Una gran 'liederista'
ENVIADO ESPECIAL Con el recital de la berlinesa Brigitte Fassbaender y su colaborador, el pianista italiano Markus Hinterhäuser, no sólo hemos podido escuchar las más altas versiones del lied en cuatro de sus grandes cultivadores, sino que además recibimos la certeza de que la gran línea no se pierde, de que no será necesario, a la hora de los grandes ejemplos, evocar tan sólo el pretérito.
Brigitte Fassbaender está ahí, en plenitud de unos medios vocales preciosos: una voz grave, amplia y redonda, igualada en todos los registros, flexible a pesar de su peso específico y puesta al servicio de un talento musical absoluto y, por lo mismo, fuera de lo común.
Tampoco tenían mucho que ver con los programas habituales el confeccionado para Santander por Fassbaender con páginas infrecuentísimas, salvo el cielo de Mahler Canciones del muchacho viajero. A ellas, fin del recital, accedimos por la vía natural de Brahms, Liszt y Hugo Wolf. Es decir, puro postromanticismo y exactas creaciones dramáticas, condensadas del más significativo género que aportó a la música el romanticismo alemán gracias a la transmutación musical de su mejor poesía.
En Liszt, ese Liszt genial de los muy dificiles lieder, la juntura de versos, voz y piano, se resuelve apartir de concepciones poemáticas que no son sólo narrativas, sino, en igualm edida, exccvación en la palabra poétaica para extraer su entero sentido e incluso su ámbito y su circunstancia histórica.
Brams se repliega hondamente en la intmidad. Canta para sí antes de cantar para los demás. Y lo hace a la manera de un viejo sabio melancólico que convirtiese la sugerencia externa en concepto esencial. Y en Wolf, tantas veces duro crítico de Brahms, el lied en su fluir vocal y en el pianístico, adquiere representación con las que sustituye la ópera que casi no cultivó, salvo el bello Corregidor sobre el tema español que tratara Alarcón.
Para cierre, Gustav Mahler en la que, a juicio de muchos y no sólo mío, quedará en la historia como su definitiva aportación: los ciclos de lieder con orquesta. Hasta cuando los escuchamos, como ahora, acompañados al piano, sentimos la presencia de un pensamiento sinfónico sobre el que discurre la lírica desolada de uno de los genios de la decadencia.
Brigitte Fassbaender recreó todos y cada uno de los lieder a lo largo de uno de los recitales más convulsivos que se han escuchado en todo el festival. Es curioso que, ante bellezas como las que logra esta cantante de voz oscura y misteriosa y su colaborador pianístico haya que reaccionar con el ruido claqueante de los aplausos y hasta con los gritos, esta vez ensordecedores, de los bravos. Pero así sucede por razones de hábito, necesidad de comunicación e imperiosa voluntad de salir, de alguna manera, del ensimismamiento. Dio Fassbaender tres preciosas propinas y, si hubiera querido, podría haber regalado dos docenas. Nadie tenía prisa el domingo por la noche por abandonar el claustro de la catedral.
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