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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después del 'no'

LA VICTORIA, aunque por escaso margen, del no en el referéndum sobre el convenio de la banca privada pone patas arriba el acuerdo alcanzado a trancas y barrancas hace algunas semanas entre la patronal bancaria y las centrales mayoritarias. Pero además enciende todas las luces de alarma sobre el incierto futuro del sindicalismo en este país y arroja más explicaciones sobre la factura que los propios sindicatos tienen que pagar por no haber sabido hacer frente al creciente gremialismo de nuestra sociedad laboral, en el que la demagogia ha florecido con persistencia. La reacción de la patronal ha sido contundente: negativa a negociar un convenio distinto del que ha sido rechazado. Los sindicatos que firmaron el acuerdo también han anunciado su propósito de no iniciar nuevas negociaciones y han pasado la pelota a los patrocinadores del no: CNT, Confederación de Cuadros y otros de implantación exclusivamente autonómica, como ELA-STV y la Intersindical Gallega.Pese a todo ello, no es aventurado predecir que, una vez superados los sofocos del primer momento, sean otra vez Comisiones Obreras, UGT y la Federación de Sindicatos Independientes -patrocinadores del convenio ahora rechazado- los que hayan de enfrentarse a la tarea de intentar recomponer la situación ante la previsible falta de alternativas de los otros sindicatos, menos representativos del conjunto del sector. Ni para la banca como institución ni para el conjunto de los trabajadores resulta beneficioso continuar por más tiempo instalados en una provisionalidad que dura más de dos años: desde que fue planteada la cuestión de la jornada partida, una de las medidas contempladas para mejorar el servicio y adecuar el funcionamiento del sector a las pautas existentes en la mayoría de los países de Europa occidental.

Los protagonistas del nuevo ensayo de negociación deberán tentarse bien la ropa antes de sentarse otra vez a la mesa. El referéndum ha marcado las fuertes resistencias existentes en el colectivo de los trabajadores a los términos en que ha sido negociado el convenio, especialmente en lo concerniente al nuevo horario (prolongación de la jornada laboral hasta las cinco de la tarde en un 20% de las oficinas bancarias). Los sindicatos mayoritarios y la patronal deberán sacar consecuencias de la absurda situación a que se ha llegado. Y también deberán hacerlo los sindicatos que propugnaron el no sin disponer de una alternativa mínimamente solvente. La jornada partida es algo bueno para los ciudadanos y para la economía nacional, y el actual sistema laboral de la banca corresponde a tiempos de la dictadura, en los que el proteccionismo, y no la competencia; el paternalismo, y no la negociación colectiva, y la policía, y no las mesas de negociación, resolvían estas cosas. Si la banca no sabe reconvertirse a tiempo serán los trabajadores los primeros en pagar la crisis, y eso lo saben bien los sindicatos mayoritarios, que han intentado hacer algo positivo con vistas al futuro.

El peso de la inercia y de las situaciones adquiridas a lo largo de los años ha sido detemiinante en el pronunciamiento de los trabajadores. El no ha resultado claramente mayoritario en las grandes capitales, donde las dificultades propias de la vida urbana hacen menos atrayentes los cambios que la jornada partida provocarían en situaciones familiares consolidadas. Pero ello no hace sino poner de relieve el fracaso de los sindicatos para utilizar su influencia y la representatividad con que cuentan para orientar la opinión en un sentido menos corporativo. Al adelantar que la cuestión sería sometida a referéndum, los sindicatos habían renunciado ya a su función representativa y a su responsabilidad en la búsqueda de soluciones que hagan compatibles la defensa de los intereses de los empleados con la necesaria modernización de las estructuras de la banca española. El recurso permanente al asambleísmo puede parecer brillante, pero esconde una grave incapacidad de liderazgo sindical y pone de relieve una seria desconfianza respecto a los sistemas de la democracia representativa.

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Éstas son algunas lecciones que deben aprenderse de este conflicto no solamente para tratar de recomponer la situación en la banca, sino para afrontar el futuro del sindicalismo en nuestro país. Las tendencias al corporativismo, la baja de afiliación y la concentración de la fuerza sindical en las empresas públicas y de servicios públicos sólo son comparables -por sus vicios- a la politización de las patronales, la ideologización del diálogo laboral y el voluntarismo creciente en las relaciones industriales. Una situación que, de mantenerse, sólo perjudicará a los más débiles.

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