Embarullada retórica visual
Una nueva muestra de la voluntad de estilo que hay en el cine del joven británico Alex Cox, director de Syd y Nancy, macabra y dura biografía del cantante del grupo punk Syd Vicious. El barroquismo sórdido de esta película no tiene mucho que ver, en cuanto a argumento y personajes, con el que hace gala en su nuevo filme, Walker, pero la mano del director lima las diferencias y se nota su identidad de origen precisamente a causa de esa aludida voluntad de estilo que caracteriza la personalidad de este director.Es Walker un filme frustrado pues lo que alcanza se encuentra muy por detrás de lo que pretende. Se ven en él, y esto es grave en cine, las intenciones de sus autores antes que sus conquistas. Tratándose de un filme histórico -la expedición a Nicaragua, por cuenta de algunos potentados de Estados Unidos, a mediados del siglo pasado, de un ejército de mercenarios a las órdenes de un forajido llamado Walker-, sconoce de antemano su dramático desenlace, por lo que lo que importa no es tanto ese final como el recorrido previo de la aventura hacia su acabamiento. Y es precisamente este recorrido el que no funciona, pues, paradójicamente, la extrema violencia del filme no le otorga dinamicidad alguna, sino que lo estanca, provocando una especie de itinerario inmóvil, que a su vez inmoviliza la imaginación del espectador. Una cosa es energía, que Walker no tiene, y otra aparatos¡dad, que le sobra.
Walker
Dirección: Alex Cox. Guión: Rudy Wurlitzer. Fotografia: David Bridges. Música: Joe Strummer. Estados Unidos, 1988. Intérpretes: Ed Harris, Richard Masur, Rene Auberjonois, Miguel Sandoval, Marlee Matlin. Estreno en Madrid: cine Alexandra.
De otro planeta
El horror histórico de esta aventura, a la que la política de Reagan en Centroamérica ha multiplicado su capacidad reveladora, está resuelto (es un decir) por Cox con un retorcido ejercicio de retórica visual, que lo único que logra es convertir cada escena en un barroco ejercicio de deformación de la verdad histórica, con la agravante de que este gusto por la exageración, por la visión patológica de los personajes principales y por el baño de jugo de tomate de los figurantes, no está apoyado en una distribución y en una graduación convincente de la aventura, es decir en una racionalidad en de la exposición que lo haga creíble. Cox cuenta la historia de estos mercenarios como si se tratara de una pesadilla fantástica, de un asunto de insensatos dementes y no como lo que fue: una pesadilla real, no soñada, derivada de un cálculo político y no de un juego estético tenebrista y hueco.De ello resulta que una tragedia histórica verídica parece, en la pantalla, poco menos que una imposible o increíble historia de marcianos. No hay claridad ni penetración en el análisis político de aquella bestial expedición mercenaria, y a causa de ella la acción resulta, por debajo de su superficialidad, torpe, embarullada, confusa y gratuitamente deforme. Pero la deformidad, como la enormidad, sólo tiene relevancia cuando detrás de ella podemos descubrir el perfil de algo no deforme ni enorme, sino de algo reconocible, un asunto entre hombres, por brutal que sea, y no es éste el caso. Walker y los guerreros a sueldo que junto a él pisotearon Nicaragua, no procedían de otro planeta, sino de unos miles de kilómetros más al norte de este planeta.
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