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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elecciones en Cataluña

LAS ENCUESTAS sobre los comicios catalanes, cuya campaña comienza oficialmente esta semana, auguran escasos cambios en la nueva composición del Parlamento. Con todo, del resultado final de esta consulta dependerán importantes cuestiones, tales como el grado de acentuación del monolitismo en la escena política de Cataluña, en qué medida, se preservará o disminuirá el nivel de pluralismo ideológico y de contrapesos al poder, y si, a partir de esos resultados, el necesario diálogo para la construcción del Estado de las autonomías sufrirá un mayor endurecimiento.Una primera clave estriba en confirmar la entrada del CDS en el arco parlamentario autonómico. Los sondeos indican que logrará recuperar parte del electorado perdido por los centristas (que hace 10 años llegó al no despreciable guarismo del 17%), aunque seguramente lo haga a costa de votantes socialistas. La cuestión interesa tanto por la posibididad de que se creen alternativas o contrapesos dentro de la franja sociológica de centro -que hoy ocupa en exclusiva Convergència i Unió (CiU)- en la escena política catalana como por el propio futuro del CDS a nivel general. Parece claro que cualquier alternativa nacional al PSOE debe comenzar a fraguarse desde los niveles local y autonómico. El CDS ha cosechado hasta ahora rotundos fracasos en las elecciones de Galicia y el País Vasco. Falta por saber si su previsible entrada en el Parlamento catalán constituirá un cambio de tendencia a nivel general.

También está en juego el inmediato futuro de Alianza Popular. Los indicios apuntan a que no mantendrá su suelo electoral. Si eso se ratifica en las urnas -la intención de voto que recoge este grupo es siempre inferior en los sondeos a la que finalmente obtiene-, el grupo conservador contará menos para cualquier proyecto futuro de alternativa a los socialistas en el Gobierno central.

Que AP mantenga o no lo esencial de su electorado depende sobre todo de si aguanta el continuo tirón de la coalición nacionalista Convergència i Unió. Parece claro, a tenor de los sondeos, que CiU conservará su papel hegemónico, repitiendo, en el más desfavorable de los casos, su mayoría absoluta de 1984. En este caso, la gran cuestión radica en si -inversamente a lo que sucede con AP- el continuo ascenso del pujolismo de los últimos años tiene o no límites, en si CiU toca o no techo. En sucesivas convocatorias, CiU ha ido rascando votantes a derecha e izquierda, debilitando sobre todo a partidos de su propio espacio natural como Esquerra Republicana de Catalunya y Alianza Popular. Si este crecimiento prosigue a igual ritmo estaremos ante un fenómeno insólito, ante una fagocitación de las otras representaciones partidarias, ante una globalización de carácter totalizante de la escena política catalana. Un ascenso significativo de CiU significaría también, como ha indicado Miquel Roca, "dejarle las manos libres" para cualquier operación de política general española.

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El suave declive de la izquierda es otro pronóstico cuantificado. Más significativo en el caso del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE), que perdería posiciones en beneficio del CDS, apunta también en el área comunista, que globalmente no recuperaría todo su electorado de 1984, cuando los comunistas se presentaban desunidos. Este fracaso anunciado no reviste, sin embargo, caracteres catastróficos hasta el punto de que pueda sostenerse que la sociedad catalana desea un estilo de gobernación completamente al margen o en hostilidad abierta contra la izquierda.

Por encima de la arena partidaria, desde la perspectiva de la construcción del Estado, del desarrollo de la cuestión catalana y de la aportación del Principado al conjunto de España, una hipótesis se dibuja nítidamente: la de un mayor monolitismo de la escena política catalana. Ello podría significar una mayor concentración de poder, un fenómeno que no parece conveniente ni a nivel general ni a nivel autonómico una vez que la democracia española está consolidada, sobre todo si ello implicase una acentuación del grado de tensión con que se va construyendo el Estado autonómico.

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