_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Quijotismo: la libertad

Español soy de nacimiento, lengua y mente, y nada de lo español puede serme ajeno. Nada, por menudo que sea. Mucho menos, en consecuencia, el recuerdo de los años en que España fue grande y, como si no hubiera para ella otra opción digna, eligió el camino más propio para rápidamente dejar de serlo. Los años en que el autor del Quijote ideó y compuso su obra suprema.Como propias vivió Miguel de Cervantes las glorias de su patria. A su cabeza, la conseguida en la batalla de Lepanto. "Perdió en ella", dice Miguel de sí mismo, "la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla celebrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados, ni esperan ver los venideros". En su sentido histórico, no sólo en su magnitud bélica, veía el Cervantes de 65 años lo que de memorable y alta tuvo la ocasión de esa batalla. No hay duda: el autor del Quijote vivió como suya la gloria de su patria.

Pero a sus ojos, a los ojos del escritor que en la cárcel de Sevilla va dando forma mental y literaria a la invención y a las aventuras de quien durante siglos había de ser héroe ideal de España y refugio ético de sus, desgracias, algo en la vida que ve a su alrededor está impidiendo que la gloria de España se consolide y fructifique. "Nación más desdichada que prudente, sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias", dice de su gente -expresando, creo yo, no poco el sentir de Cervantes acerca de España- la morisca cristiana que resultó ser hija de Ricote, el amigo de Sancho, evadido años atrás de su aldea. ¿Por qué Cervantes no ve prudencia en la más abarcante nación a que la morisca y él pertenecen? Puesto que a los hombres de: España les sobra valentía, ¿qué faltaba en ella, allá por el filo de los siglos XVI y XVII, para que la gloria de Lepanto no acabase resolviéndose en desdichas?

Muy consciente de que mi respuesta no puede agotar la que con el Quijote nos dio Cervantes, diré que, a su juicio, tal y como su libro inmortal permite colegirlo, en la vida de aquella España faltaron libertad, convivencia e ideal razonable.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Todo el Quijote es un canto a la libertad, entendida como franquía de la persona piara elegir su destino propio, frente a la ineludible coacción del mundo en que vive: la libertad del mismo Don Quijote, de la pastora Marcela, de Dorotea, de Roque Guinart... Quien lo dude, lea el espléndido libro que Luis Rosales ha consagrado al tema. ¿Había suficiente libertad para la elección de la conducta personal en la España de Cervantes? Las pautas imperantes en aquella sociedad para quienes no podían apoyarse en su linaje y su fortuna -servicio militar o burocrático a la corona, profesión eclesiástica, oficio heredado, pocas cosas más-, ¿eran suficientes para la vida social que Cervantes juzgaba deseable? Más aún: allende la ocupación profesional, en el fondo de la persona donde cada cual elige y tiene por suyo el sentido de su vida, ¿podía existir, para quienes discreparan de las creencias socialmente dominantes, lo que ya entonces se llamaba libertad de conciencia? Que nos lo diga, declarando la opinión de quien lo inventó, aquel Ricote que Sancho encontró en su camino, cuando, tras el desastre de la ínsula Barataria, de nuevo iba a reunirse con su señor.

Era Ricote un acomodado tendero del lugar de La Mancha en que nacieron y crecieron Don Quijote y Sancho, morisco más de nación que de religión -"todavía tengo más de cristiano que de moro", dice a Sancho, y como "católica cristiana" ha educado a su hija-, que por miedo a las consecuencias del decreto de Felipe III salió a toda prisa de su aldea y de España, pasó a Berbería, donde no fue bien tratado, y luego a Francia, y de Francia a Italia, y de Italia a Alemania, donde, por fin, en un pueblo próximo a Augusta, decidió tomar casa estable. Claramente nos dice Rícote sus razones: "Allí -en Alemania- me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia". Libertad de conciencia buscaba Ricote, y allí, en tierra a la vez católica y protestante -la Augusta de que habla Ricote es sin duda el Augsburgo actual, la ciudad bávara donde se celebró la Dieta famosa-, ha acabado por encontrarla. Pero su corazón late desgarrado entre la seguridad de vivir en paz sin traicionarse a sí mismo y la punzante nostalgia de la patria perdida; porque "doquiera que estamos lloramos por ella, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural, y en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea". Esa nostalgia es la que, junto con otros, también desterrados, le hace volver ocultamente como peregrino, año tras año, a la que en verdad es su Meca cordial, a la tierra de España. Así es la vida del morisco que Sancho encuentra y abraza, cuando desde su incómoda ínsula regresa al palacio de los duques.

Ricote es buena persona. Por amigo suyo le tenía Sancho en su aldea, y como viejo amigo -"el mi caro amigo, el mi buen vecino", llama el morisco al escudero- abre sus brazos a su no olvidado compatriota. ¿Por qué Cervantes inventó la vida y las cuitas del morisco Ricote? ¿Por qué quiso incluirlas en el abigarrado retablo de vidas españolas -venteros, galeotes, cabreros, mozas de vida airada, bandidos, cuadrilleros, duques burlones, titiriteros, discretos caballeros, doctos canónigosque es el Quijote? Sólo una respuesta encuentro: porque en la España que veía en torno a sí no existía la libertad de conciencia, y él, Miguel de Cervantes, tenía íntima necesidad de ella, no tanto para sí mismo cuanto para los demás. Una España en que pudiesen vivir en concordia, e incluso en amistad, el cristiano viejo Sancho y el morisco oscilante Ricote; ni un país (aquella Alemania) en el que la conciencia de éste podía sentirse libre, pero con el desgarro que infligía a su corazón la forzada lejanía de la patria natural, ni una patria (aquella España) en la que, bajo la cotidiana complacencia de tratar amigablemente con los convecinos, no era a muchos posible vivir de acuerdo con sus creencias más entrañables.

Un problema había de surgir y surgió de hecho en el alma de Cervantes, en cuanto devoto y paladín de la libertad. Éste: ¿cómo la libertad de conciencia puede ser pacíficamente ejercitada en la sociedad civil, cuando realmente se la practica? Me atrevo a pensar que también el texto del Qujote nos da la respuesta.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_