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Paul Virilio, un urbanista y pensador francés preocupado por la ficción del movimiento

'Estética de la desaparición' aparece en castellano

Paul Virilio nació en París, en 1932. Es urbanista. Fue director de la École Spéciale d'Architecture de París, establecimiento del cual es en la actualidad administrador. Fue miembro del comité director de las revistas Esprit, Cause Commune y Traverses. Es director de colección de la editorial Galilée y miembro fundador del Centre Interdisciplinaire de Recherche de la Paix et d'Étues Stratégiques. Además de trabajos especializados, ha publicado los libros Bunker archéologie (1975), L'inséculuttes du territoire (1976), Vitesse et politique (1977), Défense populaire et luttes écologiques (1978), Esthétique de la disparition (1980), Logistique de la perception (1984), L'espace critique (1984), y L'horizon négatif (1985). En 1987 ganó el Gran Premio de la Crítica. Estética de la desaparición, sobre la ilusión de movimiento, se publica ahora en castellano.

Decía Napoleón, según dice Paul Virilio que dijo Abel Gance, que para magnetizar a las masas hay que hablarles a los ojos. Hablarles a los ojos, podría haber dicho después Napoleón, con la velocidad de la luz. Los ojos ya no están para mirar lo que descansa ahí, quieto, sino para recibir dardos de imágenes.Un hombre al volante no ve pasar coches iguales al suyo: lo que ve son rayas de colores. Tampoco ve el mismo paisaje que vería si fuera un paseante solitario y decimonónico: ve, a través de la pantalla de la autopista, esculturas móviles, cuadros geométricos, anuncios.

"La ilusión locomotriz", dice Paul Virilio en Estética de la desaparición, novedad de Anagrama, traducido por la poeta Noni Benegas, "se convierte en la verdad de la visión, al igual que las ilusiones de la óptica se asemejan a las de la vida". Y cita a Godard: "El cine es la verdad 24 veces por segundo". No hay ya un sol único. "Con el motor", dice Virilio, "nació un nuevo sol, capaz de cambiar las leyes de la visión y de vaciar la bolsa de la memoria, que suele quedar, en estado natural, llena, detrás de lo que se ve.

Para percibir lo fugaz, lo fosforescente, lo instantáneo (figuras directas o indirectas producidas por las prótesis tecnológicas), la visión, pasiva, desprendida de la memoria, tiene que ser guiada".

Ser y prótesis

En uno de los últimos días de La Coupole, Virilio (París, 1932), ajeno, por una vez, a los fantasmas violetas de los coches que chocan en los cristales y fiel a su botella de agua mineral, se empeña en dejar claro que hay al menos dos tipos de velocidad, y que una de ellas es buena y la otra no tanto, sobre todo lleva sus riendas tiene, mal corazón.Explica: "Al trabajar sobre la velocidad no se habla de aceleración o desaceleración, sino de velocidad negativa y velocidad positiva. La velocidad, desde luego, no es un fenómeno, sino una relación entre fenómenos, sean cuales sean estos fenómenos.

Hay una velocidad que yo llamo tecnológica y otra que llamo metabólica. Hay la velocidad de estar vivo (metabólica), pero esa velocidad entra en conjugación -en contaminación- con la velocidad tecnológica, que es la del cine, la de la televisión, la de los efectos especiales. Después de un cierto número de imágenes por segundo ya no hay más percepción. Lo que hay es un fenómeno subliminal.

Deleuze no está de acuerdo conmigo en esto: no cree que puedan hacerse distinciones en cuanto a la velocidad. Yo creo que hay por lo menos dos: la velocidad del ser (del ser vivo) y la de la prótesis (la televisión, el coche que corre mientras el paisaje se escapa a los costados). Hay efectos especiales que literalmente enceguecen, engañan la vista, engañan la percepción. La tecnología actual trabaja sobre el olvido. Trata de generar ausencias que no son fisiológicas, sino culturales, y por eso en mi últmo libro, después de haber hablado de estética de la desaparición, hablo de política de la desaparición".

