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ZARAGOZA

Arrugado inicio de temporada

ÁNGEL CEBRIÁN ENVIADO ESPECIAL El cartel de las figuras con que abría temporada Zaragoza se arrugó. Y con ello las ilusiones de la afición maña, que por emotivo tomaban también este festejo ante la presencia de Ortega Cano, corneado de máxima gravedad en esta plaza hace seis meses. El tiempo, que todo lo borra, también puso ayer en el olvido de las figuras la destreza suficiente como para lidiar una corrida, la de Baltasar Ibán, que con relativos problemas, siempre superales por quienes se tienen como figuras, puso de manifiesto que a estos diestros que se dicen mandones les arruga el suave derrote a la hombrera, a principios de temporada.

Todos los astados, pobres de cabeza, con algunos indicios claros de no corresponder sus astas a su trapío, y todos manseando tras salir de los caballos, aprendieron al dudarles sus matadores aquellas cosas feas que les faltaban. En el caso del segundo de Niño de la Capea, quien hacía las cosas rematadamente feas era el propio diestro, que entre cite y recite obsequiaba a la concurrencia con un ajetreado desequilibrio de piernas en pos de una postura que asemejara, por casualidad, la normalidad. Ni una sola vez lo consiguió. Más discreto anduvo con su primero, que al romperse una mano le privó de ofrecer por duplicado su maestría.

Ibán Niño de la Capea, Robles, Ortega Cano

Toros de Baltasar Ibán: terciados, flojos, mansos y de juego desigual. Niño de la Capea: pinchazo bajo y descabello (silencio); pinchazo y estocada trasera caída (silencio). Julio Robles: estocada trasera (fuerte ovación y salida .. teicio); estocada baja (pitos). Ortega Cano: estocada desprendida (ovación y salida al tercio); estocada contraria y dos descabellos (palmas). Plaza de Zaragoza, 23 de abril. Inauguración de la temporada.

Torería de Julio Robles

Lo mejor de la tarde goteó de Julio Robles tras dos verónicas y una media de cartel, ante el segundo, acompañadas posteriormente de tres derechazos limpios, con empaque, acompasando el pecho con lentitud y rematando el pase atrás. Esa fue la torería de la tarde, pues no pudo haber más ni tan siquiera imaginándolo.

Se esperaba de Ortega Cano algo más que el simple reencuentro con esta aficción y en ella dejó la impronta de la frialdad, el desajuste técnico y un dudar a sus enemigos en donde a la primera de cambio abreviaba con el espadazo furtivo. Todo ello inimaginable en un torerazo de su categoría.

Sin pena ni gloria comenzó la temporada en Zaragoza, con un entradón que hacía pensar en cualquier festejo del ciclo del Pilar. No era octubre pero la taquil. lla cantó positivamente para la empresa, que a pesar del aumento de precios goza por parte de esta aficción, a la hora de exigir el toro, de una benevolencia total. Y es que se hace evidente: sin ver los cuernos del animal, menos se aprecia lo que hay detrás, eso que fuera de Aragón se llama trapío.

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