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LA LIDIA / EL ESCORIAL

Barberos en huelga japonesa

Los barberos de toros que actuaron ayer previamente al paseíllo del primer festejo de feria debían estar en huelga estilo japonés, que consiste en trabajar a destajo para protestar. Por algo relacionado con las relaciones laborales. Tal vez reivindiquen un convenio colectivo con mejores condiciones económicas, dado lo muchísimo que estos nefastos profesionales del afeitado taurino están interviniendo en la mayoría de las plazas españolas en la actual temporada.El caso es que sus empleadores seguro que se llevaron las manos a la cabeza al observar el reconcóme, la guasa y el descaro con que habían hecho su labor estos barberos en los dos toros que lidió Espartaco y en el último de Ortega Cano. Ya antes, el presidente le había cambiado su primer enemigo al de Espartinas, todavía más impresentable de defensas que el que salió después en su lugar, hasta el punto de que sus pitones estaban mucho más recortados que los de los mansos que se lo llevaron. Horas extras hicieron los barberos cortando y limando astas mientras cantaban: "Que se chinchen nuestros dueños. De ésta firmamos el nuevo convenio sin ayuda sindical ni nada". Un poco más y salen descornados, los toros.

Cubero / Niño de la Capea, Ortega Cano, Espartaco

Dos toros de Benítez Cubero, 22 y 42, tres de Concha Navarro, 1º, 5º y 6º, y 3º, de Gabriel Rojas, que sustituía a uno de Concha Navarro, devuelto por cojo y escandalosa,nente afeitado. Grandes inválidos y de juego desigual. Niño de la Capea: aplausos; silencio. Ortega Cano: ovación; dos orejas. Espartaco cuatro orejas. San Lorenzo de El Escorial, 10 de agosto. Primera corrida de feria.

Espartaco aplicó a sus dos bureles, además noblotes y de embestida suave y tontona, sendas faenas poderosas -así cualquiera-, ligadas y ventajistas, intercalando algún buen muletazo, para disimular. Su carisma, sonrisas al cotarro y fulminantes espadazos hicieron el resto a la hora del balance de trofeos.

Ortega Cano toreó de salón, con exquisitez y prosopopeya al superafeitado, tantro con el percal como con el señuelo escarlata. Se aburrió e hizo lo mismo con los espectadores por su interminable y sosa labor en el otro, sólo sospechoso de pitones. Niño de la Capea sufrió el agravio comparativo de que sus animales no daban impresión de haber sufrido visita barberil. Como protesta, se puso en huelga no japonesa. Su lote, tan inválido como el de sus compañeros, fue el peor y se lo quitó de encima sin complicarse.

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