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Tribuna:CONTRADICCIONES DE UN SEDUCTOR
Tribuna
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Woody Allen, ¿intelectual o artista?

Durante el período que corre entre el estreno de Sueños de un seductor (1972) y el de Interiores (1978), Woody Allen fue para el intelectual de Occidente el cineasta por antonomasia, aquel -guionista, director, actor y personaje- cuyas películas eran esperadas con expectación y vistas varias veces, cuyas frases se adaptaban y repetían de continuo, cuya visión del mundo y del hombre de hoy se consideraba la más justa y representativa. Esta situación cambió rápidamente de signo, y así, Interiores fue puesta en entredicho porque -se pretendía- era demasiado mimética con respecto al cine de Bergman -¿cuándo el director sueco ha hecho una película con la subordinación total de los medios a los fines, con la honestidad y el valor de ir al fondo del problema tratado que se dan en Interiores?-, Manhattan, porque en ella lo cómico dejaba paso a un dramatismo que, supuestamente, nuestro autor no alcanzaba a controlar; Stardust memories, porque la dependencia con respecto a Visconti y, sobre todo, a Fellini era, según muchos, excesiva -cuando, de hecho, las referencias a los dos cineastas italianos no eran sino guiños burlones a esos cinéfilos que se obstinaban ya en reducirlo a la condición de cómico al estilo convencional-; La comedia sexual de una noche de verano, porque copiaba a Bergman -no había copia, sino pa~ rodia- y porque comenzaba a repetirse -la película abordaba temas tratados en La última noche de Boris Grushenko, sí, pero desde un punto de vista mucho más elevado, cómico y trágico a un tiempo-; Zeling -totalmente incomprendida-, porque se veía en ella una mera muestra de la falta de sentido a la que puede llevar la pretenciosidad de quien se toma por el que no es; Broadway Dany Rose, porque se estimaba que no aportaba nada nuevo con relación a sus películas más aplaudidas; La rosa púrpura de El Cairo, porque se consideraba, aberrantemente, que una película basada en una sola idea no puede ser buena -siendo así que una película tal sólo podría conseguirla un artista de excepción-; Hanna y sus hermans y Días de radio, en fin, porque sencillamente Woody Allen ya no está de moda, ya no tiene nada que decirnos y su profesión aburre. Ante esta serie de despropósitos, resulta forzoso preguntarse: ¿cuáles son las causas por las que Woody Allen, tan exaltado ayer, es hoy tan denostado?La primera causa hay que buscarla en un equívoco: se creyó que Woody Allen era la encarnación misma del intelectual contemporáneo, una especie de arquetipo del mismo, y se reaccionó con enojo, despecho y rechazo cuando se comprobó que no era así. ¿Quiénes creyeron eso y quiénes reaccionaron de tal modo? Los intelectuales -a los que debiera su éxito primero-, entendiendo por ello a los miembros de ese grupo social, muy vasto y en continuo crecimiento, para el cual la cultura es el punto de referencia último que ordena su vivir, para el cual la cultura es el principio de jerarquización representado hasta hace poco por la política y antes por la religión. Las notas distintivas que caracterizan al grupo en cuestión, cuyos inte-, grantes se reclutan en los más variados estamentos y cuya influencia se afianza sin cesar, son fudamentalmente el amateurismo cultural, la conciencia más o menos clara de que la neurosis es el horizonte último del hombre contemporáneo y la convicción de que es imposible alcanzar certezas en el campo de las ideas: notas todas ellas que parecían encontrarse, en grado superlativo, en las primeras películas de Woody Allen. A partir del estreno de Interiores, sin embargo, fue imposible cerrarse a la evidencia -con el consiguiente desconcierto, con la inevitable decepción- de que Woody Allen no sólo se distanciaba de tales notas, sino que su acción artística tendía a poner en entredicho la legitimidad de las mismas: sus películas, realizadas con una profésionalidad cada vez mayor, con un cada vez más insuperable dominio técnico, se asentaban sobre una concepción de la cultura según la cual ésta debía romper las fronteras con la vida cotidiana que, al aislarla de la misma, permitían que pudiera ser considerada como un absoluto espurio en función del cual orientarse en el mundo de todos los días; sus películas, dejando de aceptar la neurosis como un hecho inevitable, buscaban el origen de ésta con el propósito de conseguir su eliminación; sus películas se constituían en una abierta y descarada búsqueda, no didáctica, del sentido, último y no, del mundo. ¿Cabe admirarse, a la vista de ello, que comenzara a considerarse a Woody Allen pasible del delito de traición?

Evolución

La segunda causa del despego actual hay que buscarla en un hecho que pareciera que debería producir un efecto positivo; Woody Allen es un gran artista, y un gran artista resulta siempre dificil de seguir y de soportar. ¿Dificil de seguir? Sin duda: al no ser su evolución mecánica -como se espera-, sino orgánica y al no prestarse a ser objeto de esa refficación que tantos estiman imprescindible para poder admirar algo, desconcierta siempre e irrita en tanto en cuanto fuerza a cambiar para poder entender a qué se refiere en cada momento o etapa de esa evolución. ¿Difícil de soportar? Un gran artista lo es en tanto en cuanto penetra en zonas de nuestro ser, que al ser conocidas nos obligan a cobrar conciencia de la distancia entre lo que somos y lo que podríamos ser, con la consiguiente desazón, cuando no miedo -"pues lo bello", como decía Rilke, "sólo es el grado de lo terrible que podemos soportar".

La tercera causa radica en el acelerado proceso de afirmación de su condición de judío a que se ha sometido Woody Allen: mientras que en sus primeras películas ofrecía del judío la visión de un goy, en la película citada, y más abierta y hondamente en la magistral Días de radio, asume lo judío en cuanto una de las formas posibles de ahincar lo sagrado en la cotidianeidad. Y ello resulta inaceptable para muchos intelectuales: no por antisen-útismo, sino porque lo sagrado, hoy, sólo es considerado legítimo, por muchos, si viene vehiculado por, la cultura.Leopolido Azancot es crítico y narrador autor de la novela Fátúna, editada ~or Mondadori, que ayer fue presentada en Madrid.

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