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Daniel Barenboim: "intento seguir el ejemplo de Rubinstein, el artista antineurótico por excelencia"

El pianista argentino será director musical de la Ópera de la Bastilla de París

Andrés Fernández Rubio

El pianista y director de orquesta argentino Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) terminará hoy en Madrid la serie de actuaciones pianísticas que le han traído a España, primero a Canarias y luego a la capital. Los conciertos, en homenaje a Rubinstein (188-1982), sirven para establecer un paralelismo entre Barenboim y la figura del legendario pianista polaco, al que dirigió muchas veces. "Intento seguir su ejemplo, ya que era el artista antineurótico, por excelencia, dice Barenboim, que cambia de tema para no responder si lo consigue. El intérprete se encuentra ahora en una etapa febril, en la gestación de la Ópera de la Bastilla de París -una de las obras monumentales de la era Mitterrand-, que dirigirá musicalmente.

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La personalidad de Daniel Barenboim podría calificarse de extraordinaria dentro del panorama de la interpretación musical de nuestros días: por su doble faceta, como solista de piano y director de orquesta, y por la naturalidad con que la música parece entrar y salir de él desde que tenía siete años y se le comenzó a llamar niño prodigio.Barenboim pertenece a ese tipo de personas cuyos rasgos físicos y forma de hablar denotan que hay algo abismal, ese fondo que se aprecia en ocasiones en los verdaderos artistas. Con sus alrededor de 200 grabaciones discográficas -él no recuerda cuántas son y dice poseer menos de la mitad-, dirigiendo a los mejores intérpretes y siendo dirigido por los mejores maestros, Barenhoim parece no necesitar otra cosa que preservar un mundo interior totalmente implicado en la reproducción de los sonidos.

En el concierto de hoy, organizado por la Fundación Isaac Albéniz, que preside Paloma O'Shea, Barenboim tocará, como en los que ya ha ofrecido (ayer actuó en Madrid), en homenaje a Rubinstein.

Interpretará obras de Schubert y Liszt. "A Rubinstein lo dirigí inucho", dice, "y siempre en ocasiones únicas. Él era un monumento a lo sano y a la naturalidad musical; era el artista antineurático por excelencia, cualidad que inspiraba a los que le rodeaban. Yo aprendía, claro, y he intentado seguir su ejemplo".

Conciertos y fotocopias

El ejemplo de Rubinstein era una naturalidad que no significa falta de reflexión o pensamiento, según Barenboim. "Está claro que es necesaria una disciplina y una técnica" dice, "pero, como en toda expresión artística, se produce una paradoja. La disciplina es necesaria en la preparación, pero en el momento del concierto hay que improvisar, porque si no no le das vida a la música. Para esto, el trabajo de ensayo ha de ser como el de laboratorio, porque todos los elementos de la música tienen leyes diferentes que hay que manejar en un trabajo casi de observación biológica".Barenboim explica la imposibilidad de conseguir una interpretación ideal. Para él un concierto no debe reproducirse como reproduce una máquina fotocopiadora, y cree que el reto de un artista es tener el coraje suficiente como para empezar siempre de nuevo: "Es así en la música como en la vida", dice, "porque, pese a ese instinto humano de querer fijarlo todo, el tiempo sigue y has de renovarte con él. Llegando a esta conclusión un intérprete puede sentirse un ser privilegiado, pero para eso hace falta paciencia y la convicción de que ese esfuerzo de superación es necesario, porque, alcanzado un nivel técnico al dirigir e interpretar, es fácil caer en la rutina y en un estado de mera reproducción".

La educación musical de Barenboim se la impartieron sus padres, con los que se trasladó a Israel en 1952, por la ascendencia judía de la familia. Barenboim, que se considera de izquierdas, habla con prudencia de la intervención israelí en zonas palestinas ocupadas, dice que existe un problema de desinformación y sitúa el asunto en la falta de una línea política clara en Israel, consecuencia de un Gobierno de coalición cuya fragilidad "impide la solución de los problemas humanos y sociales".

Nadie puede estar ajeno hoy en día de la política, según el pianista y director, y, en su caso, tampoco de la política de educación musical, que dice ser muy pobre en todos los países. "Es lástima" afirma, "porque si la gente tuviese cultura musical disfrutaría mucho más. Ahora se habla de que hay un gran interés, se compran discos, se asiste a conciertos. Pero todo esto es periférico, porque la música se vive realmente cuando se hace, no sólo al oírla, aunque sea activamente. El problema es que este arte no se incluye en la verdadera educación; en las escuelas se enseña a los niños a dibujar, a entender la literatura o el arte, pero no a interpretar música. No entiendo por qué".

¿Y qué es lo que para Barenboim puede ofrecer la música a la sensibilidad? "Posee una doble facultad: sirve para escaparse uno completamente del mundo e imbuirse en otro diferente, y al mismo tiempo es un arte tan completo que permite entender cosas del mundo físico y del metafísico".

El salto metafísico más profundo lo dio Barenboim en 1981, al dirigir Tristán e Isolda, de Wagner, en Bayreuth. Dice que las grandes obras crecen con el intérprete y que nunca se llega al final. A partir de una obra como Tristán e Isolda se empieza de nuevo a llegar al final: "Acceder a ella es sentir la sensación de haber trabajado toda la vida en un nivel más bajo de intensidad y sensibilidad, y de repente alcanzar un objeto que lo supera todo".

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