Retrato de familia en el infierno
La rebelión y la culpa, en el teatro del más importante dramaturgo norteamericano
O'Neill había concluido a principios de los años cuarenta un dra ma que no dio a la publicidad. Era algo demasiado íntimo y doloroso y dispuso que no se publicara ni estrenara hasta transcurridos 25 años de su muerte. Esto hubiera significado que A long day's journey into night no se habría conocido hasta 1978. Felizmente, su esposa, Carlota Monterrey, permitió el estreno en Suecia en 1956, tres años después de la muerte del dramaturgo. [El próximo miércoles el Teatro Español de Madrid estrena esta obra con montaje de Miguel Narros y William Layton.]Inmediatamente vino el estreno americano y muy pronto su filmación (Sidney Lumet, 1961). Se trata de una obra estricta mente autobiográfica hasta en los mínimos detalles, y este carácter nos ilumina considerable mente sobre la naturaleza de la dramaturgia de O'Neill.
Un paisaje recurrente
No es que O'Neill escribiera siempre la misma obra -algo que sucede en ocasiones y que no es en principio censurable-, pero A long day's nos permite comprender un elemento esencial de ese desigual y portentoso itinerario creativo.Ese elemento está en el paisaje o decorado de la gran mayoría de las obras teatrales de O'Neill, en el que la acción transcurre o del que proviene, que es fuente del dolor esencial de la existencia y al mismo tiempo el único que puede otorgarle sentido, que impulsa a la felicidad y que siempre impide su logro: es la familia, pues en el creador del moderno drama norteamericano la familia es siempre, e inexorablemente, una presencia infernal, latente o manifiesta.
Entre las últimas obras concluidas por O'Neill, que estuvo sus últimos años sin poder escribir ni corregir por su enfermedad, se encuentran algunas de sus piezas menos interesantes, como las dos supervivientes de un ciclo de siete dramas que proyectaba alrededor de varias generaciones durante los siglos XIX y XX en su país. Son A touch of the poet, cuyo origen se remonta a finales de la década de los veinte, y More stately mansions.
Al margen de la calidad, que acaso el propio O'Neill habría mejorado de haber podido, en especial la última, que conocemos en una versión abreviada de un manuscrito realmente inmenso depositado en Yale, estas piezas nos descubren el tema del infierno familiar como trama esencial de la acción: el risible y al mismo tiempo dignísímo Melody de la primera es una variante del padre tiránico (cuyo modelo es otro fracaso humano, el viejo Tyrone de A long days, es decir, James O'Neill), pero, sobre todo, la nueva y vampírica familia formada ya en Mansions por la encantadora pareja cuyo amor triunfa, en A touch.
En las dos grandes obras maestras de O'Neill, que acaso son Strange interlude (1928) y Mourning becomes Electra (1931), la familia es algo más que paisaje. Electra es una sublime y violenta recreación de la tragedia de los átridas y bebe en lo esencial del drama ático: el mal está encerrado en el seno de la familia, en la rebelión contra los dioses (la hybris) y en el ejercicio del poder. Pero O'Neill pone el acento en el primer punto y, como en los atenienses, la culpa -familiar- viene de antiguo y acaso prosiga tras terminar la última de las tres piezas que constituyen esta amplia y bellísima obra. También es amplia Strange interlude, obra de cinco o seis horas de duración y de muy comprometido montaje. En ella, la envenenada relación con el padre es el pretexto que pone en movimiento el largo viaje de la protagonista al borde del abismo (algunos dirían en busca del absoluto) para llegar finalmente al dolor de un medio familiar cuyo sutil amargor no parece sin embargo, la peor de las soluciones, aunque sí el menos eleva do de los errores.
Drama en estado puro
Desire under the elms (1924) es el drama familiar en estado puro en un medio rural hostil y brutal que los hermanos van abandonando y en el que el benjamín se mantiene, pese a la vesania del padre, para encontrar el amor en la nueva esposa de éste, un amoincestuoso que lleva, además, al infanticidio. También hay unos hermanos que abandonan al padre y el indeseable medio rural en la tardía A moon for the misbegotten. Sólo se queda allí una hija inocente, atlética y fea, aparente mente pretendida por un alcohólico irrecuperable que no es otro que Jimmy Tyrone, uno de los hijos de A long days, es decir, el hermano mayor de O'Neill. Es la época final de O'Neill en que los personajes ya no tienen proyecto, sólo se enfangan en el autoengaño. Lo mismo que los golfos que pueblan The iceman cometh, tras cuyas mentiras (ya no sueños, como no lo son los de Melody en A touch of the poet) hay el asesinato de una esposa y la denuncia a la policía de una madre. También se evadía de la realidad y de su familia el pobre Bartlett de Cold (1921), empeñado en que aquella chatarra que enterró en la isla es un tesoro.
En cambio, Robert Mayo, el protagonista de Beyond the horizon (1918), no fue capaz de trascender la realidad, se negó a atravesar ese horizonte como era su vocación y renunció a sí mismo mediante la formación de una familia -por amor, claro- que será condición de su triste fin. Sólo parece haber cierta belleza en el medio familiar (nunca felicidad) cuando alguna circunstancia enfrenta al núcleo contra la sociedad, como en la pareja multirracial de All Gods Chillum got wings o la pareja acosada de The first man. Ni siquiera la disolucin del vínculo con el padre es suficiente: la protagonista de Anna Christie se ha dedicado a la prostitución tras la pavorosa vida familiar con sus tíos y primos, lejos de su propia familia nuclear. ¿Qué será de la familia que funda esta deliciosa mujer con un bravo marinero que no ignora su vida anterior?
Pero también está el caso de Ema Crosby, protagonista de Diff'rent (1920), que no llega a formar una familia, a seguir los dictados de su amor, por la rigidez de su estrecha mentalidad.
La vida se vengará de ella cuando muchos años más tarde caiga en el lamentable ridículo de intentar seducir a un chulillo sobrino suyo que podría ser su hijo. Y es que, en O'Neill, sí la familia está en el infierno, fuera de la familia no hay salvación.
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