El sueño del fraile
El frailecillo debió tener sueños terribles en las noches de la España enferma y reprimida de su tiempo: paranoica por el honor y su depósito en el sexo físico de la mujer; como tantos otros autores, pudo convivir quizá con sus demonios llevándolos al teatro, y así creó este mito, aunque él no supiera nunca que iba a llegar a serlo, de Don Juan. Lo revistió de las debidas condiciones para su representación: el tema de la gracia, tan propio del pensamiento de su actualidad, que no llega si se deja el arrepentimiento para demasiado tarde. Puede que en la formación del mito se añadiera también algo de su obra -otra pesadilla- La devoción de la cruz, en la que aparece la redención de los pecadores, vendaval también de pasión y de sacrilegio. Hasta nuestros mismos días, Don Juan sobrevive, interpretado, añadido, analizado, exaltado por unos cientos de escritores y músicos mundiales. La idea de que Don Juan es un personaje extinguido en sociedades como las actuales no obedece a ninguna realidad objetiva. Podía suponerse en todo caso que hay Doñas Juanas o las ha habido siempre -y en La devoción de la cruz aparece una de elllas, y bien ruda- y que los seductores se emplean en la actualidad con objetivos que valoran más que el de la sexualidad, que hoy ya no invita a transgresiones tan audaces. Siempre que nos alejemos de la abundancia de violadores, a cuyo tipo, parece más bien pertenecer el personaje de esta versión.El Burlador de Adolfo Marsillach, sobre adaptación de Carmen Martín Gaite, es burlón, con acentuación de lo cómico. Muchas veces, una parodia. Está impregnado de la propia personalidad de este director, de su tendencia a la ironía, a la farsa y al escepticismo, y sin duda de su visión paternalista del drama sagrado original, Es muy frecuente ver desde nuestro tiempo con ese paternalismo el pasado, que nos parece ingenuo y torpe, menor de edad con respecto a nosotros, que creemos que sabemos tanto. Muchas escenas de personajes relativamente secundarios, generalmente los que tienen alguna representación de poder y en los que reside la represión y el castigo terrenal, son meramente cómicas, con añadido de acciones secundarias en las que se reduce a pequeños y tontos seres cotidianos a los terribles personajes en quien se puso la esencia del castigo. Don Juan mismo no es tanto un seductor, un cautivador, sino un gallo que salta sobre las mujeres como si fueran gallinas; tontitas ellas muchas veces, como víctimas de la infausta conversión que se hacía de ellas en vestales que debían guardar el honor de. todos los demás.
El condenada por deseconfiado o Convidado de piedra
Autor: Tirso de Molina, versión de Carmen Martín Gaite. Intérpretes: Cristina Murta, Juan Leyrado, Enzo Bai, Jorge Mayor, Roberto Castro, Roberto Mosca, Sergio Corona, Ingrid Pellicari, Roberto Ibáñez, Patricia Gilmour, Roberto Carnaghi, Antonio Llago, Patricia Kraly, Adriana Filmus, Rafael Rodríguez, Leopoldo Verona, Jorge Petraglia, Osvaldo de Marco, Horacio Peña, Horacio Roca, Andrés Turnés, Miriam Ortiz, Sergio Corona, etcétera. Coproducción de la Compañía del Teatro Municipal San Martín, de Buenos Aires, con la Compañía Nacional de Teatro Clásico de Madrid. Música de Luis María Serra. Escenografía y vestuario: Carlos Cytrynowski. Dirección: Adolfo Marsillach. Teatro de la Comedia, 27 de septiembre.
Como Molière y Da Ponte
La versión de Carmen Martín Gaite tiende también a disminuir la historia y sus misterios: se come muchos versos, inventa otros propios -e incluso escenas- para que lo lineal de lo que pasa pueda ser comprensible y predomine sobre sus efectivamente prolijas explicaciones; cambia el final y convierte al criado en el proclamador del epitafio de Don Juan y de su propia desgracia, como ya hizo Molière y el libretista de Mozart, Da Ponte; ahorra la escena de las promesas reales de bodas, que, además del recurso clásico para que todo terminase bien, venía a significar que, muerto Don Juan y en el debido infierno, las aguas se cerraban de nuevo y todo seguía pasando por lo mejor en el mejor de los mundos posibles. El verso suena bien, le ha dejado los característicos ripios de su tiempo, pero algunas de las famosas frases se pierden; no por ella, sino por la mala interpretación.Cytrynowski se añade a ello con una escenografía de cuento infantil, con la ingenuidad propia, con los pequeños añadidos de atrezzo y vestuario que lo aniñan todo, con su barquito pasando al fondo arrastrado por cuerdas internas. Don Juan está vetido de rojo de pies a cabeza entre todos los demás, que tienden al blanco. Los trajes son de corte romántico, con algunas concesiones libres y otras al folclore andaluz español; Don Juan viste con lo que parece ser un traje campero, pero, queda dicho, como un pimiento. O como la cresta del gallo cuyo comportamiento imita compulsivamente (porque otras investigaciones, otras interpretaciones, como la de la figura libertaria del transgresor de lo prohibido o del hombre que rasga la durísima corteza de la sociedad, aun a costa de su vida y de su alma, son ajenas a esta versión).
La compañía, formada en su mayor parte por miembros del Teatro Municipal General San Martín, de Buenos Aires, da la impresión de ser mala. No es el acento argentino lo que molesta; más bien su represión, más acentuada en unos que en otros. Queda una mala prosodia. No se les ve a gusto en esta versión, en esta interpretación donde los versos suenan poco y divididos en renglones -verso a verso, sea cual sea el sentido de la frase-. No ha debido de poder trabajar a su gusto Marsillach con ellos, o ellos con Marsillach, en esta forma de farsa de lo que era un drama. Don Juan -Juan Leyrado- destaca naturalmente por su color rojo, sus saltos sexuales y sus retorcimientos luciferinos; y Catalinón -Roberto Carnaghi-, con el papel siempre agradecido del cómico, con este regalo final de la necrología que te ha hecho Carmen Martín Gaite.
Hubo aplausos fuertes, algunas risas al principio, más atención en la segunda parte -que está más viva, más truculenta- y ovaciones especiales para Adolfo Marsillach.
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