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FERIA DE BILBAO

Tres minutos de toro

ENVIADO ESPECIALSalían los preciosos toros de Buendía a todo gas, galopaban el diametro del ruedo, remataban en los burladeros haciendo saltar astillas, perseguían peones si los había con suficientes agallas para ponerse delante, tomaban codiciosos los capotes y tres minutos más tarde ya no eran toros, ni Buendías, ni nada.

Desde la correría inicial los toros de Buendía ya no eran nada a los tres minutos; si acaso, borregos, o quizá estatuas, de pendía de hasta dónde les llegara el resuello. Los tercios de varas tenían que ser incompletos no exactamente porque se cayeran -que se caían- sino porque deambulaban cansinos, paraban somnolientos, vivían sin vivir en ellos.

Diestros vestidos de seda y oro se les ponían delante para torear y lo hacían al aire. Pascual Mezquita por lo clásico, Litri por lo tremendista, Espartaco por lo expeditivo. Naturales y redondos de corte clásico le instrumentaba Mezquita al primero y era como si lo hiciera delante del espejo. Al cuarto lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas y fue lo único emocionante de la corrida, pues en aquellos instantes había toro.

Buendía / Mezquita, Espartaco, Litri Toros de Joaquín Buendía, bien presentados, aborregados

Pascual Mezquita: estocada (oreja); estocada caída perdiendo la muleta (oreja). Espartaco: estocada y rueda de peones (algunas palmas); pinchazo hondo muy bajo y bajonazo descarado perdiendo la muleta (oreja). Litri: dos pinchazos y estocada (algunas palinas); estocada caída perdiendo la muleta (vuelta). Plaza de Bilbao, 22 de agosto.

Tres minutos después ya no había toro y Mezquita hubo de emplearse en una porfía inutil donde quedó patente el pundonor y demostrado que la fe mueve montañas pero no toros Buendia de tres minutos. Pego un estoconazo y le concedieron la oreja.

A cada año que pasa Bilbao está más alegre y mas orejista. Al público bilbaíno lo que le priva en los toros es aplaudir y pedir orejas. Lo que salga por los chiqueros, cómo embista y el toreo que se le haga, eso será para eruditos, porque le trae sin cuidado. Espartaco no le pudo redondear faena al segundo porque se quedaba mirando a la rubia. Al quinto, más borreguito y docilón, le sacó muchos pases por el procedimiento de provocarle la arrancada pegando patadas en la arena, correr ligerito a la salida de casa muletazo, hilvanar meritoriamente los pases, intercalar circulares, tirarse de rodillas y, en fin, componer un espectáculo ameno, con salpicaduras tremendistas, que entusiasmó al publico.

Es decir, que Espartaco administraba el tremendismo, en contraposición con Litri, que lo abrazaba sin el menor disimulo. Hace bien, pues cuando intenta el toreo fundamental da tantos tirones que le sale un churro. El tercero y el sexto, cada vez que el torero le pasaba la muleta por arriba en lo que supuestamente pretendía ser un pase de pecho, se quedaba mirando a las komparsas de la andanada.

Al final, ese sexto toro, que no se había movido absolutamente nada en el transcurso de una faena larguísima cuyo movimiento contínuo asumió Litri, embistió precisamente cuando el torero le volvía la espalda. A buena hora se le pudo ocurrir pues Litri se puso nerviosísimo y para llevar a cabo feroz venganza se abalanzó sobre los pitones del toro, les dio par de cabezazos, resobó su testuz y sus orejas con el muslamen y lo humilló retándole a cuerpo limpio después de tirar los trastos. Daba pena ver a toro tan precioso, cárdena su capa, irreprochable el trapío, hermosísima la cornamenta, herido en su orgullo y perdida la dignidad. Pero eso le pasó por pincharse en vena. Cuando uno se pincha en vena hace el lila y saca a la gente de sus casillas.

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