Razones de una conmentoración
Todos los pueblos conmemoran los acontecimientos de su pasado. Puede que los pueblos no sean sino eso, una memoria colectiva. Aún está en nuestro recuerdo, por ejemplo, la solemnidad con que los norteamericanos celebraron el bicentenario de su independencia y, más recientemente, el centenario de la estatua de la Libertad. Los franceses festejarán el año que viene los 200 años de su revolución e iniciaron los trabajos para que todos los actos conmemorativos hubiesen culminado en una exposición universal en París.Sin embargo, nada más anunciarse que España se preparaba para celebrar el V Centenario se alzaron voces de disconformidad y protesta. ¿Por qué?
Si esas voces coinciden en que el quinto centenario no se celebre, discrepan en las razones de su oposición. Algunos se oponen simplemente porque temen que la conmemoración sea ocasión de una avalancha de tópicos, de una riada incontenible de retórica hinchada y nacionalista. Es mejor, por tanto, dejar pasar la fecha en silencio. Yo comprendo en parte sus temores, pero el remedio que proponen es igual que si se le aconseja a un minero que deje de extraer el rico mineral a fin de evitar el cargar con la ganga o que elijamos el quedarnos todos sin voz como medio de que alguien no ahueque la suya.
Es cierto que, durante más de 100 años, el nacionalismo -no sólo en España- aprovechó las efemérides históricas para embriagarse de retórica y cantar las glorias, reales o supuestas, de la patria. Pero no es menos cierto que también la voz de los poetas fue la única que en España e Hispanoamérica supo mantener la conciencia de que pertenecemos a una misma comunidad cultural. La realidad de esa comunidad hispanoamericana se afirmó gracias a los Unamuno, Rubén Darío, Vallejo, Neruda, etcétera. Ellos fueron lo único creador y fecundo en un horizonte de atonía política, mediocridad científica y tecnológica y marasmo económico. Tal vez tengamos que aceptar como precio el escuchar muchos tópicos para que entre ellos se eleve alguna voz egregia que siga formando la conciencia de una cultura común. Las emocionantes palabras del mexicano Carlos Fuentes pronunciadas al recoger el Premio Cervantes son uno de esos ejemplos de cómo la voz lúcida de un hispanoamericano puede significar una interpretación fecunda de la historia común.
Más grave es la objeción de los que se niegan a la conmemoración porque creen ver en ella un afán europeo de seguir imponiendo su propia perspectiva histórica. Cuando Colón, afirman, llegó a las costas del Nuevo Mundo había allí unas civilizaciones que vivían su propia existencia y que en ciertos casos habían alcanzado un alto grado, refinado incluso, de desarrollo. Hablar de descubrimiento significa que unos descubridores, los europeos, descubren; esto es, incorporan por primera vez esas civilizaciones descubiertas a la historia, sacándolas de la prehistoria; es decir, de la barbarie. La celebración del quinto centenario es, en esta interpretación, una nueva manifestación de eurocentrismo, de esa intolerable pretensión europea de imponer su propia visión de los hechos y de no admitir otros valores que los vigentes en Europa. Estos críticos aceptarían, si acaso, que se celebrase no el descubrimiento, sino el encuentro de dos mundos. A diferencia del descubrimiento, el encuentro sitúa en un plano de igualdad dos civilizaciones, dos concepciones del mundo, tan legítima la una como la otra, la de los vencedores como la de los vencidos.
Es curioso que cuando Europa, en el siglo XIX y primer tercio del XX, gozaba del máximo prestigio se intentara descalificar la obra de España considerando que no era auténticamente europea (¡ah!, se lamentaban algunos, si hubiese sido otro el pueblo, realmente europeo, que hubiese hecho el descubrimiento y la conquista, Hispanoamérica no hubiera quedado lastrada en su herencia), y ahora que lo europeo vive el momento más bajo de su cotización histórica, se culpa a los españoles de haber sido no sólo europeos, sino la vanguardia del colonialismo europeo; es decir, una especie de ultraeuropeos. Conmemorar el V Centenario sería tanto como conmemorar el colonialismo.
