La sangría de la emigración
Una de las pruebas más concluyentes acerca del deterioro de la situación uruguaya es que los jóvenes siguen emigrando. No es el aluvión de los años del terror durante la pasada dictadura, sino una sangría que gotea cada día frente a las puertas del consulado argentino. No es que en el vecino país estén mejor, pero las dimensiones de Argentina y su mayor tamaño de mercado hacen menos dificil la supervivencia en lo que ahora se denomina, con tecnocrática ambigüedad semántica, economía informal.Con todo lo que significa para los uruguayos una democracia, que les permite dormir tranquilos sin el riesgo de que una patrulla militar los arranque de su casa en la madrugada, no es suficiente para evitar que abandonen el país. Y esto da la medida de la endeblez de una democracia que, además de tutelada, se ha quedado a mitad de camino en el tema de los derechos humanos.
Muchos se preguntan si un país de menos de tres millones de habitantes puede permitirse el lujo de seguir perdiendo población, con lo que conlleva de pérdida de la fuerza de trabajo más capacitada, sin poner en riesgo su propia supervivencia de pequeña nación. Uruguay, con una extensión de 178.000 kilómetros cuadrados, aprovechables en su casi totalidad, donde pacen y se reproducen librados a la mano de Dios 10 millones de vacunos y 24 de ovinos, está enclavado entre dos gigantes, Brasil y Argentina, 45 y 15 veces, respectivamente, más grandes.
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