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Movimientos sociales en el Magreb

Bernabé López García

En una reciente entrevista, realizada con posteridad a la cumbre árabe de Argel convocada para respaldar la revuelta de las piedras palestina, el presidente argelino, Chadli Benyedid, aseguraba que "el mejor- garante de un porvenir digno, tanto con vistas al desafio demográfico como al del crecimiento económico y, a un nivel más general, al de la realización de nuestros objetivos sociales lejanos, es la formación de calidad -humana, científica y técnica de la juventud" (Arabies, julio/ agosto de 1988). Pocos meses después, la juventud del que se consideraba el país más estable del Magreb protagonizaba, piedras en mano, otra intifada contra sus propias autoridades, herederas de una revolución popular que sirvió de modelo a tantos procesos de liberación.El estallido reviste unas características muy similares a los producidos en los países vecinos en 1981 (Marruecos) y 1983-1984 (Túnez y Marruecos): lucha contra la carestía como móvil inmediato, espontaneidad del movimiento, extensión como mancha de aceite a diversos puntos del país a pesar del control de la información, desbordamiento de los cauces de encuadramiento de la población (partidos y sindicatos) y participación masiva de la juventud y los parados. Por encima de las diferencias entre los regímenes de estos tres países, muchos son los puntos comunes en sus estructuras para producir efectos tan similares.

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La sociedad argelina ha sufrido profundas transformaciones desde la independencia. Con una tasa de crecimiento demográfico del 3,2%, su población ha pasado de nueve millones en 1962 a más de 17. en 1978, y de 25 en la actualidad. Si en los primeros 15 años tras la independencia la población se duplicó, la población urbana se multiplicó por cuatro en el mismo período, alcanzando los ocho millones en 1980, más del 40% de los habitantes. Este incremento de la población urbana vino motivado por un éxodo rural sin precedentes, calculado en torno a las 130.000 personas por año, que produjo desequilibrios y tensiones sociales, fruto del crecimiento paralelo de las necesidades. Pero procedió también de una política de industrialización que modificó la estructura social, multiplicando por seis la población asalariada y por 12 el sector de los obreros industriales (dos millones y medio y 400.000 personas, respectivamente, en 1979).

Desequilibrios

Resultado de estas transformaciones y desequilibrios es la cifra oficial de parados de un 17% de la población activa, que no podrá absorber la creación de 950.000 empleos prevista por el plan quinquenal 1985-1989. No se olvide que en 1983, el 57,41 % de la población contaba con menos de 20 años, que cada año nacen 850.000 argelinos y que la desproporción entre la población productiva (de 18 a 59 años) y la población activa real es notoria (40,1% frente a un 17,4%.). Si se cuenta que la mitad de la población productiva la constituyen mujeres, generalmente no empleadas o mal empleadas, puedeafirmarse que en Argelia se observa la clásica desproporción de los países en vías de desarrollo entre las capacidades de las fuerzas productivas y las necesidades de la población.

Otro dato a tener en cuenta es el desigual reparto geográfico de la población. El 96% de ella vive en lo que se denomina Argelia útil o fértil, al norte, en los viejos departamentos coloniales de Argel, Orán y Constantina, que sólo ocupan el 17% de la superficie del país. Si la densidad media de población es de jO,4 habitantes por kilómetro cuadrado, alcanza casi los 400 en las wilayas de Argel y Orán. Sólo en la primera de ellas se concentra además el 14% del empleo total del país, y, de continuar el ritmo observable desde 1980, hay riesgos de que se acumule de aquí a 20 años el 70% de la población en lo que sólo constituye un 1 % de la superficie.

. El reciente estallido social ha sido sin duda la más fuerte sacudida de protesta de la historia de la Argelia independiente. Pero el cuarto de siglo transcurrido no ha sido, sin embargo, un período de paz social. Los últimos años del mandato del anterior presidente Bumedian estuvieron dominados por una conflictividad laboral que desbordó el marco de un sindicato (UGTA) demasiado subordinado al aparato del partido único. A pesar de la consideración de la huelga como delito social, las subidas de precios, la congelación salarial y los problemas de vivienda, transporte y servicios, que contradecían en la realidad diaria el discurso oficial de la Carta -Nacional de 1976, se registraron 521 huelgas en 1977 y otros tantos conflictos no huelguísticos en las cuatro grandes ciudades de Argel, Orán, Constantina y Annaba, que aglutinaron el 46% de la conflictividad registrada en el sector estatal y el 26% en el sector privado.

La envergadura del movimiento, que llegó a paralizar estas ciudades en el verano de aquel año, obligó al presidente a intervenir directamente para poner fin a los acontecimientos con el anuncio de subidas salariales. Hay que recordar el paralelismo con las revueltas de 1983-1984 en Túnez y Marruecos, que terminaron también con intervenciones personales de los respectivos jefes de Estado anulando las subidas de precios.

Reestructuación

Los acontecimientos de 1977 afectaron profundamente la vida política argelina, procediéndose a una reestructuración del aparato del partido y de las organizaciones de masas. En la cúpula de dirección de la UGTA se incorporaron, gracias al papel desempeñado por el coronel Yahyaui, algunos miembros del Partido de Vanguardia Socialista (ex PCA), que, pese a su ilegalidad, ha mantenido un apoyo crítico al régimen. Aquellos cambios fueron interrumpidos a fines de diciembre de 1978 a la muerte de Bumedian. La elección de Benyedid va a expresar nuevos compromisos y una nueva política que se orienta a una liberalización progresiva en lo económico.

La nueva política pretende corregir los desequilibrios producidos por la estrategia industrialista de la etapa anterior. Se aumentaron las inversiones con destino a la agricultura, se atacaron algunas de las causas de la conflictividad social (vivienda, educación, empleo), reconociéndose un nuevo papel a jugar por el sector privado, que amplía su participación en la economía.

Pero la crisis de octubre de 1988 traduce las insuficiencias del sistema: la excesiva dependencia de los hidrocarburos (98% de las exportaciones, expuestas a oscilaciones en los precios que hicieron perder a Argelia, junto a la baja del dólar, un tercio de sus recursos previstos en 1986), la dependencia alimenticia del exterior (necesita importar hoy casi la mitad de los cereales necesarios) y la deuda exterior, cuyo pago absorbe un tercio de las rentas de la exportación.

También en el dominio político el estallido de los últimos días revela las insuficiencias del sistema. Mientras en el vecino Túnez la vida oficial se abre hacia el reconocimiento de un pluralismo que afecta -de facto- hasta la Tendencia Islámica, pretendiendo resolver así la crisis de participación que acusan las sociedades magrebíes de los años ochenta, Argelia se encierra en un monolitismo que ahoga su sociedad civil y arriesga incubar, como alternativa, una corriente islamista en la que la juventud crea encontrar sus necesidades de identidad.

Bernabé López es profesor titular de Historia Contemporánea del Mundo Árabe en la Autónoma de Madrid.

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