'Ecce homo'
Es una exposición apasionada, evidentemente. Rezuma ansiedad por todas partes: ansiedad pictórica, desde luego, pero también ansiedad discursiva, que se explaya, al margen de los cuadros, en los textos que ha escrito Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) como prólogo al catálogo de la muestra, siguiendo su costumbre de dar explicaciones autobiográficas cada vez que presenta públicamente su obra.En esta ocasión se trata de la obra de los últimos dos años, una treintena de óleos, cuyo estilo enlaza con el mismo espíritu dramático que caracteriza la mayor parte de su producción en la presente década.
Ahora, sin embargo, se acentúa más la tensión, y con ella el expresionismo pictórico se hace también más ardiente. No se trata sólo de la manera de pintar, sino de los contenidos simbólicos, cuya explicitud a veces resulta brutalmente directa, por más que los resabios conceptuales y los juegos malabares del hermetismo, tan característicos de su trayectoria, cubran a medias el énfasis explosivo.
Guillermo Pérez Villalta
Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid, del 12 de enero al 17 de febrero.
De hecho, hay tanta carne .en el asador que, incluso cuando el espectador no puede ni dudar sobre lo que está viendo, Guillermo Pérez Villalta se lo explica con notas a pie de cuadro. ¿Qué es, entonces, lo que ha podido ocurrir estos años, y en qué ha cambiado, respecto a la obra que realizó en la década pasada, cuando se dio a conocer como uno de los más destacados representantes de la llamada figuración madrileña de los setenta7 Si no fuera porque ha sido siempre un moralista, me atrevería a insinuar que el cambio más profundo que percibo es el de la progresiva ausencia de hurrior. Me refiero, claro, al humor duchampiano, que es el que, a él le ha interesado desde los comienzos de su carrera artística. Bueno, para ser mas exactos, mejor habría que decir que Pérez Víllalta sigue empleando ciertos guiños duchampianos -la autorreferencia. cifrada y cualquier fórmula ¡cónica de expresión que permita el acróstico-, pero ahora tomándose a sí mismo, completa y antiduchampianamente, en serio.
Esta dilución del humor al fondear los bajíos anímicos es lo más español de la pintura actual de Guillermo Pérez Villalta; mucho más, incluso, que lo que dice y lo que pinta contra la estética retineana y ese fantasma de la "internacional moderna", cajón de sastre donde, además de purgar sus contrariedades personales, presumibiemente quiere meter a Cézanne y a toda la un señor estela formalista que, tras de sí, ha ido dejando el maestro francés En realidad, eso que ahora él mismo denomina palpar "el vacío esencial", "ausencia de frívolidad" o "diálogo con la pintura sin enredarse en ella", características todas en las que, según él, reposa la identidad artística española, no es sino la reafirmación del sentido puramente transitivo de la pintura que no es nada por sí misma.
Concepción intempestiva
Esta concepción artística es, en efecto, muy española y nada moderna; en cualquier caso decididamente intempestiva Intempestivamente español, es, empero, la modernidad toda la que le pesa a Pérez Villalta como una losa.Con esta carga sobre lo hombros desde el principio años atrás Pérez Villalta aligeraba el peso con puntos de fuga, que actuaban como aliviaderos psicológicos. Puntos de fuga o, más exactamente, contrapuntos formalistas, porque su lenguaje primero integraba irónicamente los estereotipos más caricaturescos de, la pintura moderna, pura temporalidad, puro formalismo, pura abstracción, pura insignificancia, pues no es nada más que lo que es.
Pérez Villalta es espiritualmente antimoderno, pero, en absoluto, un pompier. He aquí el drama, la fuente de la ansiedad que le persigue con la implacabilidad de una parca. Abandonados los exorcismos humoristas de antaño, se ha quedado a solas, seriamente, consigo, "como un Cristo agotado en un vía crucis inútil", expresión patética donde las halla, propia de quien ha atisbado el cariz trágico de la existencia como absurdo. Mas a este Getsemaní sólo arriba quien se busca entre tinieblas, quien se pregunta, desesperadamente, sobre sí mismo.
Al llegar a este punto, la pintura quiere decir más de lo que puede decir. Debatiéndose en esta querencia insaciable, Pérez Villalta despliega -compulsivamente- toda su sapiencia formal, que acumula efectos retóricos, clásicos y modernos, en un aluvión mareante de referencias, homenajes, símbolos, equívocos espaciales, etcétera.
Esta acumulación produce vértigo, pero no el de una confusión ecléctica, relativista, evasiva, sino el de una pasión en carne viva, ardiente, sobre ascuas. Es una afirmación patética sobre un mar de dudas, una fe siempre al borde de perder pie y hundirse. Loca pasión desafiante, pero que, pugnaz, configura un estilo, el estilo de Pérez Villalta, profeta de la trascendencia que clama, solitario, en el desierto moderno. En medio del peligro, admirable; existencial y pletóricamente, ecce homo.
Babelia
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