El genio mozartiano
La presencia en Madrid de la ópera de Cámara de Varsovia, traída por la revista Scherzo con el patronazgo de varias entidades privadas y oficiales, ha sumado al excelente El rapto en el serrallo, de la Zarzuela, dos títulos más de Mozart: Las bodas de Fígaro y La flauta mágica.El teatro musical de Mozart me parece una compañía necesaria. Esa imaginación aguda, ese sentido de perfección, esa capacidad para la continua y eterna sorpresa, esa emanación de belleza sin retórica, además de sus valores intrínsecos, sirven como desinfectante de la no escasa hinchazón sinfónica que frecuentemente nos aqueja. La flauta mágica, con su argumento pluriestilístico, obra al parecer no sólo de Schikaneder, sino también de otros miembros destacados de las logias masónicas de Viena, como Metzler y Born, dio pie al genio mozartiano para desplegar su fantasía, con la que debió de sentirse muy feliz mientras trabajaba en la pieza y con la que viene transmitiendo felicidad a sucesivas generaciones.
I Festival Mozartiano
La flauta mágica, de Mozart. Ópera de Cámara de Varsovia. Director: Tadeusz Karolak. Dirección escénica: Ryszard Peryt. Escenarios: Andrzej Sadowski. Intérpretes principales: B. Jaszkowski, W. Walendowski, J. Zmurko, A. Mackowiak, T. Piszek, E. Frakstein, K. Dluha. Teatro Albéniz. Madrid, 11 de junio.
Símbolos masónicos
Sobre la significación masánica de La flauta mágica (aunque no se trata de una obra ritual, como otras escritas por su autor, que ingresé en la logia "benefactora" de Viena a finales de 1784) se ha escrito mucho y no todo bueno. Hoy contamos para el tema con dos textos auténticamente serios: los de Jacques Chaffley y los de su discípulo Roger Cotte. Pero me parece que, de cualquier modo, interpretar una creación musical desde la rigidez de unos determinados supuestos -religiosos, ideológicos o folclorísticos- resulta excesivamente puntual y sería tanto como negar libertad a la fluida naturaleza musical de Wolfgang Amadeus.Otra cosa es que existan datos significativos y simbólicos masónicos en la partitura. Así, los célebres acordes de la obertura, emblemáticamente masones, no porque sean tres, como suele afirmarse, sino porque son cinco, o sea, una suerte de serie característica de las logias masáónicas femeninas de la época.
También sería excesivo ver sólo en La flauta mágica un cuento de magia, un gran divertimiento a través del cual -como escribe Wyzewa- Mozart evoca los días de su juventud en una especie de Amarcord lírico, diversificado, pensativo y grave a veces y enigmático en no pocas ocasiones.
Cuando un compositor se pone a la tarea, casi siempre opera con amplitud suficiente como para no aceptar pies demasiado forzados, cualquiera que sea el punto de partida aceptado, trátese de los rituales masónicos, el cancionero popular o la pasión del Señor. No de otro modo funcionó Mozart en La flauta mágica: con ejemplar libertad, impulsado por su instinto y obligado por su saber.
La ópera de Varsovia, que dirige desde 1961 Stefan Sutkowski, se ciñe al espíritu y la norma de los géneros de cámara, y dentro de ellos logra efectividad, muy bella línea musical, natural cohesión y equilibrio entre los cantantes, y gracia poco más que sugerida en la simplicidad de los escenarios. Total, una delicia qué no requiere el apabullamiento de los grandes nombres de la mítica divista. Necesita, eso sí, buenos cantantes, y Jolanta Zmurko es soprano de medios sobrados, capaz de vencer con brillantez los escollos de coloratura que animan la célebre aria de la Reina de la Noche.
Demostraron su evidente calidad Anna Mackowiak en Pamina, Wariusz Walendowski en Tamino, Bogumil Jaszkowski en Sarastro, Eva Frakstein y Tadeusz Piszek en Papagena y Papageno, pareja que constituye uno de los muchos felices hallazgos teatrales y musicales de la obra. El éxito fue grande, lo que debe animar a los organizadores a convertir en habitual esta fiesta mozartiana recibida, más que con aplauso, con honda satisfacción por una gran masa de público.
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