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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mañana será otro año

ESTO QUE se va esta noche y que llamamos año y despedimos con algazara y cada uno con su dispendio superior a sus medios no es más que el fragmento artificial de un continuo sin fisuras por el cual, según los providencialistas, todo va hacia un destino mejor, a pesar de que parezca lo contrario a los menos iluminados. Aceptando la medida del año, en éste nos ha convenido progresar hacia la idea de la paz, considerando como tal un principio de acuerdo de desarme entre los más armados, aunque muchos teman que en el desarrollo del continuum se produzca como una especie de colusión entre estos gigantes para sujetar mejor a todos los demás en sus respectivas órbitas.Hemos seguido viendo los mismos rostros crispados en los puntos calientes, los mismos cadáveres descuartizados en el Oriente semita o en Centroamérica; sabemos ya que los seguiremos viendo. Y los otros muertos lentos, los del hambre: van a ser más. En la ya antigua disputa de la natalidad y la contranatalidad y sus extrañas relaciones con la moral, hay chispazos de lo nuevo en ciertas conquistas científicas deslumbrantes, y contradicción severa de los que no aceptan que el hombre intervenga en el destino del hombre: a no ser que los interventores sean ellos mismos. Uno pasa casi un año acurrucado en el espacio exterior, con vistas a un más allá en el continuo materialista (que es otro providencialismo); otros se arruinan en los sobresaltos de la bolsa, y los profetas de la economía anuncian un futuro negro; los pensadores de Esquipulas viajan con sus ideas; los mercaderes de armas aumentan sus beneficios; los filósofos se aburren de la nada que, por fin, les ha atrapado (después de milenios de perseguirles); los políticos de media Europa buscan la fórmula para que la unificación continental no desbarate sus poderes nacionalistas y los de la otra media buscan la suya de proclamar la democracia por la vía de la perestroika o de la glasnost sin que realmente cambie su autocracia; y la mayor parte de las gentes de esta gran clase media en la que vivimos los aquí presentes contamos nuestras monedas para poder practicar el consumismo y cumplir la consigna de que no haya recesión sin que nuestros sueldos aumenten para seguir cumpliendo la ansiedad del Gobierno por contener la inflación. Porque aquí, en España, seguimos viendo las dobles imágenes contradictorias. La satisfacción por las sólidas ganancias del antiterrorismo y el dolor por las explosiones y los pistoletazos que no cesan, la seguridad que trasciende el jefe del Gobierno en su lista de éxitos y la duda personal de cómo la vida se refleja en uno mismo; los dobles o triples o cuádruples rostros que disputan entre sí en cada partido como un centrifuguismo característico nacional sin que la oposición se distinga en ello del poder; la batalla, en fin, del extremismo pesimista con el extremismo optimista, que no deja resquicio para lo razonable; y es que lo razonable se nos ha perdido en algún minuto no historiado. Penélope tejía y no terminaba nunca su tapiz. Es el símbolo del tiempo, nos enseñaban desde pequeños: lo inconcluso, aquello que no termina nunca de dibujarse; lo que se crea de día se deshace por la noche. Pero Penélope esperaba a Ulises, y una de las condiciones de nuestro tiempo, del tapiz de años y años en el que hoy se afloja un nudo y mañana se comienza a anudar otro, es que no se espera nada, y que el simple hecho de esperar ha dejado de ser un medio para convertirse en una finalidad. Una característica del hombre contemporáneo. El mismo que hoy, si puede, baila y bebe y besa y come; y gasta y gasta, el dinero y la vida. Y se cuenta con fruición lo que ha sido el año que se va. Que, más o menos, es el mismo que le espera en la franja inconsútil de la hora cero.

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