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20 años más tarde

Veinte años más tarde de la muerte del etarra Javier Etxebarrieta, primer muerto de la organización, y 20 años más tarde también de la primera acción de ETA que ocasionó una víctima mortal, el pueblo se ha echado a la calle para señalar con el dedo a los etarras y a quienes considera sus encubridores, y aislarlos como a una enfermedad contagiosa. Se puede decir que el pueblo vasco ha comenzado a cercar a los que siempre se han considerado precisamente "el pueblo vasco", despreciando a todos los demás. Con mayor exactitud, el pueblo vasco ha puesto cerco al "pueblo trabajador vasco", ese invento de una noche de verano que ha servido de filtro para designar hasta ahora quién era un vasco bueno y quién un vasco malo. Con la importante particularidad de que ser vasco malo, o dejar de ser vasco por decisión de las tramas civiles de ETA, suponía que la vida quedaba a merced de las decisiones inapelables de la propia ETA.Veinte años más tarde, la reacción contra ETA ha sido directa. Provocada por unos muertos ni más ni menos inocentes que otros muchos anteriores, pero que añadían a la acumulación de la barbarie el que las víctimas fueran ciudadanos conocidos en sus pueblos; lo que ha influido en capas sociales hasta ahora indiferentes, supuestamente neutrales y, sobre todo, atemorizadas. Ya no se está por la paz, sino contra ETA. Ya no se habla de la violencia que llega abstractamente y en forma de fenómenos naturales, como la tormenta o el pedrisco, sino en contra de ETA, que asume y da nombre a la violencia, que intenta organizarnos y que con sus últimos delitos ha marcado el límite de la insoportable pesadez de su existir. Una mafia que regula incluso cuándo, dónde y cómo se puede pecar, quién se puede drogar y quién no, con una represión supuestamente virtuosa que termina en la muerte. Porque no se puede caer en la trampa de defender a los supuestos traficantes asesinados por el hecho de que su culpabilidad no esté probada, sino que incluso, aunque estuviera probada, el crimen seguiría siendo el mismo.

Aunque sorprenda que hayamos necesitado 20 años -al fin y al cabo, 20 años no es nada, dice el tango- para reaccionar, tiene su explicación, además de por la ya citada acumulación. Es injusto pero humano que la muerte impresione más cuando más cerca se tiene. La pesada presencia del franquismo; la lejanía social de los primeros asesinados -fuerzas de la policía y de la Guardia Civil y mandos del Ejército-; la lejanía física -que facilita sobrevivir sin sentirse agobiado por la responsabilidad- de los crímenes colectivos de Barcelona y Zaragoza, aunque éstos ya empezaron a romper muchas costras; la protección personal, en ocasiones cobarde, del "algo habrá hecho" cuando el tiro lo recibía un desconocido, mientras que ahora es seguro que los asesinados "no habían hecho nada", explica muchas cosas. El mecanismo es éticamente pobre, pero humanamente comprensible.

Ahora nada de eso vale. Lo que ha producido un curioso fenómeno. Los poseedores de la calle se han encontrado sin la calle. Los profesionales de la bravuconería se han visto acorralados en sus propios feudos. Quienes hacían ocupar los plenos municipales por fieles encargados de abuchear a los concejales de los demás partidos han visto los plenos del Ayuntamiento de Elgó¡bar ocupados por gente del pueblo espontáneamente reunida para abuchearlos. Quienes imponían la violencia ciudadana de sus escuadras de choque se ven ahora señalados por el dedo de la mayoría. Y esto sí que es un cambio cualitativo en Euskadi. Se ha alterado el argumento de la película y de repente las calles de los pueblos del Oeste ya no son de los pistoleros, sino de los ciudadanos honrados. Quizá es que nos acerquemos al final feliz y vuelva a ganar el solitario Gary Cooper. Veinte años más tarde. Hay que volver a apelar a la conformidad del tango para no sentir vergüenza, pero es algo con lo que tenemos que convivir.

Ahora hay que esperar las reacciones. Una de ellas -algo anterior a este cerco a la violencia impuesto por el pueblo vasco, pero iniciada ante señales inequívocas de que la imposición callejera y social de los sectores coincidentes con ETA empezaba a declinar- es el acoso a los periodistas. Se trata de coartar sus informaciones y de evitar las fugas de documentos del interior de las organizaciones radicales hacia los medios de comunicación. Lo que se intenta con cartas aparecidas en Egin y artículos de opinión en el mismo periódico, así como con las querellas contra El Diario Vasco y un programa de Televisión Española en Euskadi porque se describían, siguiendo documentos ya publicados, unas relaciones de subordinación entre Herri Batasuna y ETA que la coalición ha considerado injuriosas. Lo que les obliga al difícil equilibrio de manifestarse amigos de ETA, pero no ligados vincularmente a ella. Como suelen decir ciertas revistas sobre personajes populares, aunque se les ve juntos, lo suyo no es más que una buena amistad. La Asociación de la Prensa de San Sebastián ha dirigido una carta al director de Egin en la que, entre otras cosas, dice: "Ante la reiterada aparición en los últimos días en el diario Egin de graves acusaciones por parte de militantes de Herri Batasuna hacia profesionales de la información que ejercen habitualmente su trabajo en Euskadi, la Asociación de la Prensa de San Sebastián-Donostiako Prentsa Elkartea apunta a su dirección la conveniencia de que ponga los niedios necesarios para evitar este tipo de informaciones".

Los asesinados en Éibar y Elgó¡bar lo fueron porque alguien, algún confidente de ETA en esos pueblos, hizo llegar a la organización informes, además falsos, sobre la relación con la droga de los implicados. La consecuencia fue la muerte. Si ahora algún soplón similar hace llegar a través de denuncias privadas o especulaciones públicas la culpabilidad antivasca de cualquier informador o comentarista, hay que temer la reacción de ETA. No es ésta una especulación en el vacío. No hace mucho tiempo, en una publicación llamada Garrasika, firmada por Jarrai-KAS, dedicada a una visita del Rey a Euskadi, en un artículo titulado Sobre los lameculos de la información, se decía textualmente: "No olvidéis nunca que Madrid tiene dos grandes tipos de policías a su servicio: los que llevan las armas para utilizarlas contra el pueblo vasco y los que utilizan la pluma o la máquina de escribir con el objetivo de mantener esclavo a nuestro pueblo. Cierto que no se puede responder a unos y otros de la misma manera en estos momentos, pero sí es cierto también que ambos están en el mismo lado de la barricada, justo al lado contrario del nuestro".

La advertencia es clara. No se puede responder a unos y otros. de la misma manera en estos momentos. El final puede ser muy duro.

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