Un minimalista soviético
ENVIADO ESPECIALNo ha calado en el público del Festival de Música y Danza de Granada la música minimalista del estoniano Arvo Part (Palda, 1935), del que nos ha traído larga muestra el conjunto vocal e instrumental del británico Paul Hillier. De los dos programas ofrecidos en el festival por el excelente grupo, los días 21 y 22, uno y medio estuvieron dedicados a Pärt con La Pasión según san Juan (1981), Summa (1983) y Stabat Mater (1985).
Parece demasiado en un contexto como el granadino, no cualificado precísamente por su especial atención a las corrientes musicales de nuestro tiempo. Por otra parte, ha sido muy de lamentar que las altísimas calidades de los músicos y cantores ingleses como intérpretes de música antigua hayan brillado sólo en siete u ocho títulos.
Este ensamble, creado en 1974, y que actualmente celebra cada año un festival en Lewes, Sussex, cimentó su prestigio en el bellísimo repertorio del pasado, al que luego añadió algunos compositores contemporáneos enraizados, por distintas vías, a la tradición: Buller, Cowie, Maxweil y, sobre todo, Arvo Pärt.
Para muchos, este nombre resultará nuevo, aunque se habla y se escribe sobre él desde hace tiempo. Discípulo de un alumno de Glazunov, premiado en la Unión Soviética a los 27 años por su cantata Nuestro jardín, Párt se alinea con un grupo de autores soviéticos que introdujeron en sus obras aspectos y corrientes de las vanguardias occidentales.
Párt salió de su país en 1960 y poco después adquirió la nacionalidad austriaca. Su estilo ha seguido un proceso depurativo a partir de unos principios ambiguos que, en alguna medida, habitan en buena parte de la música soviética, consciente o inconscientemente practicados por sus autores. Al fin desembocó en un minimalismo que a veces parece vaciado en lo barroco; otras, en el prerrenacentismo, y en ocasiones, en un filorromanticismo de carácter eslavo.
Liturgia hipnótica
Pero siempre, y sobre todo en los 10 minutos de La Pasión, resuelto de la forma más simple, basado en un repetitivismo mucho más ingenuo que el de la escuela americana y que no se sabe bien si obedece a una mística que celebra su liturgia hipnótica o a un cálculo de resultados fácilmente aceptables por el público. Incluso, en lejanía, aparece la sombra de un Carl Orff, mucho más complejo, desde luego, y apenas puede detectarse un gregorianismo del que se ha hablado y escrito bastante y no con demasiada razón.El trabajo de Paul Hillier y sus colaboradores sólo elogios rnerece, y nadie le negó su aplauso tras interpretar en el patio de los arrayanes páginas británicas de los siglos XIII al XVI. Incluso fueron ovacionadas dos páginas de Arvo Pärt: Summa y Stabat Mater, en las que el autor, dentro de un esquema más breve, transita por su verdad convertida en artículo de fe; más consistente como creencia que como idea.