El patrimonio musical español, en Cuenca

El patrimonio musical español precisaba de una atención, por parte de investigadores e intérpretes, que le viene dispensando desde su fundación la Semana de Música Religiosa de Cuenca. En la edición clausurada recientemente los signos de la recuperación han tenido dos nombres: Carlos Patiño (Cuenca, 1600 1675) y José de Nebra (Calatayud, 1702-1768).Con la aparición del tercer volumen de los 10 que formarán la colección de obras musicales recopiladas originales del compositor conquense, el musicólogo canario Lothar Siemens Hernández se apunta un triunfo grande. De él han participado la orquesta y los coros de la Fundación Gulbenkian, de Lisboa, que dirige el maestro Hernando Eldoro, nacido en Madeira y formado en media Europa. Tres motetes bicorales nos han dicho algo de lo que en el nuevo tomo del Instituto de Música Religiosa hay abundancia: la belleza sustantiva, el juego temporal y espacial de Patiño, que, como dice Siemens, permite que la música deambule con una asombrosa riqueza de invención y situación de un coro a otro, bien se trate de bicoralidad o de tricoralidad, al tiempo que la libera de todo academicismo polifónico contrapuntístico.

Probablemente, desde la publicación por Pedrell de la obra completa de Cabezón y Victoria; por Pujol, de la Cabanilles; por Anglés, de la Música en la España de los Reyes Católicos, esta suma de Carlos Patiño es lo más importante producido por nuestra musicología. El asombro de un especialista como Philippe Herreweghe ante la expresión de este siglo XVII español no es para contarlo. El mismo músico/ musicólogo, director de la Chapelle Royale de París, nos dio la otra clave de la Semana 1988: la misa de réquiem de José de Nebra, maestro de capilla en Cuenca y profesor de Bárbara de Braganza, para cuyas exequias debió componer este réquiem, ya descubierto y recorrido por Hilarión Eslava.

Partitura genial, bien lejana del frecuente conservadurismo de los compositores españoles de su tiempo, hereda valores muy específicos de nuestra tradición -austeridad, profundidad, ausencia de vana representación, renuncia al placer ornamental, radicación en el canto llano- y a la vez anuncia soluciones que practicará, pasados los años, Franz Liszt: por ejemplo, esa ligazón entre el gregoriano y el cromatismo que otorga un poderoso atractivo al ofertorio.

Versiones excelentes fueron las del grupo francés y clarificadoras las del lusitano. A ellas ha de añadirse el estreno por Luis Remartínez, el coro de la comunidad madrileña y la orquesta de Valladolid de una nueva obra de autor español: Stabal Mater, para contralto, tenor, coros y orquesta, del zaragozano Ángel Oliver (1937). Música "basada en unos postulados de creyente", supone una reacción humana y artística ante las secuencias de soledad, dolor y esperanza que caracterizan el viejo texto de Giacopone da Todi.