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Crítica:VIII FESTIVAL DE TEATRO DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La apoteosis de Ljubimov

Apoteosis del director Yuri Ljubimov después de la representación de La madre. Arrancado de su asiento en el patio de butacas, izado al escenario, la compañía del Teatro Taganka, de Moscú, le abrazó, le estrujó, le besó; el público, puesto en pie, le ovacionó (y a todos los intérpretes) incensantemente, mientras su joven esposa prorrumpía en llanto en el pasillo, desconocida, entre el público entusiasta. Había una segunda historia por debajo de la artística.Yuri Ljubimov, autor del montaje de esta exaltante y revolucionaria pieza 20 años atrás, decidió su exilio hace cuatro años: se fue a Israel, desde donde viaja a Europa para continuar dirigiendo teatro. Hay varios rumores cerca de su exilio: algunos dicen que fue sólo por amor -por el de la muchacha judía que lloraba-; otros, que por cansancio de la Unión Soviética. Esta era la primera vez que volvía a encontrarse con sus actores. Y hay más rumores: que ha decidido reintegrarse a la Unión Soviética, que quizá vuelva directamente con esta misma compañía. Tiene la misma edad que la revolución de octubre, en la que nació: 71 años.

La madre

De Máximo Gorki (1905). Versión teatral de Yuri Ljubimov (1969). Compañía del Teatro Taganka, de Moscú. Escenografía de Daviud Borovsky. Música de Yuri Buzko. Iluminación de Oleg Gordeev y Konstantin Panshin. Dirección de Yuri Ljubimov. VIII Festival Internacional de Teatro de Madrid. Teatro de la Comedia, 17 de marzo.

Pero la obra en sí había despertado ya el entusiasmo público durante su representación, sobre todo en algunos momentos lógicamente teatrales y enfáticos. Lo que cuenta, al hilo de la novela de Máximo Gorki (1908), es la primera revolución, la de 1905, que fracasé.

Más que la historia de la madre, es la de un colectivo, y Ljubimov la vio como una obra coral, y mantiene incesantes en el escenario a unos 50 actores, más cerca de una veintena reclutados en Madrid. Que no tienen, naturalmente, palabras: son los soldados de la contrarrevolución, que se mantienen todo el tiempo en escena, comprimiendo, forzando, golpeando, convirtiéndose ellos mismos en cárcel para la masa trabajadora. Hecha hace 20 años, tiene influencias anteriores: todo el expresionismo, todo el primer cine ruso, el trabajo con las luces, la composición de grupos, los movimientos colectivos.

Arte personal

Pero estas influencias las transforma en una gran obra de arte personal, en verdadera poesía dramática. En algunos momentos recuerda otra construcción reciente, la que se ha hecho en Londres -y en estos momentos también en Nueva York- con Los miserables, de Víctor Hugo. Es una forma posible de narrar una novela larga y con muchos incidentes.

Consigue con ello la tensión, la atención, que se prolonga a los espectadores que no comprenden una palabra del extenso diálogo; el efecto plástico, las canciones tan bien situadas y cantadas, la prodigiosa representación de los actores del Taganka, incluso la ingenuidad del espíritu de la revolución, llegan con creces a un público que suele aceptar la indiferencia en su vida diaria. La luz poética se superpone al realismo de la interpretación; es de una sabiduría mágica, pictórica.

Un curso de teatro. Probablemente hoy Ljubimov la montaría de otra manera. Pero la reproducción de cómo fue hace 20 años esta gran obra nos muestra que la fuerza que tuvo el teatro. en unas grandes manos no se ha extinguido: no se ha anticuado.

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