infrautiliz ación de los recursos humanos. España, un país de almas muertas y vidas amortizadas: hoy como ayer nos faltan cinco millones de puestos de trabajo. Y en su ausencia, la marginación se consume y consuma enclaustrada en sus calles y en sus barrios, dividida y vencida.

¿Hay solución?: podría haberla. El ahorro nacional de 15 años, de ser productivamente invertido, podría llegar a crear esos cinco millones de empleos. Pero se oponen férreas resistencias y formidables obstáculos: la triple línea de sombra del rentismo especulativo de propietarios y empresarios -que sólo reinvierten productivamente ínfimas fracciones de sus suculentos dividendos-, el rentismo salarial de trabajadores y empleados -que anteponen subidas de sueldo a creación de empleo- y el rentismo monetarista del Gobierno -que rentabiliza la especulación elevando los tipos de interés, y antepone el gasto público consuntivo a la inversión infraestructural multiplicadora del empleo- Mientras siga siendo más rentable el improductivo rentismo de unos y otros que la inversión productiva creadora de riqueza y generadora de empleo, la casticista regresión estamental seguirá estando dolorosamente vigente.

Parece, pues, necesario reaccionar. Y proponer dos objetivos nuevos de lucha para las fuerzas del progreso. Primero, superar la ya insuficiente redistribución keynesiana de la renta mediante una nueva y adicional redistribución keynesiana del empleo. Y segundo, caminar hacia la progresiva abolición institucional de la herencia familiar, mediante la sustitución de la actual propiedad privada heredable por una nueva propiedad personal meritocráticamente acumulada, pero intransmisible por herencia familiar -superando así la falsa solución estalinista de la propiedad nacionalizada o estatal-: éste sería el único modo de erradicar la casticista regresión estamental, eliminando el poder de la cuna y la casta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_