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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Venecia según Murphy

La forma en que Graeme Murphy sale airoso de algo tan arriesgado -por no decir temerario- como es un montaje coreográfico sobre Muerte en Venecia, de: Thomas Mann, demuestra, ante todo, su calidad como coreógrafo y su dominio del medio -la expresión teatral del movimiento- que maneja. En danza esto resulta harto infrecuente: los coreógrafos con buenas ideas, inmejorables intenciones y hasta desbordante imaginación no faltan. Pero son contados los que a esas cualidades de partida pueden añadir una escritura coreográfica cristalina y variada que, en el caso del australiano, se inserta además en un sentido teatral y espacial de la mayor eficacia, que apoya, pero no anula, la primacía del movimiento.Según Venecia, estrenada en Sidney en 1984, no es, por supuesto, una traslación literal del relato de Mann, sino una fantasía coreográfica sobre algunos de sus temas: la muerte, la agonía del deseo, el ahogo de una cierta cultura, la juventud perdida, la sensualidad irresponsable. Los personajes del escritor alemán -el adolescente Tadzio, su madre, el profesor Aschenbach, el gondolero, los venecianos y bañistas- se entremezclan con personajes simbólicos y con representaciones del Aschenbach joven y su esposa muerta. Graeme aprovecha a fondo el aliento poético que puede producir -aunque no automáticamente- el movimiento danzado y su capacidad para hacer inteligibles capas de experiencia menos conscientes.

After Venice

Música: Sinfonía Turangalia, de O. Messiaen, y adagic de la Sinfonía primero 5 de G. Mahler. Escenografía y vestuario: Kristian Frederikson, Coreografia y dirección: Graeme Murphy. Los Veranos de la Villa. Cuartel del Conde Duque, 17 y 18 de agosto 1988.

Los personajes evolucionan dentro de una escenografía, de Kristian Frederikson, constituida por diez grandes paneles móviles, que simulan espesas paredes de piedra labrada que cierran y abren el espacio, ciñen, acogotan o liberan a los personajes, dando una precisa y brillante idea no sólo de la ciudad como entorno físico clave, sino de esa losa cultural que define y aprisiona a Aschenbach. La música -aparte del inevitable adagio de la quinta de Mahler en la introducción y el final- es la Sinfonía Turangalia, de Messiaen, estentóreamente proyectada por unos altavoces de mala calidad.

Dividida en dos partes y diez breves y concisas escenas, la obra se apoya, desde el primer instante, en la excelente caracterización del veterano ballarín-actor Garth WeIch, que compone un Aschenbach creíble, poderoso e inerme a la vez, rico en matices expresivos, elegante hasta el final, evitando el mimo o el patetismo fácil. En su personaje reside la fidelidad esencial a Mann que, sin embargo, se aparca en muchos otros momentos, algunos de los cuales -como los escarceos incestuosos de Tadzio con su madre o la escena de los baños con los chicos semidesnudos se salvan por la contundente belleza y maestría en el desarrollo del movimiento; pero otros, como la rivalidad de Tadzio con la novia de su amigo Hashu, se justifican difícilmente.

La compañía sirve bien al coreógrafo, especialmente Janet Vernon, y Alfred Williams, que da lugar a los mejores momentos de danza.

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