Las Alemanias
LAVISITA de Erich Honecker, además de responder a la necesidad de que España intensifique los contactos con un país con un desarrollo industrial apreciable, viene a suponer una cierta corrección de una deficiencia de nuestra política exterior: el escaso interés prestado a los países del Este de Europa. Los cambios positivos que. se han dado en los últimos años en las relaciones Este-Oeste subrayan la necesidad de un intercambio más intenso con los países del bloque soviético. A diferencia de otros países de Europa occidental, la diplomacia española ha sido bastante pasiva en este terreno. El viaje de Honecker y el anuncio de la visita a Madrid, el mes próximo, del jefe del Gobierno húngaro, suplen, por el momento, esa inacción.La visita de Honecker permite también a España conocer mejor los diversos ángulos del problema alemán, decisivos para el futuro de nuestro continente. Si en los momentos más agudos de la guerra fría el enfrentamiento entre los dos Estados alemanes fue particularmente enconado, hoy asistimos a un proceso contrario. El acercamiento entre la URSS y EE UU ha provocado una mejoría sustancial de las relaciones entre las dos Alemanias. La comunidad nacional de lengua y de cultura es un factor que desborda las barreras ideológicas. Hace falta recordar, en este orden, la figura singular de Franz Josef Strauss, personalidad importante de la historia alemana de posguerra que acaba de morir. Su posición conservadora y radicalmente anticomunista no le impidió realizar constantes esfuerzos para estrechar las relaciones con la República Democrática Alemana.
Decir que este proceso de mejoría de las relaciones entre las dos Alemanias -a la que Honecker ha contribuido con su viaje a Bonn el año pasado- no suscita reticencias en Europa sería exagerado. Aún quedan reductos -poco significativos- en los que anida el temor a que las dos Alemanias puedan unirse y colocarse en una posición neutralista y no beligerante con la Unión Soviética. Temor absurdo, ya que planes de ese género suscitarían en Moscú -donde están aún abiertas muchas heridas de la Segunda Guerra Mundial- un rechazo quizá más radical aún que en Occidente.
En Europa predomina una opinión, netamente favorable a la actual mejoría de las relaciones interalemanas, y España ha manifestado muy claramente esta actitud durante la visita de Honecker. Los progresos de la distensión entre la RFA y la RDA se inscriben en un marco más general y deben ayudar a que, en el conjunto de Europa, se abran puentes entre el Oeste y el Este. Pero en esa perspectiva las relaciones entre Estados no pueden separarse de las relaciones entre los pueblos. Lo recuerda en Berlín la permanencia de un muro cada vez más obsoleto. Con razón ha subrayado el Rey de España, en la cena ofrecida al presidente de la RDA, la necesidad de que los ciudadanos tengan la posibilidad de viajar de un país a otro, de conocerse, de apreciar los méritos de los diferentes sistemas. Palabras oportunas, ya que la RDA es uno de los países del Este más renuentes a seguir el camino reformador de Gorbachov. Con una actitud dogmática frente a la reforma interior, Honecker reduce la eficacia de su aperturismo de cara al exterior. Después de todo, los derechos humanos y las libertades políticas son hoy valores universales que desbordan las fronteras de los Estados.
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