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En el rumor del espacio

Eduardo Chillida no es un escultor que además graba, en el que el grabado ocupa un lugar meramente accidental dentro del conjunto de su producción; en una dimensión bien distinta, Chillida se sitúa entre los más grandes grabadores contemporáneos. Su dilatada e intensa labor en ese medio se inicia hacia 1959, cuando su aportación como escultor ha sido internacionalmente reconocida, entre otros galardones, con el Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia. La irrupción en parte tardía del grabado, cuando ya su identidad como escultor ha ido definiendo algunos de sus rasgos esenciales, debe con todo ser matizada. De hecho, como recordaba el propio Chillida en unas declaraciones realizadas a Santiago Amon en el 76, "jamás he desatendido la práctica del dibujo como tal y aquellas otras prácticas (grabado, litografía, xilografía, collage ... ) tan afines como él a la meditación en el plano, ejercicio complementario, mas que independiente, de la escultura". Así, sí comparamos sus primeros grabados realizados por Chillida en el 59, los dos aguafuertes de la serie Deslizamiento de límites, con dibujos hechos por el artista incluso en los años anteriores, advertimos una íntima semejanza, una identidad de planteamiento. La propia litografía Concordancia de 1960 reproduce literalmente un ciclo de gran soltura caligráfica, efectuado por el artista ese mismo año.El grabado -viene a prolongar así, de modo natural, una línea. de reflexión en el plano que se venía definiendo con anterioridad por medio del dibujo, ruta paralela e indisolublemente conectada con la propia práctica escultórica. Desde ahí, y pese a su naturaleza dispar, infinitos puntos de conexión e incitación mutua se irán estableciendo entre la producción bi y tridimensional de Chillida, "angulaciones distintas" como él mismo definirá, "en torno a un mismo enigma".

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Chillida, mordido por el ácido

-Una vez más, la propia relación dibujo-grabado no es de mera dependencia, de estricta traducción a un nuevo medio. Desde ese punto del final de los cincuenta, el artista guipuzcoano inicia una rigurosa y brillante exploración de sus propios interrogantes, adentrándose con exquisita soltura en las posibilidades abiertas por las distintas técnicas de estampación, pero estableciendo un vínculo prioritario de afinidad con el grabado al aguafuerte, donde su obra alcanzará uno de los momentos de mayor intensidad de la estampa en nuestro tiempo. Y si, en cierto modo, en función de ese plano de acción en el que coinciden, la obra dibujística y grabada de Chillida siguen manteniendo una cierta resonancia en su evolución, ésta no será particularmente más significativa que las que ambas comparten con la escultura; e incluso, a mi juicio, el grabado llevará ventaja en la definición sensible de ese rumor de los límites que tanto define la personalidad del Chillida escultor.

La producción de Eduardo Chillida dentro de la esfera del grabado ha superado con creces los dos centenares de obras. A ello debemos sumar las ediciones de libros en las que sus estampas establecen un diálogo con la palabra de autores que van desde filósofos como Martin Heidegger o Cioran, hasta poetas como Jorge Guillén o José Miguel Ullán. Sobre el papel, y con particular vigor a través del grabado, Chillida establece en su forma virtualmente más desnuda esa emocionante meditación en torno al espacio que recorre todo su pensamiento como artista. Espacio mental, espacio eminentemente interior, como gusta definir él mismo nace de la mordiente del ácido para abismar nuestra mirada en su inquietante temblor.

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