Pies de barro
El asunto argumental de Quimera tiene fuerza, interés y está siempre realizado con corrección; e incluso en algunas escenas más que con eso. Pero hay algo en la concepción de la película que obstruye sus buenos hallazgos y no les deja funcionar como, sobre el papel, debieran hacerlo.Pérez Ferré conjuga en su historia demasiados hilos, por así llamarlos, fuertes. De cada uno de ellos podría haberse sacado suficiente materia dramática y argumental para con ellos haber compuesto varios, y no uno solo, proyectos de película: la historia de un suicida, la de un matrimonio en trance de destrucción, la de un pueblillo de la montaña amedrentado por una leyenda, la de un lobo carnicero y su caza, y otros no menos gruesos.
Quimera
Dirección y guión: Carlos Pérez Ferré. Fotografia: Federico Ribes. Música: Max Sunyer. Montaje: Juan Sanmateo. España, 1987. Interpretes: Pedro Díez del Corral, Silvia Munt, Patricia Adriani, Juan Cabot, Eduardo Calvo, Asunción Balaguer. Estreno en Madrid: cines Torre de Madrid y La Vaguada.
Parece que Pérez Ferré ha querido abarcar demasiadas cosas; que esto le ha obligado involuntariamente a tener que enunciarlas tan sólo, sin lograr profundizar debidamente en ellas, o al menos en todas ellas Por ejemplo, la historia del suicidio frustrado del protagonista, con la que el filme se abre, está desarrollada con tal es quematismo que -puesto que es el desencadenante de todo lo que ocurre en el filme- da pies de barro a todo lo que le sigue. No llegamos nunca a vislumbrar qué hay detrás de ese suicidio y esto desliza hacia la arbitrariedad al extremo comportamiento del protagonista, bien compuesto por Díez del Corral, pero casi ininteligible como personaje.
Esta falta de conocimiento sobre los porqués del protagonista -los personajes de su esposa y su amigo son elementales y no revelan cuál pueda ser su verdadero conflicto interior- perjudica al filme seriamente, pues le hace cojear sensiblemente por este lado, que es el básico, de la trama. El otro lado: los personajes del pueblo y las escenas de caza componen una parte mucho más atractiva, clara y convincente; tiene incluso escenas con indudable interés visual y poético, bien realizadas, pero su bondad está montada sobre un desequilibrio insuperable.
Lo mejor del filme es la parte final, en la que Calvo y Silvia Munt sí logran arrojar alguna luz sobre el confuso protagonista; y éste crece. De ahí que Quimera, gracias a ellos, gane en fuerza y resulte al final incluso intensa. La pena es que esta intensidad se apoye en un arranque de película endeble e insuficiente.
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