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Conversando con Rico

El pasado 15 de abril se cumplió un año de la primera rebelión del coronel Aldo Rico. El presidente Alfonsín pretendió haber cerrado el episodio definitivamente tras su acuerdo con los militares alzados, cuando logró hacerles regresar temporalmente a los cuarteles, a cambio, nada menos, de la ley de obediencia debida, legalizadora, en definitiva, de crímenes contra la humanidad. Después vinieron una derrota electoral y el segundo levantamiento de Rico.El claro triunfo del peronismo, el pasado 6 de septiembre, representaba la derrota del proyecto de gobierno del alfonsinismo, la corriente más progresista de la Unión Cívica Radical. Lo apunté con sobrados detalles en esta misma página; no me atreví, en cambio, como no se atrevieron otros intelectuales demócratas por cuya cabeza también pasó la idea, a pedir públicamente al presidente que renunciara conservando para tiempos mejores una figura llena de dignidad histórica. El propio presidente lo pensó, según me dijeron luego, al menos por un momento. Debe de lamentar en estas fechas no haberlo hecho, porque la realidad se le ha impuesto de manera tajante, hasta el punto de obligarle a postergar, de forma pública y expresa, sine die, el traslado de la capital a Viedma y la reforma de la Constitución, dos de los pilares de, su programa. El tercero, la reestructuración de la economía a partir de la reforma monetaria, ha fracasado más allá de toda previsión. De llegar los argentinos al próximo año sin golpe de Estado, cosa que está por verse, Alfonsín se retirará tras las elecciones de mayo de 1989 con una única gloria: la de ser el primer presidente en 37 años -y el segundo en 59- que termine su mandato en los plazos legalmente previstos.

Después de un año de Gobierno condicionado por el constante estado de subversión latente en las fuerzas armadas, por una oposición mayoritaria en las cámaras y en los gobiernos provinciales, por una Iglesia que no ha terminado de aceptar ni siquiera la ley de divorcio y que defiende sin ambages los intereses de los terratenientes, por una central sindical única controlada por los sectores más reaccionarios del peronismo, la imagen de Alfonsín se encuentra profunda e irreversiblemente deteriorada. Es muy dificil que el candidato a sucederle en la presidencia que presenta su propio partido, el actual gobernador de la provincia de Córdoba, Eduardo Angeloz, triunfe en los comicios próximos.

Los peronistas aún no han decidido quién será su candidato. Cabe sostener con escasa posibilidad de error que el elegido será Antonio Cafiero, gobernador de Buenos Aires y dueño de la mayor parte del aparato justicialista. Pero se le opone en las internas, con gran ascendiente sobre las bases, el gobernador de la provincia de La Rioja, Menem, infausta cruza de caudillo folclórico y jefe de matones. Los dos, Cafiero y Menem, han optado por un discurso muy semejante al que hace cinco años enarbolaba el tristemente célebre Herminio Iglesias. Pero ya nadie se asombra ni se asusta.

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Un elemento caracteriza por igual a radicales y peronistas en el uso de las parcelas de poder que poseen actualmente: la corrupción.

El tercero en discordia electoral es el ingeniero Álvaro Alsogaray, al que la frágil memoria de los argentinos parece haber disculpado sus siniestros períodos como ministro de Economía y su constante colaboración con todos los Gobiernos de facto habidos desde 1955. La Unión de Centro Democrático es el pegote burocrático que se ha engendrado para sostener su candidatura.

