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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El juego de Obiang

EL PAPEL de España en el proceso de nacimiento de Guinea Ecuatorial a la vida independiente, y en los años transcurridos desde entonces, ha sido un modelo de ineficacia y descontrol. Las indecisiones sobre cómo influir en Malabo, sobre la necesidad de ejercitar virtudes democráticas o intervenir militarmente en determinadas ocasiones, de romper todo contacto o sufrir pacientemente las sinrazones de nuestra ex colonia, han marcado un camino jalonado de incongruencias y giros políticos repentinos. Por mucho que el Ministerio español de Asuntos Exteriores haya puesto cierto orden en la cooperación con Guinea Ecuatorial en los últimos años, ello no redime la poco modélica trayectoria colonial de España. No es eso lo que importa hoy, sin embargo. La Cámara de Diputados, a través de una comisión de estudio que se desplaza en fecha inmediata a Malabo, tendrá la última palabra, por el momento, de esta interminable historia. Hasta que emita el resultado de sus investigaciones y ponga al Gobierno frente a sus responsabilidades, si es que las hay, poco puede añadirse.En todo caso, empieza a ser hora de que el presidente Obiang decida de una vez lo que quiere que su país llegue a ser en el futuro. Nadie más que él puede hacerlo. Y, en lo que respecta a sus relaciones con España, tendrá que elegir entre un sistema de vínculos razonable y equilibrado o el actual de chantajes, bastante infantiles, que el Gobierno español nunca va a aceptar. El pintoresco espectáculo del presidente Obiang decidiendo, desde París, venir a entrevistarse a Madrid con el presidente González, para inclinarse por la actitud contraria 48 horas más tarde, al parecer porque el ambiente que iba a encontrar en la capital española sería hostil, es tragicómico. ¿Ha querido utilizar su nueva relación con Francia para presionar a España? Si es así, parece que ha equivocado el camino.

Si el presidente Obiang quiere introducir a Guinea en el área francófona de África, donde su país está geográficamente enclavado, nadie se lo va a impedir desde España. Hace ya cuatro años inició su aproximación a aquélla, sometiéndose a la disciplina de la zona monetaria del África francófona, que le va a resultar bastante más dura que la generosidad de los contritos gestores financieros españoles. Obiang no parece capaz de medir realmente los riesgos en que le hacen incurrir sus propias manifestaciones. Si, como ha dicho en París al expresar su deseo de integrarse en la zona francófona, en tanto que "único país bantú de lengua española del África ecuatorial", se sienten huérfanos, acusando con ello a España de abandono, que se atenga a las consecuencias. Ayuda, a raudales y anárquica, no le ha faltado. Es preciso hacer comprender ahora a las autoridades ecuatoguineanas que les ha llegado la mayoría de edad y que deben volar por su cuenta.

No es ésta una recomendación de abandono. España no puede dejar solos a los opositores del régimen de Obiang, no puede abandonar sus intereses legítimos, no puede olvidar que existe una población hispanohablante, no debe dejar que se pudran los servicios esenciales de salud pública y comunicaciones. Lo que debe hacer es asegurar la correcta gestión de las inversiones que allí se hagan, con seriedad y sin despilfarros. Por otra parte, el Gobierno de Madrid es aliado, socio y amigo del de París, con el que colabora intensamente en muchas áreas más sensibles que ésta para sus intereses. ¿Por qué no analizar en profundidad la posible colaboración franco-española para el enderezamiento de los entuertos de Guinea Ecuatorial? No se trata de diseñar cortapisas imperialistas a un Gobierno soberano, sino de imponer cierta disciplina a una ayuda que, al fin y al cabo, prestan más o menos generosamente unos y otros. La primera oportunidad de tratar el tema puede ser la próxima reunión de ministros españoles y franceses, a principios de octubre.

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