Odisea
Hallábame anoche sumida en las profundidades del sueño con que la buena Afrodita recompensa a quienes le han sido fieles cuando llegaron a mis oídos, cual procedentes del cruel averno, unas voces que al principio no reconocí. Poco a poco, a pesar del estado catatónico que caracteriza a todo durmiente que haya gastado su jornada trabajando con honradez a la mayor gloria de Zeus, pude distinguir con claridad una frase que se repetía y se repetía hasta el infinito: "Todo está bajo control". ¡Ah, mísera de mí! ¡Ah, infelice!
Era una voz convincente, así como oficial, firme y garbosa. Sin embargo, me iba inoculando un indecible desasosiego. "Todo está bajo control". Más controlaba el personaje en cuestión y más incontrolable era mi deseo de salir corriendo. Pero sabido es que, en sueños, el cuerpo se paraliza y las piernas son simples pesos muertos que te encadenan sin misericordia a la pesadilla, como el audaz Prometeo fue sujeto al pedrusco, mientras la mente imagina toda suerte de catástrofes de las que ni los dioses podrían salvar al vil mortal.
Sólo el gran Helios, al rasgar cuando amanece el velo de las tinieblas -toma ya-, disipa con sus rayos los nocturnos y humanos temores.
"Todo está bajo control", bramaba el desconocido, a quien al poco se le unió otro ser, no menos tremebundo, que clarnaba: "La situación es dinámica, pero no sólida. Podría cambiar para peor o para mejor". Y aún otro esta vez horrendo cual cabeza de la Medusa: "La contaminación es enonnemente limitada". Pronto llegaron los coros formados por terroríficas Hespérides que gritaban: "Se puede decir que el peligro no es abundante", y aborrecibles Erinias que gemían: "Las noticias son serias, pero no tremendamente alarmantes".,
¡Por Aquiles! Digno de Homero fue mi sueño, como verán, ustedes, sobre todo al final. Pues entonces surgió de los abisimos marinos lindantes con Fínisterre nada menos que Poseidón, quien ordenó: "¡A ver, echando leches, que metan los bidones en el piso de Félix Pons!".
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