El reto de Afganistán
A PESAR de que nada concreto se dijo en Washington durante la cumbre de diciembre pasado, resulta obvio que existen, entre la URSS y EE UU, ciertos puntos de acuerdo para emprender la solución del problema de Afganistán. Para que Afganistán recupere su independencia, la condición esencial es la retirada de las tropas soviéticas. Pero, al mismo tiempo, la preparación de una fórmula política para gobernar Afganistán una vez que los soviéticos se hayan marchado parece imprescindible, si no se quiere correr el riesgo de que se produzcan situaciones caóticas, negativas y peligrosas, no sólo para los soviéticos y los sectores afganos que han colaborado con ellos, sino para la estabilidad internacional en la zona.Una serie de declaraciones oficiales, en Washington y Moscú, permiten trazar los rasgos externos, más o menos concertados entre EE UU y la URSS, de una solución. El ministro de Asuntos Exteriores soviético, Edvard Shevardnadze, ha declarado que la URSS desea retirar sus soldados de Afganistán antes de finales de este año. Ha dicho asimismo que las negociaciones llevadas a cabo por el delegado del secretario general de la ONU, Diego Cordovez, han permitido llegar a un acuerdo sobre los temas importantes. Con una visión netamente optimista, ha dado a entender que sólo quedan pendientes puntos de importancia menor. Las declaraciones norteamericanas han sido menos explícitas. El tema no les afecta de modo tan directo. Sin embargo, el secretario de Estado, Shultz, ha dicho que EE UU está dispuesto a poner fin a los envíos de armas a los guerrilleros de la resistencia afgana antes de que termine la retirada de las tropas soviéticas.
Con una perspectiva a más largo plazo, están en marcha negociaciones entre la URSS y EE UU para concretar un estatuto de neutralidad de Afganistán una vez que se hayan retirado los soviéticos. Neutralidad que podría estar garantizada por medidas internacionales. Otro factor esencial de la solución en vías de preparación es la labor de control encomendada a la ONU: grupos de observadores internacionales verificarán la retirada de las tropas soviéticas. Y, asimismo, deberán comprobar que EE UU y otros países ponen fin al envío de armas a las guerrillas.
Sin excesivo optimismo, cabe decir que las condiciones externas para la solución han avanzado considerablemente en las últimas semanas. Ello refleja una actitud nueva de la URS S en esta cuestión. Permanecer en Afganistán obstaculiza su política asiática y frena el avance de la distensión con Occidente. Además, hay mucho descontento entre la población soviética. A diferencia de las concepciones expansionistas de Breznev, lo que a Gorbachov le interesa es un Afganistán que sea neutral, que no sea enemigo.
Pero las condiciones externas para resolver el problema afgano, por importantes que sean, no son suficientes. Queda el problema decisivo de la administración que se hará cargo del poder una vez que se hayan retirado los soviéticos. Éstos han propiciado, con su hombre de confianza en Kabul, Najibullah, la entrada en el Gobierno afgano actual de representantes de la resistencia. Pero esa propuesta es rechazada por los grupos rebeldes, fundamentalmente musulmanes, débilmente coordinados entre sí. No existe, pues, ninguna garantía de que, incluso con el cese de las ayudas norteamericanas, los grupos musulmanes aceptarían la solución negociadora que hasta ahora han rechazado. Este aspecto interior del problema puede ser ahora un obstáculo muy serio, aunque se aproximen las posiciones de EE UU y la URSS.
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