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Jiménez Díaz y la primera UVI

Valemos más cuando sabemos que alguien nos mira, es algo que acertaron a decir los poetas, pero que quienes más lo han podido comprobar han sido los médicos. Como las dolencias de amor, las que padece el enfermo sólo se curan con la presencia y la figura del médico. Hay una magia de la palabra y otra, no menor, de la compañía, de la presencia que tanto conforta.Carlos Jiménez Díaz enseñó saberes y habilidades e inspiró actitudes, pero me atrevería a decir que su mayor éxito fue su conocimiento del enfermo, del hombre que se ve tan claramente vulnerable al dolor, tan cerca de la desesperación y tan olvidado de la vida. A la frase, célebre y tópica, de que no hay enfermedades, sino enfermos, ha venido la medicina moderna a darle cumplida aplicación. Hace ahora un cuarto de siglo que la Fundación Jiménez Díaz tuvo el atrevimiento inteligente y la previsión científica de crear en España la primera unidad de vigilancia intensiva (UVI), ésa que se ha hecho familiar y se ofrece como tabla de salvación con sus esperanzadas siglas.

Acostumbrado a tomarle el pulso a la vida y a conocer en su personal intimidad a cada enfermo, el maestro tuvo la sensibilidad alerta para darse cuenta de que hay un momento en que el enfermo está pidiendo a gritos silenciosos que se le cuide, que se le mire, que no se le pierda de vista. Para eso nació la UVI, para ofrecer un tratamiento que tenía más de ayuda que de asistencia, que ponía a su servicio, naturalmente, toda la tecnología más avanzada, todos los sistemas necesarios y todos los aparatos convenientes, pero, sobre todo, y además, junto a la reanimación del cuerpo, la otra reanimación, la del espíritu, las que llamaríamos constantes morales de la persona, la salvaguarda de su propia entidad humana.

Condiciones sociales

Como andén para la esperanza, cuando se habían perdido ya muchos trenes y la voluntad andaba de capa caída, habría que llamar a esas unidades que permitían un último resquicio y una salida de emergencia. Y al tiempo que se abrían, como amparo solícito y eficaz, esas aulas del cuidado exquisito, surgía así una especialidad nueva, como es la medicina intensiva, que no se concede pausas ni dilación alguna, sino que entiende que cada minuto es igualmente decisivo si se pone manos a la obra de la curación, se moviliza la capacidad de un equipo de salud en el que es tan fundamental la presencia de la enfermera, atenta y bien dispuesta, como la del intensivista, por no decir la del psicólogo. Es decir, que la soledad del enfermo se veía poblada de favores científicos y fervores profesionales, con un equipo que actúa en forma de tal, armoniosamente, sabiendo cada uno bien sabido lo que tiene que hacer y, sobre todo, lo que de él espera el enfermo.

La práctica médica siempre ha estado relacionada con las condiciones sociales y económicas de determinados grupos humanos, pero raras veces han sido estas relaciones objeto de estudio teórico. Sólo en la época actual existe una clara coincidencia de que las condiciones sociales y los problemas médicos están íntimamente relacionados.

Las acciones de promoción y protección de la salud están situadas en el núcleo alrededor del cual giran las doctrinas de la libertad económica y del liberalismo político en sus distintas fases de desarrollo.

Un cambio social se ha producido con la entrada en función de las UVI, iniciales que tanta solicitud simbolizan en la frialdad de su sigla. Una crecida promoción de especialistas en esos delicados y exigentes cuidados de mayor gravedad y trascendencia hay hoy en nuestro país. Allí, en la primera UVI de la Fundación Jiménez Díaz, se formaron y entendieron cabalmente lo que de ellos reclamaba esta nueva actividad. De aquellos médicos que se animaron a ser reanimadores de los cuerpos y los espíritus abatidos salió la mayor parte, por no decir la nómina entera, de los que actualmente son jefes de servicio, responsables de UVI.

Estímulo y ejemplo

En eso, como en tantas otras cosas, la fundación hizo escuela, sirvió de estímulo y ejemplo, prodigó su voluntad de estar al servicio de la sociedad, a la procura del remedio eficaz, a esa demostración viva de que cuando con resignación clínica se daba todo por perdido aún era posible levantar en alto la llama de la esperanza.Y acercar su luz a la conciencia del enfermo y su familia.

Puede que haya sido más noticia cada caso de imposible cura que los venturosos millares que lograron la recuperación del enfermo. A estas alturas nadie puede poner en duda la importancia de este: cuidado médico intensivo y sus favorables resultados. Y ahora, cuando hace 25 años de aquella iniciativa, de aquel empe¡lo por dotar al tratamiento médico de recursos extraordinarios, con la total entrega al enfermo, sin medir el tiempo ni el esfuerzo, sin descuidar esa urdimbre indispensable que entre quien cura y quien sufre se produce, cuando ha pasado todo ese tiempo, decimos, parece justo que recordemos a don Carlos, que hizo posible lo que en una estimación popular podría calificarse como de milagro.

Que lo miren y que bien lo miren es lo que el enfermo pide y necesita, lo que está esperando a cada momento del médico, como quien se acoge a una mano amiga, a tina tabla de salvación, a una nunca dimitida esperanza. Y eso es lo que hace el intensivista y su equipo en la UVI, y eso es lo que le ha dado a la medicina tan pródigos y prodigiosos resultados.

Jesús López Varela es doctor y secretario general de la Fundación Jiniénez Díaz.

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