"Quien tiene la llave del signo se libera de la prisión de la imagen"
El escritor francés Michel Tournier publica en España 'La gota de oro'
Desde que publicara Viernes o los limbos del Pacífico (1967), la obra de Michel Tournier (París, 1924) no ha parado de morderse la cola. Apuntalada sobre distintos registros, aúna la heterodoxia temática con la perversión mitológica y la fascinación lingüística. Considerado una figura de peso de la literatura francesa, la publicación de su novela La gota de oro, editada por Alfaguara, coincide con la de El Tabor y el Sinaí (Belfond, 1988), que acaba de salir en Francia y que reúne 26 ensayos críticos sobre arte contemporáneo.
Pregunta. Por una parte, se le considera un escritor heterodoxo, que se hace cargo de los mitos arcaicos y por otra, se le atribuye un ramalazo cristiano. ¿Habría una oposición irreductible entre ambos vectores?Respuesta. Un mito trata de una vieja historia que nos concierne a todos y que necesita ser actualizada. Para eso sirve un mito vivo: para ser retomado, para ser enriquecido con mi problemática personal, a la vez que me siento enriquecido por él. Viernes... arranca de un mito inventado por Defoe en 1719, pero en el diálogo Norte-Sur tenemos a Robinson, representante del mundo industrializado, y a Viernes, habitante del Tercer Mundo; por tanto, es un tema ultramoderno. En lo que se refiere al cristianismo, he sido educado por curas católicos, y en Le vent Paraclet he explicado todo lo que les debía, pero también todo lo que les reprocho...
P. En El Tabor y el Sinaí retoma un tema de La gota de oro: la disyuntiva entre Occidente, productor de imágenes, y Oriente, defensor de signos.
R. Como judeocristianos, estamos confrontados a la oposición entre la imagen y el signo. El cristianismo ha tendido a rehabilitar la imagen, mientras que el judaísmo ha apostado por una filosofía del signo. Hace 40 años empezó a anunciarse la muerte del signo..., pero el signo tiene buena salud: los periódicos se venden muy bien; sin la palabra la tele es inservible... hasta les han colocado subtítulos a los sordomudos... La imagen ha sido incapaz de aniquilar el signo, y yo, que soy escritor -por tanto, autor de signos- y discípulo del Antiguo Testamento, no siento temor alguno de que algún día las imágenes entren en competición con mis libros. Dicho esto, basta con ver las películas de Walt Disney para comprobar hasta qué punto hay déficit de signos... Ya no hay guiones, no hay diálogos. Una imagen sin signo no es nada.
Búsqueda de identidad
P. En La gota de oro agudiza la dicotomía entre imagen y signo... Gira en torno a la búsqueda de identidad...R. Hay que insistir en el lado grotesco de todo eso... Nunca he escrito algo que estuviera desprovisto de humor, aunque se trate de un humor negro. Hace años, la tele francesa me concedió media hora por las mañanas para que hiciera lo que quisiera, y se me ocurrió hacer un reportaje sobre el Sáhara; me fui con un micro, visité a gente: a mauritanos, habitantes de los oasis, tuaregs... Me sorprendió ver hasta qué punto tenían poco que contarme: para ellos, el Sáhara no era un concepto, era algo negativo, era el lugar del que querían irse, porque era estéril y duro. En otra ocasión estuve hablando con un joven árabe: le hablé de mi casa, de mi jardín, y para ilustrar mis palabras le enseñé una foto. Me miró indignado y me dijo: "¡Tienes todo eso y vienes aquí!". Me tomó por un loco. Luego visité a franceses que habían pasado en el Sáhara la mayor parte de su vida: médicos, etnólogos, músicos..., tenían un discurso torrencial, una mitología fabulosa, la mística del padre Foucault, el erotismo de Gide, la aventura militar de la Legión Extranjera. Entonces pensé: si a un chico joven que procede del Sáhara y se instala en Francia le hablan de su tierra no lo entenderá, le hablarán de un Sáhara que él no conoce, Ie enseñarán fotos de un Sáhara que él no reconocerá... Al pisar el suelo de Marsella se encuentra con un anuncio publicitario que dice: "Pase sus vacaciones de Navidad en el paraíso de un oasis". La verdad quede dicha: es muy duro vivir en un oasis, hace un calor tremendo, no hay agua, pero hay mosquitos, moscas y ruido. El oasis está dividido en parcelas, cada una está ocupada por un burro que rebuzna y un perro que ladra...
Babelia
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