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John Brealey protesta por las condiciones de iluminación del taller de restauración del Prado

John Brealey trabaja en el taller de restauración del Museo del Prado desde el pasado mes de octubre. Su labor consiste en dirigir, orientar y enseñar a los profesionales españoles. Brealey protesta por las malas condiciones del Prado. "No se puede trabajar con luz artificial en restauración". El taller del Prado, donde desarrollan su labor 20 personas, tiene seis pequeñas ventanas, y la luz artificial está encendida todo el día. Después de la huelga que produjo cierres intermitentes de la pinacoteca este otoño, el taller ha recobrado su ritmo habitual. Ritmo que conoce bien el jefe de restauración del Metropolitan de Nueva York, un británico de 64 años empeñado desde hace años en enfatizar la faceta artística del restaurador.

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La tormenta que desató el trabajo de Brealey en Las meninas, de Velázquez, en 1984 parece haber remitido. La subdirectora del Prado, Manuela Mena, fue entonces la encargada de frenar las protesta de muchos profesionales españoles ante la llegada del que tal vez es -o se ha convertido, después de Las meninas- el más prestigioso restaurador del mundo. Se decía que no hacía falta contratar a un restaurador de esta categoría para una limpieza superficial. "Es como traer al mejor conductor del mundo para hacer el trayecto Ventas-Cuatro Caminos en un autobús", afirmó a este periódico un profesional cercano al Prado.La limpieza en sí también desató la polémica. Después de que Brealey terminó su trabajo, se produjo un pasmado en el barniz. Brealey dijo que no tenía importancia y que se pasara simplemente un paño. Las protestas arreciaron. Casi dos años después, y en opinión de todos los expertos consultados, la restauración ha sido perfecta y el cuadro ha recobrado toda su fuerza y su misterio original. Si bien es cierto, como puntualizan algunos, que habrá que esperar un par de siglos para ver si el trabajo era el mejor posible.

John Brealey es un hombre que no conoce la prisa. Hijo de un conocido retratista de Londres, no fue nunca a la universidad. No tenía especial interés en ser pintor, pero se mostraba apasionado por el mundo del arte. Brealey montó su propio taller y se dedicó a la restauración para particulares. Fue Anthony Blunt, conservador de las pinturas de la reina, quien le dio la gran oportunidad encargándole la restauración de varios cuadros de la Colección Real británica. El joven John no sospechaba que años más tarde, en 1979, Blunt iba a ser uno de los principales implicados en la red de espionaje soviético.

Brealey pasó a dirigir el taller de restauración del Museo Metropolitan de Nueva York en 1975. Desde entonces, su preocupación nuclear ha sido la misma: "En Estados Unidos hay un énfasis enorme en la tecnología. Se considera a las nuevas técnicas y a los nuevos aparatos como verdades absolutas. Yo lo único que he hecho ha sido ponerme del otro lado e insistir en que la responsabilidad del restaurador es artística. Es como en un barco que se va escorando y que puede volcar: hay que compensarlo. Pero debo añadir que mi departamento tiene un completísimo gabinete tecnológico con todos los adelantos, con el mejor equipo que se conoce en América".

La situación en España, para Brealey, no es tan preocupante como en Estados Unidos. "Los españoles no se quedan boquiabiertos con cualquier aparato nuevo. Tienen otra conciencia del trabajo, y esto me complace". Aunque, según comenta luego, lo que falta en España son medios. "Por favor", dice Brealey juntando las palmas de las manos, "si usted puede hacer algo, ayúdenos". El taller de restauración del Prado, situado en la tercera planta del museo, cuenta sólo con seis pequeñas ventanas, por lo que los 20 restauradores españoles deben trabajar con luz artificial todo el día. "Éste es uno de los museos más grandes del mundo. La luz del día es necesaria. No se puede restaurar con luz artificial. El problema tiene arreglo: es cuestión de dinero", continúa Brealey.

El restaurador, a quien, al parecer, se le pagan 12 millones de pesetas por su presencia en el Prado durante un año, no habla castellano; ya siempre con la traductora al lado: "No tengo ningún plan. Yo no estoy aquí para enseñar nada a nadie. Este departamento nunca ha tenido un restaurador con responsabilidad global en el trabajo de restauración, y yo lo que trato es de ayudar con mi experiencia".

Relaciones personales

Continúa: "Esto es lo que yo intento hacer aquí. Ser útil y si es necesario, sólo si es necesario, guiar a alguien con mi experiencia. Yo conozco los problemas de todo tipo con los que puede encontrarse un restaurador, y lo único que puedo hacer es ayudar en un trabajo muy difícil. Puedo establecer relaciones personales. Es muy difícil tener 20 personas alrededor. Sólo puedo hacer algo si soy aceptado como un amigo, como alguien de más edad", dice.Aunque no está previsto que Brealey restaure personalmente ningún cuadro, ayudó la semana pasada a las hermanas Dávila a barnizar una pintura negra de Goya. "Brealey ha conseguido una calidad de barniz bastante buena con una técnica especial que él conoce. Estas pinturas de Goya son muy difíciles, y nos ha ayudado mucho", dice Maite Dávila. Las hermanas Dávila, las más veteranas del taller, van a empezar con dos retratos de Sor Jerónima, de Velázquez, y esperan trabajar en estrecha colaboración con el restaurador británico, del que destacan su enorme experiencia.

Brealey pasea por el taller. Es un hombre de pelo cano, de apariencia patriarcal en cuyo semblante destacan sus ojos oblicuos, que a veces producen una mirada dura.

"El trabajo del restaurador es igual que el de un músico", afirma Brealey. '"Mucha gente tiene capacidad para interpretar la partitura de un compositor, y si, no la interpreta bien hace mala música. En restauración, sin embargo, el mal puede ser irreversible, y no hay lugar para volver a hacerlo".

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