Datos
Puntualicemos algunos datos puramente objetivos. Escribe el historiador Frances Chaunu que en el siglo XV existían más de 100 culturas diferentes, en diverso grado de madurez científica y técnica, esparcidas por los cinco continentes, y que constituían todas ellas mundos encerrados más o menos en sí mismos, desconociéndose entre sí, formando universos herméticos. Europa occidental, sin duda el más abierto de esos mundos, sólo conoció el 30% de la superficie de la Tierra. Las aproximadamente 50 civilizaciones americanas precolombinas se ignoraban las unas a las otras. Las más evolucionadas de entre ellas, juntamente con la inca, las mesoamericanas, sólo sabían de la existencia del ¡1% de la Tierra! Fue lógico, casi fatal, que le correspondiese a Europa -y dentro de ella, por razones religiosas, geográficas, políticas y técnicas, a España y a Portugal- el papel de descubrir los contornos reales del universo. Ese conocimiento fue, pues, un auténtico descubrimiento, no un encuentro. Y ese descubrimiento supuso la universalidad. Universalidad no sólo geográfica, sino también -y sobre todo- metafísica, porque el Nuevo Mundo recién descubierto reforzó en el hombre del Renacimiento la creencia de que el ser del hombre es universal y universales son los valores que deben regir su vida. Creencia que se rompió con el romanticismo alemán, que condujo al nacionalismo y al relativismo histórico. A partir de los cuales se consideró que cada cultura legitimaba sus propios valores. El holocausto de las dos grandes guerras mundiales ha sido la consecuencia del nacionalismo. Igual que el terrorismo actual no es sino una consecuencia del relativismo de los valores.
La conmemoración no puede ser, pues, la. ocasión de entonar cantos nacionalistas, sino todo lo contrario. Creo que la mayoría de los españoles comparte la convicción de que España no se ha encontrado a sí misma más que cuando se ha puesto al servicio de empresas universales.
Que la apertura universal que fue el descubrimiento diera origen a intolerables y a cruentos crímenes nadie lo niega. Pero no es admisible la afirmación de aquellos -tercera corriente de los detractores de la conmemoración- que sostienen que el descubrimiento fue sólo el comienzo de un colosal genocidio. Toda transculturación, aun las más fecundas, ha sido dolorosa y sangrienta. La leyenda negra consiste en cerrar el balance histórico sumando sólo las partidas del debe. Nadie reduce el balance histórico de Roma al aniquilamiento de Cartago, a la dispersión brutal del pueblo judío, a los millones de esclavos o a los 5.000 crucificados en un solo día; sobre esa sangre prevalece el hecho de que Roma significó el sometimiento de las relaciones humanas a la norma jurídica y la incorporación a la historia del pensamiento racional de los griegos y de la ética judeo-cristiana.
Esas conquistas romanas, la cultura occidental, fueron las que España, como consecuencia del descubrimiento, llevó a América. Dejemos a un gran americano, Vargas Llosa, valorar esa cultura: "La primera cultura que se interrogó y se cuestiona a sí misma, la primera que desintegra sus masas en seres particulares que con el correr de los años irán conquistando más y más derechos para actuar y pensar por cuenta propia, se convertiría, a consecuencia de esa práctica desconocida -la libertad-, en la más poderosa del planeta". "Desde entonces", continúa Vargas, "para el mundo, la historia cambiaría de signo y sería una sola. Es inútil preguntarse si estuvo bien que fuera así o si hubiera sido preferible para la especie humana que el individuo no naciera jamás, que hubiera continuado hasta el infinito la tradición de los pueblos-hormigas".
La conmemoración del V Centenario significa la afirmáción de una comunidad, la hispáráca, y la universalidad de unos valores; entre ellos, el día de la libertad. Comunidad hispánica, universalidad y libertad que fueron en los mejores momentos de su historia -y han vuelto a ser de nuevo- el signo del destino de España.
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