Los grandes emigrados europeos a Hollywood, en la sección paralela
Una inteligente y atractiva sección paralela, ingeniosamente titulada Extraños en el paraiso, saltó ayer al proscenio de la Seminci. En ella se explora ni más ni menos que la decisiva contribución de los cineastas de Europa al milagro del Hollywood de la edad dorada, lo que equivale a decir a la cumbre del cine. Contrastó esta brillante idea con la mediocridad de las dos películas en concurso y con la presencia en Valladolid del productor norteamericano Samuel Bronston.
En la sección competitiva se exhibieron el filme argentino de Alberto Fischerman Las puertecitas del señor López y el húngaro, dirigido por Zsolt Kezdi-Kovacs, Los gritos. Ninguno de los dos despertó entusiasmo, sino más bien la alarma del aburrimiento.La película argentina, que busca desesperadamente ser original, es en realidad deudora de otros filmes, en especial el que hizo famoso al cómico norteamericano Danny Kaye, La vida secreta de Walter Mitty, que es la historia de un chupatintas tímido y soñador que encuentra en sus fantasías una inesperada revelación de su identidad y una vía de acceso a la vida que le rodea. Planteada en clave de comedia, esta película se resiente de su solemnidad y del exceso de carga alegórica que pesa sobre ella, y que la convierte en un filme pedante e intelectualizado, lo que destruye su ambición cómica. A la postre, la pretendida comedia resulta ficticia y algo cargante; es decir, una anticomedia.
El otro filme en concurso fue el húngaro Los gritos, que una vez más vuelve sobre la obsesiva fijación del cine de este país en los acontecimientos, y sus derivaciones existenciales posteriores, de la rebelión de 1956. La película tiene enfermas sus raíces, pues su planteamiento audaz, que es de los que enganchan la atención del espectador, poco a poco deriva hacia una rutina invasora.
Tópicos
Durante sus primeros 15 minutos, Los gritos parece decir algo nuevo, pero la hora y cuarto restante se convierte en un compendio de tópicos y de antiguallas, que desemboca en un final que pretende ser duro y que resulta blando de puro sabido, pues cada plano anuncia el siguiente y cada acción presagia la que le sigue, sin engendrar nunca la menor sorpresa.Este gris día de la sección oficial contrastó con la luz que trajo a las pantallas de la Seminci la serie de proyecciones de Extraños en el paraíso, que despiertan la memoria de la incalculable contribución que los cineastas europeos, sobre todo de la época de entreguerras, hicieron a la edad dorada de Hollywood. Baste con enunciar que entre estos extraños en el paraíso suenan los legendarios nombres de Erich von Stroheim, C. W. Pabst, Max Reinhardt, William Dieterle, Henry Koster, Anatole Litvak, Julien Duvivier, Fritz Lang, Jean Renoir, Alfred Hitchcock, Michael Curtiz, Robert Siodmak, Jean Negulesco, Joe May, Otto Preminger, Max Ophuls, Zoltan Korda y Mitchel Leisen, entre otras luces de aquel paraíso del cine que fue la California de los años 1933, fecha de subida de Hitler al poder, y 1950, comienzo del éxodo como consecuencia del aterrizaje del fascismo norteamericano sobre el mundo del cine. El historiador John Russell Taylor, en un precioso libro editado por la Seminci, como complemento analítico de este revelador ángulo de análisis de la historia del cine norteamericano, habla de los filmes de los cineastas antes citados.
Otra noticia, reverso de la anterior, fue la recepción oficial de la semana vallisoletana al famoso productor norteamericano Samuel Bronston. Ayer se proyectó El Cid, que él produjo y dirigió Anthony Mann a finales del año 1961. En una próxima jornada, Samuel Bronston se someterá a una conferencia de prensa que promete ser interesante, tanto por el buen recuerdo de algunos de los filmes que produjo aquí en aquellos años, a caballo de las décadas cincuenta y sesenta, como por su oscura salida de España por las puertas traseras de la industria y casi en el anonimato.
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