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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Primer lote de 'hollymemeces'

Tres hombres y un bebéDirección: Leonard Nimoy. Intérpretes: Tom Selleck, Steve Guttenberg, Ted Ramsom. Producción de Estados Unidos, 1987. Estreno en Madrid: cines Cid Campeador, Juan de Austria, Novedades y Palacio de la Música.

Perseguido -

Dirección: Paul Michael Glaser. Intérpretes: Arnold Schwarzenneger, María Conchita Alonso, Jaffet Cotto. Estados Unidos, 1987. Estreno en Madrid: cines Capitol, Vaguada y Luchana.

Teen Wolf II

Dirección: Christopher Leitch. Intérpretes: Jason Bateman, Kim Darby, John Astin. Estados Unidos, 1987. Estreno en Madrid: cines La Vaguada, Real Cinema y Paz.

De tall astilla..., tal palo

Dirección: Rod Daniel. Intérpretes: Dudley Moore, Kirk Cameron. Estados Unidos, 1988. Estreno en Madrid: cine Callao.

Primer lote de intrusas del año. Nada nuevo bajo el sol: películas bien hechas (¿y qué significa eso a estas alturas del cine?, ¿es que se hacen ya películas "mal hechas"?), si por tal, se entienden cosas como encuadres correctos, actores fotogénicos que no se trabucan, iluminación que ilumina con bonitos colorines todo lo que hay que ver (o sea, poco), historias Más o menos entretenidas (eso depende de las legítimas ganas de que le tomen el pelo que tenga cada vecino) y cosas similares. Una vez más, el cine en cuanto pasto de consumo y olvido, en los alrededores de la nada. Pueden verse o dejar de verse, es exactamente lo mismo.

Y una vez más, la verdadera cuestión: el vacío de estos filmes estadounidenses no sólo llena, sino que también copa, a unas pantallas que deberían ocupar otros (de otros países) que aquí jamás se estrenan por culpa de la programación, poco menos que obligatoria, de estos y otras decenas de parientes suyos. Una obligación derivada de un automatismo del negocio de la distribución del cine de Hollywood: ese que, a través de los innumerables tentáculos de sus redes de distribuición, fuerza a medio planeta a consumir sus muchos rellenos a cambio de permitirle contemplar sus contadas plenitudes. Quien libremente quiera ver éstas, que forzosamente trague aquéllos. Así de sencillo.

El bebé y el biberón

Y de esta manera, el despiadado fondo político que gobierna a los bajos fondos financieros de este arte se hace de pronto explícito: todo en él gira alrededor de la pistola de celuloide de un redondo negocio ajeno, que manda y ordena que comamos sus desperdicios a cambio de que dejemos de comer nuestros manjares. No es lo malo que, desde Estados Unidos, nos encañonen con esta inaceptable opción; lo malo es que la aceptemos. No es lo malo que, en cine como en todo, EE UU vaya a lo suyo; lo malo es que nosotros seamos una parte de lo suyo.

En este primer lote de hollymemeces del año hay una (Tres hombres y un bebé) que dice mucho acerca de la prepotencia colonizadora -que tiene como otra cara la estupidez colonizada de quienes no rompemos en pedazos las reglas de un juego tan sucio- de este negocio. Este mediano filme es la repetición, al pie de la letra, de otro (Tres solteros y un biberón) mucho mejor que él. Pero hay, a efectos prácticos, una diferencia sustancial entre ambos: el primero (el peor) es estadounidense, y el segundo (el mejor), francés; y esto significa automáticamente que el primero -pese a ser mucho peor que el segundo- va a producir muchísimo más dinero, simplemente a causa de su procedencia.

Esto supone que en el negocio del cine la marca de fábrica puede más que la calidad del producto fabricado. Ya puede ser infinitamente mejor un filme de cualquier país que otro de Hollywood; que éste se verá en todas partes, mientas aquél sólo en algunas; que éste tendrá las pantallas abiertas en las salas más productivas y en las mejores fechas, mientas aquél se refugiará en una salita minoritaria y en las fechas que el destino, es decir, la oficina que Wall Street concede al cine, le reserve como consuelo, si es que le reserva alguno.

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