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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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La política exterior de Europa

La cumbre de Moscú tiene, para la mayoría de los políticos europeos, un aire de rutina. Las cosas van tan bien en las relaciones entre las dos superpotencias que se diría que no se esperan ni parecen muy necesarios avances espectaculares.Aun cuando no resulte cierta, esta descrispación es buena para las gargantas, porque permite que se empiece a oír con mayor nitidez, al decibelio que merece, la voz de la Comunidad Europea. Y es que, desde principios de 1986, la CE tiene una política exterior moderadamente común En apenas dos años ha empezado a ofrecer soluciones viables a problemas como los de Oriente Próximo o Centroamérica con una visión distinta a la que la URSS o EE UU han intentado imponer.

A primera vista, parecería imposible hacer acuerdo de las cargas históricas e intereses tradicionales de países tan antiguos y de tan empecinadas raíces como los que componen la Europa comunitaria. Sin embargo, no debe ser tan grave lo que nos separa cuando, poco a poco, venciendo siglos de inercia, somos capaces de proponer una visión bastante homogénea de los problemas internacionales. Quiere esto decir que los doce sentimos más o menos igual cuando hablamos de libertad, democracia, equilibrio, disminución de tensiones y resolución de conflictos. También quiere decir que si manifestamos intereses similares con una sola voz adelantamos la mejor prueba de unidad europea que podemos ofrecer, la única que es interesante ofrecer: unos Estados Unidos de Europa que no requieren fusión de Estados.

Al mismo tiempo, era hora de que la Europa democrática continente poderoso y rico, empezara a hablar por su propia boca, sin que sus posiciones tuvieran necesariamente que identificarse con la que hasta ahora era la única voz del mundo libre: la de una abstrusa comunidad de naciones variopintamente democráticas o alternativamente de derechas dirigida por Washington. No es fácil la operación, porque cada país aporta a la identidad de miras sus compromisos y sus propios fantasmas.

Para Dinamarca, por ejemplo, la cooperación política en la que se articula esta nueva política exterior comunitaria es un mero mecanismo de coordinación porque tiene vínculos históricos íntimos con los escandinavos restantes y porque, sospechando que sus socios del Sur pueden estropearles su estructura de vida tan profundamente democrática, no quieren comprometerse del todo con ellos. En el Reino Unido pesa la tradicional insularidad frente al continente y la especial relación con EE UU que Londres no quiere ver estropeada por posiciones que se aparten excesivamente de las que defienden sus amigos de allende el océano; dicho lo cual, es cierto que el Reino Unido, cuando comprueba que sus socios comunitarios se han puesto de acuerdo, se deja llevar, en general, por la voluntad europea mayoritaria. Para Grecia, política exterior común, al igual que estrategia común (otánica), quiere decir acción dirigida a neutralizar a Turquía.

A estos problemas de ínterpretación nacionalista se añade el verdadero nudo gordiano del asunto: es difícil hacer una política exterior común completa si no forma parte de ella el capítulo estratégico. En otras palabras, la Europa comunitaria debe resolver sus problemas defensivos en el marco de su comunidad, antes de llevarlos al marco de la OTAN. Eso no quiere decir que deba hacerlo a costa de la solidaridad aliada, sino que, idealmente, los miembros comunitarios de la OTAN deberían actuar como entidad única en el seno de ella.

Dos dificultades

A esto se oponen dos dificultades. Por una parte, Irlanda no es miembro de la OTAN, por lo que, estando su delegación presente, no es posible tratar de cuestiones estratégicas aliadas en la cooperación política. Las complicaciones de Dublín en materia estratégica tienden a sustentar la opinión de muchos europeos de que la construcción del continente debe hacerse a dos velocidades: el retraso de Irlanda no debe impedir el avance de los demás, que, para progresar, no tienen por qué esperar a que aquélla les alcance. Por consiguiente, los temas estratégicos deberían discutirse en la coopera,ción política comunitaria, excluyendo a Irlanda de las deliberaciones.

En segundo lugar, los europeos están en la estrategia aliada de modo poco homogéneo. La relajación de las tensiones ha permitido que primen las visiones nacionales por encima de la rigidez doctrinal que requería la guerra fría. Los aliados europeos son parte de la estrategia de la OTAN de formas diferentes: recuérdense los casos de España o de Francia. Al mismo tiempo, la Unión Europea Occidental (UEO), los proyectos franco-alemanes, las ideas de una nueva Brigada Europea hablan de una aproximación poco unívoca a temas de la defensa.

Sólo con una voz independiente en temas internacionales puede Europa tener la credibilidad necesaria para que pese su opinión en mesas como a la que hoy se sientan Reagan y Gorbachov.

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