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Tribuna
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El equipo visitante

Rosa Montero

Ayer, y en medio de un interés notable, se produjo la llegada del equipo visitante, esto es, de la colección de funcionarios norteños, algunos de ellos implicados en el llamado proceso de la mafia policial. Por eso, cuando el juez formuló la pregunta ritual: ¿Ha sido usted procesado alguna vez?", a la que las decenas de policías que ya han testificado suelen responder con restallantes "no, nunca, jamás, Su Señoría" y un alzar escandalizado de barbillas, los inspectores Caro y Bercianos se vieron obligados a contestar afirmativamente.Eso sí, ambos traían en el ojal de la solapa el brillo fugaz de una pequeña insignia, quizá la Cruz al Mérito Policial con distintivo rojo. Porque da la enigmática coincidencia de que todos los policías procesados parecen estar literalmente sepultados en leas, honores, hojas de servicio brillantísimas y condecoraciones infinitas. El "sino Bercianos, a preguntas, cómo no, de la defensa, contó haber recibido 116 felicitaciones públicas, además de la Cruz al Mérito ya dicha.

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Eran los representantes montañeses, en su mayoría, hombres jóvenes y recios, empaquetados en sus trajes impecables como si les hubieran metido con calzador. De hecho, Antonio Caro inauguró con grandes bríos la aportación norteña, declarando fluidamente y con aplomo, y con ese deleite en el detalle propio del consumado narrador. Pero Bercianos, en fin, ya fue otra cosa. De Bercianos había dicho Venero que era "el mismísimo demonio" y que le había puesto la pistola en la cabeza. Venía el hombre precedido por lo tanto de su leyenda, y no es de extrañar que entrara con las gafas de sol puestas, algo cabecigacho y triturando nerviosamente un chicle entre sus mandíbulas de piedra.

Ahora bien, pese a la rudeza y el espesor de su apariencia Bercianos desplegó una humilde delicadeza de violeta. Y así, a todo respondía el hombre con unos "sí, Señoría" muy exquisitos, articulados entre bocado y bocado, al pobre chicle. Y sus escrúpulos verbales fueron tantos, que dudó ruborosamente en repetir el insulto de hijo de puta que, según él cuenta, el Jomeini dedicó a Venero. Ese Jomeini, delincuente común, que, a juzgar por las palabras del testigo, mostraba una preocupación afectuosa y angélica por el bienestar de los policías: "Yo le debía de caer bien", dijo Bercianos, entre las risas de los procesados y la sala.

Ese mismo Jomeini, en fin, que dijo haber visto al Nani vivo, aunque tanto Bercianos como Amo y Estébanez, los testigos siguientes, se liaron lo suyo a la hora de explicar cómo, cuándo y dónde hablaron con él, hasta el punto de que la acusación pidió actuaciones por perjurio contra los tres. O sea, que la actuación del equipo norteño empezó con mucho fuste y brillo de insignia meritoria y terminó dubitativa y flojeando.

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