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La pesadilla del soldado Serguei

Visita al hospital Militar soviético de Kabul, donde son atendidos 300 heridos de guerra

Pilar Bonet

La primera fase de la retirada del Ejército soviético de Afganistán se completó el pasado día 15. Para los soldados soviéticos, que cumplen servicio militar obligatorio, el regreso a casa puede convertirse, sin embargo, en una pesadilla. Como para el joven Serguei, que sufrió los efectos de la explosión de una bomba cuando se retiraba con las tropas y que yace en el hospital Militar soviético de Kabul, la institución sanitaria más importante de Afganistán. Una enviada especial de este periódico pudo visitar este centro recientemente.

ENVIADA ESPECIAL Si vive para contarlo, el joven Serguei, cuyas extremidades inferiores recién amputadas son una masa sanguinolenta de carne viva, recordará la retirada de Afganistán como una pesadilla.

Serguei, oriundo de la ciudad de Kuibichev, junto al Volga, es uno de los soldados soviéticos que se retiraba de Kandahar, al sur de Afganistán, el pasado 5 de agosto. Conducía un vehículo y tuvo la mala suerte de encontrarse con una mina de gran potencia. Nueve días más tarde, el 14 de agosto, su cuerpo mutilado yacía en el hospital Militar soviético de Kabul, que esta corresponsal ha tenido la rara oportunidad de visitar.

El hospital, que será transferido a los afganos en otoño, es la institución sanitaria más importante de Afganistán y en ella trabaja y aprende patología de guerra la flor y nata de la medicina militar soviética. A nuestra llegada, 300 de las 500 camas estaban ocupadas y un convoy de carros blindados aparcados en el jardín acababa de traer a una treintena de heridos desde el hospital Militar de Bagram, que, junto con el de Shindand, actúa como centro regional, a medio camino entre los servicios médicos de campaña y Kabul.

Psicológicamente, Afganistán comienza a ser pasado para la sociedad soviética, pero para los chicos que cumplen allí aún su servicio militar obligatorio, cada día puede ser el último, aunque estén de regreso a casa.

Serguei es rubio, y el color bronceado de su torso desnudo contrasta con las sábanas blancas de su litera, una más en una sección de 40 hospitalizados, 12 de los cuales han sufrido amputaciones diversas. Por lo general, se trata de miembros inferiores, desintegra dos en el encontronazo con una mina, según nos explica el teniente coronel Pavel Bedeneiev.

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Muñones

Dos médicos de bata blanca se inclinan sobre los puntos donde hoy se interrumpen las que hasta hace poco fueron las piernas de Serguei. Uno de los muñones descansa sobre el colchón, envuelto en vendas teñidas por una supuración amarillenta. El otro cercenado a la altura de la rodilla, descubierto y en carne viva, es olfateado por uno de los doctores que trata de detectar una eventual infección. A Serguei, que está consciente, le quedan fuerzas para saludar a los extraños con un "¡zdravstvuyte!" (¡buenos días!) cuyo automatismo produce escalofríos. "Está muy grave...", dice el médico que nos acompaña conduciéndonos a otro de los heridos, también chófer, también lanzado por los aires por una mina, esta vez en la retirada de Shindand a Herat, el 1 de agosto.Acurrucado bajo una manta está Igor, aún bajo el efecto del narcótico administrado para cambiarle el vendaje. Como sus compañeros, Igor tropezó con una mina el 6 de agosto en Shindand. La explosión le destrozó la cadera, rompió vasos sanguíneos y nervios. "No se pudo salvar la pierna", nos dice el médico, que sacude el cuerpo adormilado mientras susurra: "Igor, Igorok" y obtiene un gemido por respuesta. "Hay complicaciones", agrega, meneando la cabeza.Avanzamos entre adolescentes tendidos en literas muy pegadas entre sí. Se oyen los cláxones en la calle vecina. Aisladas por un parapeto de sábanas hay dos mujeres enfermas. Hace calor y los más graves parecen dispensados del pijama azul eléctrico reglamentario. Hay chicos con metralla incrustada en el tórax y otros recién operados, como Igor Klepa, un ucraniano de 19 años, natural de Ternopol, herido el 2 de agosto en Kandahar, a quien se le ha restablecido el funcionamiento de un brazo y una arteria cercenada. Klepa, que lleva un año en Afganistán, fue tiroteado "durante la evacuación, en el aeródromo, cuando nos acercábamos al avión".Cuatro compañeros fueron heridos con él, asegura. Detectamos a otros heridos en la evacuación de Kandahar, como Nikolai Sidorenko, otro ucraniano de 20 años, natural de Donezt. Los de Kandahar están repartidos en diferentes secciones, y uno de los médicos admite que pueden ser varias decenas.

Entre quienes están a punto de ser operados está Jalifaev, un tadjiko de 22 años tiroteado en julio en Kunduz, a pocos kilómetros de la URSS, y el uzbeko Oleg Ursimov, cuyas heridas son como cráteres negros. Ursimov tiene rotura de pelvis y de ambas tibias, nos dice el traumatólogo jefe Nikolai Jomutov.

2 o 3 operaciones diarias

El cirujano jefe, el doctor Kuroshka, realiza 2 o 3 operaciones al día. Es un hombre jovial, cuya camiseta de uniforme a rayas blancas y azules asoma por debajo de su bata.Entre el 30% y el 35% de los hospitalizados están graves, pero a la pregunta de cómo te encuentras, todos aquellos que están en condiciones de hablar contestan: "Bien", "normal".

Hasta principios de mayo de este año, 13.3 10 soldados soviéticos murieron y otros 35.478 fueron heridos en Afganistán. El recuento se ha parado ahí, aunque la retirada no exime a la URSS de las consecuencias violentas de la guerra que trata de abandonar tras haber participado en ella. El general Boris Gromov, jefe del contingente, ha prometido más cifras después del 15 de febrero, al terminar la retirada.

"Los nuestros ya no se inmiscuyen en acciones bélicas, pero la oposición islámica continúa tirando sobre ellos. Los casos más frecuentes son las víctimas alcanzadas por tiroteos o por explosiones de minas", nos dice el teniente coronel Serguei Kostize, vicedirector de la sección política del hospital. Éste, que ha atendido anualmente a 10.000 personas entre heridos y enfermos, reduce ahora personal y pacientes. La plantilla médica al completo son 60 médicos militares, muchos de ellos catedráticos y doctores, y 160 enfermeras.

El hospital experimenta con los métodos del doctor Elizarov, famoso por sus tratamientos regeneradores de huesos a base de estructuras metálicas. La dejadez de los servicios de Correos soviéticos se ha reflejado en la pérdida de un importante paquete, enviado desde Kazan, que contenía instrumental elaborado según diseño propio. Desde el tercer atentado en este año -un coche bomba el 7 de julio-, el laboratorio trabaja al 10% de su capacidad. Las transfusiones no son, sin embargo, un problema, asegura Kostize, ya que el hospital se nutre de sangre fresca y "a veces, como hace poco, siete litros no sirven para salvar una vida". El hospital tiene el único riñón artificial de todo Afganistán y atiende a algunos afganos y miembros de la reducida colonia extranjera de Kabul, desde paquistaníes hasta chinos.

Kostize, que tiene a su familia en Moscú, no puede evitar levantar las cejas cuando una de las chicas se cruza con nosotros en el pasillo luciendo una camiseta estampada con la bandera norteamericana. "¿De dónde has sacado eso, Olia?", le pregunta. "Da pena irse", dice, mientras nos escolta en un jeep. "Considero esta ciudad como mía, aunque sólo salgo del hospital cuando es estrictamente necesario".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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