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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estado de sitio en Argel

DESDE EL pasado domingo se suceden en Argel las huelgas, disturbios, actos de vandalismo y protestas. El miércoles pasado, centenares de jóvenes, en su mayoría colegiales o universitarios, ocuparon las principales calles de la capital, destrozando a su paso cuanto escaparate, cristal, automóvil o papelera se les ponía delante. Como consecuencia de ello, y después de que las fuerzas del orden reprimieran con dureza las manifestaciones, ha sido declarado el estado de sitio y se ha establecido el toque de queda en Argel y su región. Aunque las noticias están sin confirmar, habrían muerto dos jóvenes a consecuencia de los disparos hechos por el Ejército.Las razones de este súbito estallido de indignación popular son de tres órdenes. En primer lugar, existe un descontento generalizado que nace de una situación económica cada vez más deprimida. No es la primera vez que ocurre en el Magreb. Baste recordar las huelgas del pan que tuvieron lugar en el norte de Marruecos y en Túnez en enero de 1984. En el caso de Argelia, una población con fuerte tasa de paro o, en el mejor de los supuestos, con los salarios congelados, tiene que hacer frente a la continuada subida de los precios de la sémola -base de la alimentación-, de la carne y el pescado, de las verduras y de la fruta. La indignación ha llevado a las gentes a la calle con una plataforma de reivindicación aún bastante modesta: se trata simplemente de que se les garantice un poder adquisitivo sostenido. En esas condiciones, la Unión General de Trabajadores Argelinos (UGTA), el sindicato encuadrado en el partido único, el FLN, aun condenando el vandalismo, no ha tenido más remedio que apoyar las exigencias legítimas de un pueblo que aspira a mejorar su suerte. La economía argelina, como en la mayor parte de los países tercermundistas productores de petróleo, se ha basado tradicionalmente en el abundante flujo monetario que le proporcionaban el crudo y el gas. Con la caída estrepitosa de los precios en los últimos meses, las dificultades se han agravado hasta límites insospechados.

El segundo de los elementos que aparecen en la crisis argelina del momento es, sin duda alguna, la juventud de su población. El 75% de los argelinos tiene menos de 30 años de edad. Eso, que hacia el futuro es un capital extraordinariamente positivo, puede tener repercusiones negativas a corto plazo. Los jóvenes argelinos, que no vivieron la revolución de los años cincuenta y, lo que es peor, no vibran cuando aquellos logros les son presentados como justificación de sacrificios presentes, quieren otro nivel de vida. Reclaman empleos bien remunerados y un estilo de vida más atractivo, que les acerque al bienestar, mítico para ellos, de la joven sociedad europea.

El tercer elemento explicativo de esta crisis podría ser la aparición de alguna forma de desafío al presidente. El reto vendría de los sectores más radicales del FLN, cuyo VI Congreso se celebra en diciembre. Podría ocurrir que los disturbios hubieran sido cuidadosamente estimulados por algún sector del partido que estuviera en desacuerdo con el pragmatismo más liberalizante imprimido al régimen por Chadli Benyedid desde que accedió al poder. Queda en pie la incógnita de si, en las revueltas de ahora, como en las de Constantina hace dos años, puede adivinarse la mano del fundamentalismo islámico. Si tal fuera el caso, los Gobiernos de la otra ribera del Mediterráneo deberían seguir atentamente la marcha de los acontecimientos y estar dispuestos a prestar su ayuda al presidente. El anclaje de Argelia a Europa, el alejamiento de cualquier amenaza fundamentalista y de las repercusiones negativas que ésta pudiera tener en el Magreb son cuestiones que no pueden sino interesar poderosamente a los europeos.

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