España baila en Italia
Los artistas españoles que se reunieron para la gala del Bailar España de Reggio Emilia en la noche del domingo componían un elenco heterogéneo y el espectáculo que ofrecieron fue algo único: una ilustración de la riqueza del patrimonio cultural más vivo y pluriforme que hay en este país.Abrieron el recital de danzas Ángel y Carmelita Pericet, de la familia gracias a la cual no se ha perdido plenamente la joya histórica que es la escuela bolera, centro neurálgico de ida y vuelta entre los bailes populares españoles y la danza académica francesa. Su Maja y el torero y sus Sevillanas boleras, bailadas con la discrección, el encanto y la justeza del estilo arcaico, supieron a poco al público italiano.
Si las escuelas antiguas españolas impresionan a cualquier amante del ballet, la aparición del dantzari vasco -haciendo con toda naturalidad de aldeano los sauts de basque y los entrechâts primarios, originales, que son los únicos que no aparecen en ningún baile popular y que se incorporaron tal cual al repertorio español y al de la Academia- produce escalofríos.
El salto a las escuelas andaluzas, visto de esta manera y en este contexto, no pareció tan brusco. Gala Vivancos abrió camino con La boda de Luis Alonso, que bailó con gracia y contención, lejos de los amaneramientos a los que este estilo moderno, que ya es clásico, llega con tanta facilidad y manteniendo visibles los lazos con épocas anteriores al auge del flamenco.
Cuando éste llegó, se armó, aunque la cosa empezó en plan académico, con el Zapateado de Sarasate, interpretado por uno de los artistas del Ballet Nacional de España, Antonio Márquez, cuya juventud y entrega cautivaron tanto como su técnica. Mario Maya apareció después: quizá el mejor bailaor que hay ahora, con excesos discutibles en el movimiento de manos y brazos, pero ganándose el derecho, como todos los grandes, a innovar por donde le dé la gana.
Y para cerrar, Blanca del Rey, con su Soleá del mantón más discutible aún, pero a la que también al final sólo cabe rendirse, sobre todo porque en los bises se dejó del mantoncito y demostró tener más garra y presencia que nadie.
En medio de esa tremolina, Arantxa Argüelles representó el otro polo: estuvo más distante que nunca en su inmutable seguridad, con esa mezcla de alejamiento y timidez que le impide, a veces, entregarse. Al final se le escaparon algunas piruetas triples en los fouettés del Corsario de esas que quitan el hipo. El día que Arantxa Argüelles decida soltarse la melena e ir a por todas, ya pueden ir tentándose la ropa los flamencos.
Babelia
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