Michel Rocard, inspirador del "socialismo de lo posible"
, Michel Rocard puede ser en breve el primer ministro del presidente de la República francesa François Mitterrand, aunque no es posible olvidar al otro candidato con solidez, Pierre Béregovoy, y mucho menos puede subestimarse la capacidad de sorpresa de Mitterrand II.Un día se escribirá la historia del presidente y de aquel Rocard revolucionario del Partido Socialista Unificado (PSU) que coqueteó a fondo con las barricadas de 1968, que se convirtió después al socialismo de todos los días inventado por Mitterrand en 1971 y que, en 1978, se atrevió a tratar de "arcaico" al que hoy una mayoría de franceses llaman cariñosamente Tonton.
Cada cual le debe al otro algo muy valioso. Y en algún momento también el veneno en forma de regalo lo intercambiaría esta pareja sólo unida por la razón más fría. Mitterrand llegó al poder en 1981 del brazo de los comunis tas, aupado por una franja ultra de su partido y con un programa de acción en cartera que pretendía incluso "romper con el capitalismo".
Durante cerca de dos años, Francia se convirtió en un jaleo que alarmó a la ciudadanía. Pero surgió una vez más el pragmático Mitterrand; y esta vez, sin andar se con chiquitas, calcó práctica y descaradamente toda la política económica, y un cierto estilo, inventados por el Rocard que, en la década de los años setenta, había comprendido con antelación que la mitología del socialismo revolucionario ya no cabía en las sociedades industrializadas.
El 'robo' de una política
Mitterrand le birló su política del "socialismo de lo posible" Rocard, como durante los dos últimos años el primer ministro Jacques Chirac le sustrajo un cierto modo de liberalismo al que lo sacó de sus bagajes en pleno gaullismo, el ex presidente Valéry Giscard d'Estaing.
Hoy, quizá, Mitterrand quiere premiar a quien le sopló la política que ha hecho de él un presidente amado en Francia.
Y puede, por ello, nombrarlo primer miinistro, y olvidarse de lo del "arcaísmo" y de que en 1981 Rocard hasta llegó a declararse candidato a la presidencia contra el dios de todos los socialistas; y tendría que olvidarse también de que un buen día abandonó su cartera de ministro de Agricultura para preparar de nuevo otra intentona presidencial (para 1988); en definitiva, contra el Mitterrand consagrado por el 54% de los franceses votantes.
Si esta tarde o mañana Rocard es jefe de Gobierno, él y el presidente firmarán una nueva paz. Pero quizá lo que Mitterrand le ofrezca a su adversario, y no precisamente con mala intención, sea el regalo envenenado que es una Francia en transición ante los vendavales que se avecinan.
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