La ilusión de la ópera
Una gran parte de las peticiones de nuevos abonos no pueden ser atendidas en Madrid. En el Liceo de Barcelona están agotadas las localidades para representaciones que se van a celebrar dentro de varios meses. Hasta 60 horas de cola, bajo el frío, han sido necesarias para conseguir una entrada en Milán para la reciente inauguración de la temporada. ¿Qué tiene este espectáculo llamado ópera para provocar esta irresistible atracción? ¿Qué motivos, razones, impulsos confluyen para mantener, renovada, la ilusión ce la ópera? María Moliner, en su Diccionario de uso del español, define la ilusión como "alegría o esperanza que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo". Es aplicable a la ópera desde el punto de vista del espectador.Mirado a través de la óptica de los realizadores, la ilusión adquiere un sentido de desafío, de anhelo de perfección, casi de inalcanzabilidad. El director de escena Giorgio Strehler lo explica con claridad en Per un teatro humano: "A mí, hombre de teatro la ópera me ha producido siempre un sentimiento de insatisfacción, de aflicción ante la imposibilidad de resolver totalmente la exigencias musicales y dramáticas. Por un lado existe la abstracción sin objeto de la música; por otro, el aspecto concreto, visión dramática, la historia teatral.
Estos dos mundos se trata de fundir en la ópera, pero sólo se consiguen resultados aproximados, más o menos elevado. Aunque sólo sea porque el problema de interpretación de las obras líricas es uno de los mmás espinosos que existen, casi insolube. Las dificultades se hace más complejas cuanto más grande es la ópera". Más contundente se mostraba en una revista milanesa el director musical Riccardo Muti: "Quiero la perfección". Como en otros campos de creación, de la percepción o de la comunicación, una ilusión vana, aunque no por ello menos magnética.
La concepción, el tratamiento actual de la ópera se encuentra en evolución permanente. Conocida es la crisis generalizada de las voces, sobre todo en ciertos repertorios. Conocida, la existencia de unos nuevos públicos que no relevan, pero sí coexisten con los anteriores, ampliando, modificando y exigiendo otras características al espectáculo, más acordes con la mentalidad actual.
Respuesta a estos factores ha sido la potenciación del aspecto visual, fundamentalmente en las grandes obras clásicas o románticas. Registas, escenógrafos, pintores han sentido la poderosa seducción de la música y han puesto sus conocimientos, su oficio teatral, para enriquecer un espectáculo que podía disminuir su hechizo. Para Piero Faggioni, la ópera es la explosión del alma humana; para Lluís Pasqual, la ópera es la gran aportación de Occidente a la cultura universal. La contribución de los hombres de escena ha sido, en muchos casos, rejuvenecedora y positiva, como también la de los grandes directores de orquesta, que han elevado y magnificado las prestaciones en los fosos.
Comunicación
La escena o la orquesta realzan, pero no sustituyen. El momento cumbre de la ópera se produce en las actuaciones de los cantantes. Con la belleza de sus voces, con su expresividad transmitiendo sentimientos. Los divos logran, en ocasiones, una gran comunicación estética, que los públicos refrendan con sus ovaciones. La orquesta acompaña, la escena embellece, pero la emoción profunda de un aria la transmiten, de una forma especial, los cantantes.
Los resultados de las modernas producciones no siempre responden a las expectativas. Un ejemplo actual es el Don Giovanni, de Mozart, que se está representando en la Scala de Milán. La conjunción de dos grandes directores, musical y escénico, con un reparto vocal atractivo no ha acabado de cuajar del todo, aunque la realización tenga momentos muy felices.
La presentación escénica, inspirada en cuadros del pintor italiano del setecientos Bernardo Bellotto conservados en la pinacoteca Brera, abunda en bellísimas composiciones con figuras acentuadas por una tenue iluminación, pero la acción es excesivamente estática y no progresa teatralmente en diferentes escenas. ¿Absoluta imposibilidad di movimiento ante los grandes momentos musicales del genio salzburgués? Los cantantes no estar en su mayor parte, a la altura d ellos mismos en otras prestaciones, quizá influidos en exceso por la fortísima presión ambiental de los primeros días. El director de orquesta, brillante y teatral, operístico hasta la médula, no ha podido salvar algunas desadaptaciones estilísticas con los cantantes o diferencias con el ritmo escénico.
Si la producción ha tenido 300 horas de ensayo y contado con los mejores; mimbres posibles, esto da idea de las dificultades objetivas que trae consigo lograr un resultado satisfactorio, que sintetice coherentemente los diferentes esfuerzos puestos en juego.
Otra representación, o ilusión de representación, es la de los espectadores. Existe todo un ritual, un ceremonial de comportamientos, saludos, actitud ante los cantantes, preparación para el acontecimiento, expectación ante el hecho irrepetible, que incluso se prolonga antes de la función, mediante largas colas o estudios preparatorios, y después, con los consiguientes comentarios o discusiones, muchas veces apasionados. No desdeñable es el apartado social, de espectáculo distinguido, de elite, culto, que el ritual conlleva.
Esta aureola de prestigio no alcanza a las obras de, compositores actuales. No tienen el sello de calidad consolidada, de marca de autor consagrado. La aventura es demasiado arriesgada. El público aquí es, sustancialmente, otro. Hasta, a veces, las salas. La falta de comunicación con las propuestas actuales es grave. Para el autor, para el espectador y para el género. Se crea un vacío peligroso.
Otros campos artísticos, como la pintura, han conseguido una línea de continuidad, tras la ruptura de los lenguajes tradicionales. El avance de la ópera es, en este sentido, más bien lento, aunque algunos grandes teatros estén, a cuentagotas, abriendo las puertas a nuevas creaciones. Todavía no hay en esto ilusión, sino, en todo caso, esperanza.
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