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ELECCIONES AUTONÓMICAS EN CATALUÑA

Todo por la patria

Pujol mantiene su protagonismo como líder del nacionalismo conservador

Sobre el general Charles de Gaulle alguien se atrevió a escribir: "De Gaulle es un loco que se cree De Gaulle". Salvando todas las distancias, que son muchas, el mismo autor irreverente podría afirmar ahora: "Pujol es el presidente de la Generalitat que ha acabado por confundir su propia persona y su gestión política con el destino de Cataluña". Para proceder a tan delicada operación de alquimia, Jordi Pujol cuenta con las victorias obtenidas en las elecciones autonómicas de 1980 y 1984, y también con los sondeos de opinión que coinciden en pronosticarle un tercer éxito en la jornada electoral del próximo 29 de mayo. De cumplirse el vaticinio, Pujol sólo deberá compartir su récord, en un imaginario Guinness, con la actual primera ministra británica, Margaret Thatcher.

Jordi Pujol i Soley nació en Barcelona en 1930 en una familia que creía tanto en Dios como en los ideales un punto más laicos del nacionalismo. Aprendió a escribir en catalán, dirán algunos de sus biógrafos, a los 12 años; estudió bachillerato en los jesuitas -como Fidel Castro, sin ir más lejos-; y se licenció en Medicina -al igual que Ernesto Che Guevara-. En una apretada síntesis: Pujol formó parte del Grup Torras i Bages, la organización que recibía su nombre en recuerdo de un antiguo obispo de Vic; participó en la creación del CC, unas siglas sobre las que aún no existe unanimidad, pero que podrían responder a Cristo y Cataluña; pronunció conferencias y mantuvo siempre una actitud cívica, responsable y catalanista mientras otros miembros de la burguesía de Cataluña hablaban a sus cachorros sólo en castellano bajo la coartada de que la lengua del imperio era la más "fina", así se decía entonces, de todas las lenguas.En 1959, Pujol participa en la gestación de Banca Catalana -cuántas lluvias caerían despues sobre aquella entidad- y en la campaña contra Luis de Galinsoga, aquel presunto director de La Vanguardia que manifestaba en público su tenaz convencimiento de que "todos los catalanes son una mierda". Participó, en 1960, en los incidentes del Palau de la Musica, donde fueran lanzadas octavillas contra el general Franco y cantados himnos entonces tan prohibidos como El cant de la senyera. Detenido, apaleado en la comisaría donde mandaba el policía Creix, de infausta memoria, juzgado -es un decir- en Consejo de Guerra y condenado a siete años de cárceI, de los que cumplió 32 meses. Pujol mostró en todos aquellos sucesos una actitud más que digna y su nombre se transformó en los años sesenta, la década que fue prodigiosa, en santo y seña que manos demócrátas y clandestinas escribieron en muchas paredes del Principado.

Y entonces comenzó a gestarse el liderazgo del pujolismo que en un principio sólo fue el apoyo colectivo a Pujol frente al franquismo. Después, el pujolismo llegaría a ser el esfuerzo por defender a una cultura más allá de una lucha inicial en favor de la mera supervivencia de Cataluña. Pero el pujolismo, como el gaullismo, nunca llegaría a existir ni como ideología ni como doctrina y sólo podría llegar a ser entendido en función de la personalidad y la acción de su creador, que ejerció siempre un liderazgo nacionalista y cada vez más conservador. Si el general francés utilizó la cruz de Lorena y un micrófono de la BBC para predicar a los franceses su nuevo Evangelio, el nacionalista catalán se sirvió de un trípode de tres lemas para cimentar su mensaje y su liderazgo: Fer poble, fer Catalunya ("hacer pueblo, hacer Cataluña"); fer país ("hacer país"), y Construir Cataluña.

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En términos políticos, el pujolismo era una interpretación más del nacionalismo conservador que, en este caso, tenía como pal de paller, como columna vertebral, al propio Pujol que crea el Centre d'Informació Recerca i Promoció (1965), sostiene a la Gran Enciclopèdia Catalana (1971) y funda Convergència Democràtica de Catalunya (1974). Sus críticos comienzan a aventurar que Pujol se encuentra bajo el síndrome de los malos actores que acaban por creerse tan importantes como los personajes a quienes representan. El líder abandona, sin demasiadas prisas pero sin pausas, su posición teórica en el campo de un jefe de partido y se presenta en primera persona. Una suerte de lo que yo digo es lo que yo pienso y, a estas alturas de la temporada, mantiene este mismo juego tal y como demuestran algunas de sus intervenciones más recientes.Sus adversarios dirán que a Pujol comienza a fallarle el sentido del contraste y que convierte sus ocurrencias, sus decisiones y sus indecisiones en actos providenciales. Pero el líder, a quien nadie se atreve a discutir en su propia casa política, logra proyectar un buen retrato de sí mismo; califica de "actos indignos" a algunas de las críticas que recibe; utiliza con inteligencia una política de balcón -aparecer cuando la ocasión lo requiera en la balconada principal del Palau de la Generalitat-; y saca de su chistera al conejo del victimismo al que la oposición considera nada inocente. El dios de todo lo malo que llega desde fuera es Madrid y los socialistas catalanes son sus profetas.

Podría aventurarse que imágenes como aquellas acaban por agotarse, pero, en el caso del pujolismo, han logrado sobrevivir durante ocho años por medio de las urnas y, de creer en la religión de las encuestas, le quedan aún por delante cuatro años más. El líder podrá seguir -dicen las previsiones- tirando del carro conservador del nacionalismo; impartir lecciones de un populismo de rostro amable; mantener una actitud vigilante frente a las zancadillas que lanzan en el área parlamentaria los defensas de la oposición, y afirmar celosamente su trabajo en pro de los "derechos históricos" de Cataluña.

Es el ejercicio sin red, en opinion de observadores, de un catalanismo prudente que produce al líder una buena cosecha de los votos de una sociedad que está lejos de cualquier opción de rompe y rasga. La magia de Pujol y del pujolismo parece consistir en aprovechar una coyuntura favorable y en hablar el lenguaje de una sociedad cada vez más silenciosa. Pujol es dueño en su propio partido, señor en su coalición y líder electoral del nacionalismo que defiende la derecha. Al mismo tiempo, el pujolismo se beneficia de una triple carambola: la existencia casi marginal del independentismo, pese a algunos rebrotes bien recientes, y del decaimiento de Esquerra Republicana de Catalunya; del discurso a veces titubeante de los socialistas catalanes, y de las querellas casi crónicas de la izquierda comunista.

Con vientos tan favorables, las velas del liderazgo pujolista, según demuestran los análisis del voto, siguen hinchándose con sufragios tan dispares como los emitidos desde la familia natural del nacionalismo conservador; desde una burguesía que antes fue españolista y que no encuentra, en Cataluña, acomodo confortable en Alianza Popular; desde franjas profesionales que se declararon comunistas, y desde sectores de la inmigración que quieren hacerse perdonar culpas que les son ajenas.

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