Frente a este panorama, la figura de Aldo Rico. La Prensa internacional, debido en buena parte a la incredulidad y la vergüenza ajena de los corresponsales, le ha dado a conocer como un personaje grotesco, exaltado, violento y, en última instancia, históricamente inviable. La Prensa argentina le ignora o le trata como un problema menor. Todos se equivocan. Rico existe, tiene una fuerza política que ni él mismo podía sospechar hace un año, es un líder de mayorías en franco ascenso y cuenta con el apoyo no sólo de los fascistas más conspicuos del Ejército, sino de un número cada vez más importante de militantes y fracciones organizadas de quienes se autoconsideran izquierda en la Argentina. Desconcertada, despolitizada y preocupada por el descenso de su nivel de vida, la clase media, de la que en todas partes surgen las vanguardias políticas, es materia dispuesta para una revolución de ultraderecha, la única que puede encabezar un salvador de la patria. Mi primer diálogo en Buenos Aires, adonde no había regresado desde el día anterior al alzamiento de la Semana Santa de 1987, fue con un miembro del Partido Comunista de Argentina, de rigurosa obediencia soviética, las más veces a pesar de la propia URSS. "No se puede dejar de lado a Rico", me dijo. "Representa la línea nacional y antiimperialista dentro del Ejército", argumentó. De su boca oí por vez inicial el término "con versar" aplicado a la función po lítica de negociar oficiosamente. Comprobé en seguida que era la palabra de moda por lo que se refiere al coronel Rico.

Los comunistas argentinos con los qué he hablado no se avergüenzan de tratar con Rico, pero no intentan siquiera una aproximación al presidente.El comunista fue el único partido legal que, ante la primera suble vación de Rico, se negó a sus cribir el Acta Institucional de Defensa de la Democracia pro puesta por el Gobierno.

Los trotskistas de filiación "nacional-antiimperialista", liderados por Jorge Abelardo Ramos, antiguo editorialista del periódico oficial del peronismo en los años cincuenta, también conversan con Aldo Rico. Casi a diario. Consultan con él prácticas y estrategias. Así me lo confirmó, sin pudor alguno, una de las personas que intermedian en el diálogo Ramos-Rico, a nombre del primero, perfectamente convencida de su papel progresista.

Ex militantes de Montoneros -esa paradójica organización armada de la ultraderecha-programática cuyos miembros juraban ser la ultraizquierda- y de la Juventud Peronista, significados activistas de la "izquierda nacional" en los primeros años de la década pasada, ahora formalmente afiliados al justicialismo cafierista, pero marginalmente organizados en grupos que se proponen como revolucionarios, "conversan" con Rico. Ello no puede sorprender, desde el momento en que otros ex montoneros, perseguidos hace unos años por el lopezreguismo y la Triple A, adhieren sin vacilar, compartiendo fórmulas, inclusive, a la candidatura de Menem.

Lo que hace 30 años fue el Partido Socialista Argentino se encuentra dividido en la actualidad en no menos de cinco fracciones con cierto peso, dos de ellas "nacionales". Éstas "conversan" con Rico.

Comunistas, socialistas, trotskistas y peronistas "de izquierdas", sumados, no podrían ganar una elección. Distan mucho de ser una mayoría en el país. Son, eso sí, una núnoría importante, y la cantidad suficiente a la hora de inclinar la balanza en una situación extrema, sobre todo por la influencia en la opinión pública que adquieren, en momentos de gran silencio civil, los únicos dispuestos a pronunciarse.

Al no ser más que una minoría, la democracia presidencialista les garantiza muy poco. Quizá supongan que Rico, en el poder, les dará más de lo que les da la democracia. Se equivocan. Tendrán que padecer la misma sangre, el mismo horror, el mismo dolor de siempre. Por enésima vez en su historia, la izquierda argentina sirve a su propio enemigo

Crocco, el cuñado de Aldo Rico, fue parte del grupo implicado en el asesinato del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu, el penúltimo general del Ejército argentino decidido a un diálogo político racional con todos los sectores de la sociedad. Le mataron antes de conversar con él. Sobrevivió Alejandro Lanusse, empeñado en hacerse cargo del proyecto de Aramburu, pero se cuenta entre los desaparecidos su principal asesor civil, Edgardo Sajón.

¿Por qué habría de conversar Rico desde el poder con quienes hoy conversan con él?

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