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Crítica:'JAZZ'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pobre Cecil Taylor

Lo malo del arte de nuestro tiempo es que, como todo, depende de la moda. Cecil Taylor, músico revolucionario y maximalista, surgió en una época que conectaba con sus posturas, y fue encumbrado por unos listos que sabían mucho de estructuras y niveles, y vaticinaban para ya mismo el exterminio de las clases opresoras. Pero luego las cosas no evolucionaron así, y a lo que llegamos fue a estos dichosos tiempos en los que priva lo light y lo minimal, y el piano se ha vuelto un juguete inocuo en manos de los Wim Mertens y George Winston.En el intervalo, Cecil Taylor ha cambiado mucho de imagen, y no hubiera pasado nada si además hubiera cambiado de sonido: la mentalidad light acoge muy bien que se mude de chaqueta, sobre todo si es para mejorar. Pero la gente del jazz anda siempre algo despistada, y eso de renegar de los principios no le parece bien. A Cecil Taylor, nada en absoluto. En sus conciertos sigue enteramente fiel a sí mismo. Es Cecil Taylor incluso antes de que suene la primera nota, desde los cantos y bailes que hace al principio acaso para conjurar el miedo escénico, y un poco también para traspasarlo al auditorio.

Cecil Taylor, piano

Colegio Mayor San Juan Evangelista.Madrid, 19 de octubre

Pero eso era antes. En el San Juan, en octubre de 1988, la ceremonia inaugural de Cecil Taylor lo que consiguió fue despertar el pitorreo de los tres o cuatro graciosos que nunca faltan, y que a su vez provocaron la indignación de uno de los pocos que sabían de qué iba el asunto. Total, que no había sonado todavía el piano y ya la teníamos liada.

Huracanes

Cecil Taylor, a lo suyo, se sentó en la banqueta y empezó muy tranquilo, pero a los pocos minutos ya le teníamos desencadenando sobre el piano auténticos huracanes por los que aparecían, náufragos extraños en el vasto remolino, los fantasmas de Ravel, Monk y hasta Manuel de Falla. Todo ello organizado con un sentido de la forma secreto pero tenaz, y enunciado con una claridad el-Iposátiva inconcebible, digna de virtuosos de la ejecución clásica como Maurizio Pollini o Arturo Benedetti-Michelangeh.Parte del mérito hay que atribuírselo al piano Steinway, que soportó el chaparrón con esto¡cismo ejemplar. No así otros elementos, pues al cuarto de hora falló no sé si un micrófono o un altavoz; el caso es que falló el sonido, cosa que en el San Juan no suele pasar. Cecil Taylor reaccionó volviendo a los cánticos y prosíguió con un pasaje alucinante sólo para la mano izquierda. Pero la derecha no resistió mucho la nostalgia del teclado y pronto volvió sobre él, castigándolo y golpeándolo cuantas veces le convino. Pocas veces se ha visto semejante energía.

Pero lo malo de la energía es que también va con modas. Primero no importaba derrocharla, luego hubo que ahorrarla y ahora a nadie le importa la energía. Es como Cecil Taylor, elogiado y denostado por cosas que no tienen que ver con él. Pobre Cecil Taylor. Adorno escribió una defensa de Bach frente a sus partidarios. A Cecil Taylor hay que defenderle de sus partidarios de sus detractores.

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