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El arte de coleccionar arte

Tres importantes colecciones privadas coinciden en Madrid

Con pocos días de diferencia van a coincidir en Madrid las inauguraciones de tres muestras de arte contemporáneo, formada cada una de ellas a partir de los fondos de otras tantas colecciones particulares de indiscutible importancia. Son la colección del italiano Giuseppe Panza (Reina Sofía, desde el 24 de marzo), la del norteamericano R. Nasher (Reina Sofía, desde el 6 de abril) y la del alemán Lenz Schónberg (Fundación March, desde el 8 de abril).Por otra parte, el reciente anuncio de un acuerdo para la ubicación temporal en el palacio de Villahermosa, de Madrid, de la extraordinaria colección Thyssen Bornesmisza, así como la toda vía reciente clausura, en el Reina Sofía, de la exposición de parte de la colección de I. Sonnabend, son todos datos, elegidos de entre lo que más recientemente ha acaecido en nuestro país a este respecto, que ponen de actualidad el tema en sí del coleccionismo artístico.

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Tres muestras ejemplares

Aunque la pasión acumulativa, de la que inmediatamente se deriva la idea de coleccionar, es tan antigua como el hombre, bablemente los ajuares funerarios de los antiguos faraones egipcios sean el primer testimonio histórico que se aproxima más a lo que es nuestra concepción de una colección artística. Así lo entendía, al menos, el especialista británico F. H. Taylor, cuyo ameno e instructivo libro sobre el coleccionismo histórico The Taste of angels (traducido a nuestra lengua con el título me nos poético de Artistas, príncipes y mercaderes) comenzaba con Ramsés. Es dificil marcar un comienzo histórico concreto para lo que debió existir de alguna forma desde la fabricación de los primeros objetos, pero de lo que no cabe la menor duda es que la pasión por coleccionar no ha desaparecido después, sobreviviendo a los más profundos cambios sociales, políticos, económicos y, en realidad, de cualquier otra índole. Pero si el coleccionismo permanece, no se ha coleccionado siempre igual, ni las mismas cosas. Atendiendo a la complejidad de la cuestión, otro gran especialista y coleccionista él mismo, el francés Maurice Rheims, autor de varios libros importantes en esta materia, hizo una distinción básica entre tres tipos de amantes buscadores de objetos:, los coleccionistas, los aficionados y los curiosos.

Son muy sutiles las diferencias que establece entre estos tres tipos y se refieren al modo distinto con que cada uno de ellos se relaciona con los objetos adorados: si buscan más lo intemporal y sistemático, si lo hacen más en función de la actualidad y dejándose llevar por el capricho, o, en fin, si más o menos mezclan algo de cada una de las dos actitudes anteriores, opuestas entre: sí.

Autobiografía

Sea como sea, toda colección es, en buena parte, una especie de autobiografía, en la que la personalidad se expresa a través del testimonio material de los objetos que ha acumulado, reflejo de su gusto, de sus pasiones, de su habilidad y, naturalmente, de sus medios. En realidad, una colección no sólo retrata al detalle una forma de ser y de pensar, sino que constituye el ejemplo más claro de, la parte activamente creadora del llamado espectador. En este sentido, contra lo que se sostiene en ese prejuicio popular que considera el papel del público de arte como meramente pasivo, no digo en cada mirada que se fija en una obra de arte en concreto, sino hasta en cada acto y en cada gesto de nuestra vida cotidiana, hasta los más aparentemente insignificantes, hay siempre un juicio de gusto revelador.

No hay, pues, jamás gustos naturales o inocentes, que no nos comprometan, seamos o no coleccionistas. Lo que diferencia a estos últimos, en todo caso, es que dejan huellas materiales contundentes de lo que en todos los demás desaparece discretamente.

El coleccionista, en definitiva, construye su propia obra de arte con su colección. De esta manera, aunque se insiste mucho en los aspectos especulativos que se asocian con las colecciones artísticas, me atrevería a decir que ninguna buena colección se ha hecho, ni se podrá hacer, sólo con criterios económicos. Mejor aún: la rentabilidad especulativa es imposible sin una dosis importante de riesgo o, lo que es lo mismo, ignorando la situación puntual que refleja el mercado en cada momento. Por eso mismo lo mismo que le ocurre al propio artista creador que sacrifica los bienes inmediatos en aras de la gloria futura, el coleccionista tiene asimismo la oportunidad de arriesgarse, de adelantarse, de ser un innovador y de ser, por qué no, también un creador. Por lo demás, el verdadero coleccionista nunca vende sino para poder seguir comprando.

Con lo dicho se comprenderá que el punto más alto de intensidad se consigue generalmente coleccionando arte contemporáneo, pues implica tomar una decisión en un mundo de valores aún no sedimentados. Desde esta perspectiva, los coleccionistas de arte de vanguardia de nuestro siglo, habiéndose producido cambios tan radicales y vertiginosos, han vivido una experiencia pasional incomparable. Téngase en cuenta que las ofertas artísticas en nuestra época se han multiplicado en una proporción antes desconocida, pero, además, que no sólo refleja cada una de ellas un estilo diferente, sino hasta conceptos n-úsmos de arte diferentes, aumentándose el riesgo del eventual coleccionista hasta hacerle dudar de si lo que ha comprado es realmente arte o no.

Otras colecciones

A pesar de estas dificultades, no han escaseado los coleccionistas memorables en nuestro siglo y sin que la mayor parte de las veces interviniese de forma decisiva la cantidad de recursos económicos disponibles. En este sentido, frente a las magníficas colecciones de vanguardia de una Peggy Guggenheini o la del arte contemporáneo del propio barón Thyssen-Bornemisza actual, por citar dos más que saneadas fortunas, están las del británico Roland Penrose, el ruso Costakis o el modista francés Jacques Doucet.

De todas formas, ha sido tras la II Guerra Mundial cuando se han multiplicado las grandes colecciones privadas de arte de vanguardia, desarrollándose en medio de una tendencia progresivamente creciente desde los años cincuenta hasta la actualidad, en la que estamos viviendo una era dorada del coleccionismo de arte actual.

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