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Reportaje:

El carnaval de Noriega

Las fiestas trivializan los delitos de los que EE UU acusa al general y caricaturizan a la oposición

Al oscurecer del viernes último estalló el carnaval en Panamá. Los vapores del ron y el reclamo sensual de las calles ahogan por unos días las preocupaciones políticas. Nadie atiende más consigna que el estribillo pegadizo de un buen merengue. El poder lo ocupa temporalmente una reina difícilmente elegida entre las bellezas locales. Los militares y los políticos se encuentran en fiestas regadas de champaña francés. No hay más violencia que las disputas amorosas o los accidentes de tráfico.

ENVIADO ESPECIALEl carnaval es la principal fecha de referencia del calendario panameño. Llegar hasta aquí ha sido para el general Manuel Antonio Noriega el cumplimiento de un sueño que parecía difícil cuando en junio de 1987 se inició una de las peores crisis políticas de los 85 años de existencia de la República de Panamá.Noriega tiene pues, razones para hacer uso generoso estos días de la formidable fortuna -varios cientos de millones de dólares- que le atribuyen quienes están atestiguando contra él en un subcomité del Senado de Estados Unidos. Tampoco será precisamente por falta de medios económicos por lo que los principales dirigentes de la cruzada anti-Noriega dejen este año de entregarse a los atractivos placeres de esta fiesta pagana. Renunciarán, si acaso, por la frustración de un objetivo incumplido: la caída del general.

El carnaval trivializa los delitos aberrantes de los que se acusa a Noriega en Estados Unidos y caricaturiza las demandas de la oposición. Todo vale para la fiesta. En una esquina unos muchachos piden un reparto más equitativo de la cocaína que, supuestamente, transita por el país; y en la otra unas mujeres juegan pícaramente con una piña, la fruta prohibida del paraíso panameño por su utilización como símbolo del rostro rugoso del general.

Siempre que puede, Panamá esquiva el drama. O lo vive sin calentamiento previo, de repente. "Ustedes los europeos no entienden que en este país nunca van a ver cosas como lo que está ocurriendo en Israel o en Corea. "Aquí la gente es capaz de aceptar la corrupción con toda naturalidad, y hasta consideran que es un huevón el que sale del Gobierno sin haber robado algo", dice un joven empresario opositor. "Pero eso no significa", en su opinión, '"que este país no sea capaz de explotar en un momento dado".

Nacionalismo

Noriega que, como él mismo ha dicho, nació y se crió entre el lumpen de un barrio popular, conoce eso mejor que quien lo recordaba anteriormente. Y sabe también que las únicas veces que Panamá ha explotado ha sido contra Estados Unidos, ha sido con proclamas nacionalistas que permitiesen a la población superar el trauma de haber nacido y crecido en función de un canal de cuyo interés comercial y estratégico se han aprovechado siempre los norteamericanos.Por esta razón, Noriega decidió este año adelantar su carnaval particular una semana, justo después de conocer el proceso en su contra iniciado por dos tribunales de Miami y Tampa por su supuesta vinculación con la red mundial del tráfico de narcóticos. Durante los últimos diez días Noriega se echó a la calle para recibir un baño de populismo que lo protegiese de la fuerte presión exterior. Desempolvó él viejo disfraz de Torrijos, sentó a su lado a dirigentes izquierdistas, familiares y amigos del desparecido líder nacionalista y agilizó su lengua para lanzar una docena de discursos que sirvieron para aminorar el impacto de las acusaciones hechas en Washington y reiteradamente desmentidas por Noriega. El clímax se alcanzó con su petición de que las fuerzas del Comando Sur de Estados Unidos abandonen, ahora y no en 1999, Panamá, lo que hizo que una fuente militar norteamericana del canal comentase que "Noriega está poniendo las cosas muy difíciles".

Para unos, esa declaración del líder panameño suponía quemar sus naves contra Estados Unidos; para otros, era, simplemente, un anticipo del carnaval. "Sea o no verdad que piensa retirar el Comando Sur, Noriega ha dado un paso muy importante porque, a partir de ahora, en Washington creerán que es un hombre que se la puede jugar en cualquier momento", opina un diplomático.

Pero lo cierto -y en este país de realismo mágico en sobredosis lo cierto casi siempre resulta paradójico- es que, aunque su espacio de maniobra política se ha reducido, el peso político de Noriega ha aumentado en la última semana de esta crisis. Su imagen ya no es sólo la tortuosa del antiguo jefe del G-2 (servicio secreto), sino la de un gobernante latinoamericano atacado por Estados Unidos con más safla que lo ha hecho nunca con Pinochet (Chile), Stroessner (Paraguay) o Duvalier (Haití).

La propia oposición reconoce que Noriega tendría ahora posibilidades de reunir en la calle a 50.000 o 60.000 personas para que lo aclamen, lo que hubiera sido imposible el verano pasado, en el periodo más álgido de las protestas contra el general. Algunas fuentes próximas a Noriega insinúan, incluso, que vuelve a rondar por su cabeza la idea de ser candidato en las elecciones de 1989.

Eso, hoy por hoy, no deja de ser otra forma de calentar el carnaval. A juicio de Gilbert Mallol, uno de los dirigentes de la Cruzada Civilista -el movimiento que ha dirigido los actos de protesta de los últimos meses- Noriega no puede profundizar en el populismo "porque el populismo exige leyes que resultan muy caras y el Gobierno está en situación de quiebra económica". "La única altemativa que le queda", según este argumento, "es un fuerte giro a la izquierda, pero un país donde más del 60% del Producto Interno Bruto lo constituyen los servicios, y de ellos una gran parte dependen de la imagen que se de al mundo, es muy difícilmente socializable".

El talón de Aquiles

El talón de Aquiles de Noriega puede ser, efectivamente, la situación económica. Un ejecutivo de un banco extranjero afirma que después de la recuperación que el Centro Bancario tuvo en diciembre pasado, se ha producido otra caída de depósitos en el último mes". El dinero huye a Miami o Bahamas. La actividad comercial se reduce y el desarrollo del país, afectado además por el drástico corte de la ayuda y los créditos de EstadosUnidos, se paraliza. Todo esto no ha afectado todavía los bolsillos de las clases más populares, beneficiadas desde el golpe de Estado de Omar Torrijos por un gobierno con preocupación social.La quiebra del régimen se producirá, tal vez, el día en que, por la agudización de la crisis económica, frente a los doberman (policía antidisturbios) no haya una docena de señoras bien, poseídas por esa especie de histeria colectiva que vive Panamá, sino un montón de personas hambrientas que piden soluciones. Y ese día no ha llegado todavía.

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