René Daumal (Ardenas, 1908-París, 1944), en Clavículas de un gran juego poético (Fabril, 1961), habla del sueño de 24 horas en que viven los hombres, de la inercia de la conciencia, pero, más pesimista que Virilio, creía que esa idiotez profunda correspondía a la naturalidad de lo humano, y que para combatirla, la única palabra que valía la pena pronunciar era no ("el no vivifica").

No a todo lo que fuera exterior a la conciencia como única manera de preservar, detrás de la trinchera, pequeñas victorias de la interioridad. Virilio habla de culturas (tecnologías) "dominantes que nos exilian de nosotros mismos y de los otros pérdida de sentido que no es tan sólo una siesta de la conciencia, sino un declive de la existencia".

Esa fascinante (en sentido diabólico) velocidad audiovisual "impide mirar hacia los lados, rechazar la fijeza de la atención, alejarse del objeto hacia el contexto, evitar el origen de los hábitos, del acostumbramiento".

La velocidad de las prótesis tecnológicas se subdividen: transportes, por un lado, y por otro, sistemas audiovisuales. Pero son también canales que se cruzan, conectados, y que juntos electrocutan la percepción normal, creando formas locas, inesperadas, para una visión que ya es de este mundo.

La ventanilla del coche es una pantalla, pero la pantalla del televisor es también ventanilla de coche; en el cine hay luz de sol ficticio, y la ciudad iluminada es puro cine. También la arquitectura y la escultura son puro cine, y "el arte", dice Virilio, "desaparece incesantemente bajo la intensa iluminación de los proyectores y propagadores".

La realidad accidental

Virilio habla -rápido, preciso- en La Coupole, y mientras uno le escucha, tiende a asocíarlo a Ballard: los naufragios de la con ciencia en novelas como La sequía y Un mundo sumergido, las estridencias llameantes -choques de coches veloces- de Crash. Virilio cuenta que periódicamente se escriben: "Ballard me interesa, pero no me apasiona. Quizá porque él goza con lo que escribe, mientras yo sufro. Lo que más me interesa es su visión del accidente. He tratado también este tema, sobre todo en artículos. Ballard cree que la realidad es accidental; yo, también. El accidente está en el origen. El accidente es fundador, creador. Se tata de un fenómeno mal conocido, desvalorizado; para mí, resulta positivo. No digo, claro, que sea agradable ser atropellado por un coche, pero pienso que un accidente como el de Chernobil es positivo. Negativo porque nos contamina, pero tan positivo -y tan emblemático- como el desembarco en la Luna. Que también es un accidente en la historia de la conquista del espacio. Como la guerra, un accidente de la historia".¿También el enamoramiento es, en ese sentido, un accidente? Virilio responde: "Por supuesto. Es un coup de foudre fundador de la realidad. La realidad no existe más que por un golpe de fuerza". Habla en seguida de golpes de fuerza de la voluntad, de golpes de fuerza de la impotencia, de filosofías del asalto, de nazismo.

Aclara: "La guerra entra en esa lógica del asalto. Con qué arte y, al mismo tiempo, con cuánto error. El nazismo es una filosofía del asalto. Después de la guerra, después del drama, hemos pasado de la filosofía del asalto a la pasividad de la espera; de la virilidad del asalto a la pasividad del recibir. Me parece fundamental ese pasaje del asalto a la espera, y esto corresponde muy bien también a las situaciones que yo he analizado: el pasaje de la velocidad automovílística a la velocidad audiovisual.

En la velocidad audiovisual todo llega. En el mundo automovilístíco hay una partida, un viaje y una llegada. En el audiovisual, todo viene a mí, sin necesidad de haber partido. El ser deviene un ser de la espera: en ese cambio hay cosas, fundamentales, que están en juego".

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